Este año la procesión del
Corpus no se realizará por nuestras calles, pero el Señor sigue pasando por
ellas en nuestros hermanos que sufren necesidad y piden de comer, están
desnudos o padecen cualquier tipo de pobreza
Hay
que recordar que la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía.
Son dos realidades que se exigen la una a la otra, como se deriva de la enseñanza
de san Pablo. Al comer todos del mismo pan formamos un solo cuerpo.
El Señor Jesús ha querido quedarse con nosotros de una forma
misteriosa pero real: sabemos que vive entre nosotros de muchas maneras, pero
especialmente mediante el sacramento de la Eucaristía que prolonga en la
historia su auto-donación.
Él
se ha dado de una vez por todas en el sacrificio de la cruz y se sigue dando en
su presencia sacramental, que constituye el gran tesoro que custodia la
Iglesia. Quizás nos hemos acostumbrado a ello, y lo valoramos poco. En este
tiempo de pandemia, muchos cristianos echan de menos comulgar, participar en la
mesa del Señor. Es muy buena señal de la autenticidad de su fe y de la
importancia que tiene la Iglesia que celebra la Eucaristía.
La Eucaristía es signo del amor de Cristo que nos ha amado hasta
el extremo, dando la vida por nosotros. De ahí que sea también el estímulo para
la caridad con los pobres y necesitados. En este tiempo de pandemia estamos
llamados a partir el pan con los hermanos nuestros que padecen y padecerán la
crisis económica. La vida cristiana es comunión de bienes espirituales y
materiales.
Participar
en la mesa de Cristo lleva consigo participar en la mesa de los pobres y
atender sus necesidades como si fueran las nuestras propias. La caridad, que
brota de la Eucaristía, es el signo de la fe cristiana, sin el que todo lo
demás podría quedar reducido a una doctrina desencarnada de la vida. En una
familia, cuando hay necesidad, todos intentan aliviarla, socorrerla. En la Iglesia
no podemos cerrar los ojos a las necesidades de los demás si celebramos de
verdad la fracción del pan como decían los primeros cristianos.
Quiero exhortar a la comunidad diocesana a vivir en continua
acción de gracias por el don que Cristo nos ha hecho de su Cuerpo y de su
Sangre. Que no celebremos el memorial del Señor de manera indigna, bien porque
no lo apreciamos como merece o bien porque no vivimos en plena comunión y
coherencia con él.
San
Pablo tuvo que llamar la atención a la comunidad de Corinto porque lo que
hacían, según la mente del apóstol, ya no era celebrar la Cena del Señor. Se
habían desviado de la tradición recibida de Cristo. Y podemos desviarnos de
dicha tradición por tres actitudes: 1) Por no confesar la verdadera fe en el
sacramento; 2) por recibirlo de manera indigna, sin las debidas condiciones ;
3) por no vivir en consonancia con su significado, es decir, con una vida a
semejanza de la de Cristo.
Este año la procesión del Corpus no se realizará por nuestras
calles, pero el Señor sigue pasando por ellas en nuestros hermanos que sufren
necesidad y piden de comer, están desnudos o padecen cualquier tipo de pobreza.
Os invito a purificar nuestra mirada y saber descubrir, como hacemos en el pan
consagrado, la presencia del Señor en el «signo» de los que reclaman nuestra
atención. Se ha dicho que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo que peregrina en la
historia. Pues bien: seamos nosotros ese Cuerpo que sigue peregrinando en
nuestro mundo.
Aliviemos
el sufrimiento de nuestros hermanos y honremos, como decía san Juan Crisóstomo,
al Cristo que vive y se hace presente en los pobres con el mismo honor que le
veneramos en nuestros altares. Nuestra Iglesia será entonces más auténtica, más
misionera, más cristiana. Habrá purificado su mirada y enardecido el corazón.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
