"Dependemos
unos de otros y sólo juntos podemos afrontar el futuro sin dejar excluidos
detrás"
Monseñor José María Gil Tamayo |
"Cada día repetía orando los textos de la misa que
no podía celebrar y hacía comuniones espirituales, compartiendo el dolor de
tantos enfermos y el sufrimiento de quienes nos dejaban y sus familiares".
"Tenía la gran preocupación por mi madre anciana con casi 90 años
que quedaba en casa. Esto me dolía mucho".
Cansado, pero con ánimos, el obispo de Ávila se recupera, lentamente, de
su positivo por coronavirus. "Era la primera vez que ingresaba en un
hospital en mis 62 años", recuerda en esta entrevista, la primera que
concede tras ser dado de alta. Ha visto la muerte muy de cerca, y aún no se
encuentra del todo recuperado. "Siempre es más costoso construir que
destruir".
En la
entrevista, el obispo de Ávila admite que vio cerca la muerte. "Sí, pero
sin perder la paz. Me he visto sin fuerzas y totalmente dependiente". Pese
a todo, mira hacia el futuro: "Tengo la esperanza de que encaremos unidos
el duro trabajo que nos espera de sanar tanto sufrimiento, tanto daño social y
económico que, como consecuencia de esta pandemia tenemos a la vuelta de la
esquina y hacerlo con más fuerza espiritual, con la necesidad de ser en la
Iglesia el “hospital de campaña” para la humanidad".
- Primera pregunta obligada: ¿cómo te encuentras?
Bastante
recuperado y me voy notando con más fuerzas cada día, pero ahora, ya en casa,
me toca reparar los estragos del COVID19. Poco a poco y con paciencia, bajo
seguimiento médico. Siempre es más costoso construir que destruir.
Este
virus es realmente asesino y todavía con muchos interrogantes a los que
responder para que podamos darle una solución eficaz en todos los órdenes y no
sólo en el aspecto médico.
-¿Cómo fueron los síntomas?
¿Cuándo te decidiste a acudir al hospital?
Me empecé a sentir con
fiebre y después con dificultades respiratorias el 19 y 20 de marzo, al
manifestarlo a la doctora que me sigue habitualmente me gestionó el ingreso en
el Complejo Hospitalario Ntra. Señora de Sonsoles de Ávila en el que he estado
hasta el 22 de abril. Nada más ingresar me impresionó la disposición de casi la
totalidad de las instalaciones y del personal sanitario para hacer frente a la
epidemia. Me percaté aún más de la grave situación que se nos venía encima.
-¿Has temido por tu vida?
¿Qué pasa por la cabeza de una persona al verte en esa situación?
Sí, pero sin perder la paz.
Me he visto sin fuerzas y totalmente dependiente. He experimentado como Dios no
nos deja y se siente la ayuda de gracias actuales con las que Él nos auxilia en
cada situación. Ha sido una experiencia muy dura y larga –más de un mes-, pues
era la primera vez en mis 62 años que era hospitalizado y en unas
circunstancias especiales de aislamiento, en unas fechas muy señaladas para un
obispo de finales de Cuaresma, Semana Santa y comienzo de Pascua en las que no
podría celebrar. Además tenía la gran preocupación por mi madre anciana con
casi 90 años que quedaba en casa. Esto me dolía mucho.
Pero junto a esto también
ha sido una gran experiencia religiosa de unión con la pasión de Cristo, de
oración, de experimentar el cuidado y cariño de del personal sanitario, al que
debemos tanto, y, sobre todo la cercanía de mi diócesis de Ávila, pendiente de
su obispo, sobre todo los curas, la vida consagrad y laicos comprometidos. La
oración de multitud de personas de todas partes que me hacían llegar su apoyo
ha sido uno de los pilares fundamentales que han sostenido. Allí he
experimentado una especial comunión de los santos. Esta experiencia te hace ya
ser deudor de por vida de Dios y de los demás.
-¿Cuáles han sido las
claves de tu vida en el hospital?
Han sido por una parte la
humana de luchar contra la enfermedad y una gran confianza en los médicos, pero
sobre todo la espiritual: la fe. Mi “celebración” iba a ser existencial, desde
una cama de hospital en la que en medio de la debilidad rezaba e incluso cada
día repetía orando los textos de la misa que no podía celebrar y hacía
comuniones espirituales, compartiendo el dolor de tantos enfermos y el
sufrimiento de quienes nos dejaban y sus familiares. El rezo del santo Rosario
a la Santísima Virgen ha sido también mi gran arma para vivir esta prueba.
-¿En qué te ha cambiado la
experiencia?
Ciertamente se ha producido
un cambio. Se experimenta de manera más clara e irrevocable que somos
dependientes de Dios y de los demás. No somos omnipotentes. En el decir de
santa Teresa de Jesús se percibe “lo muy nada que somos y lo muy mucho que es
Dios”. Es, en definitiva, un volvernos a situar en el realismo antropológico
cristiano de tomar en serio nuestra condición creatural, dependiente, que
conlleva una relación más profunda y humilde con Dios, una fe más firme, y una
caridad más comprometida a todos los niveles. Nos debemos absolutamente a Dios
y a los demás. Se trata de “reiniciar” el disco de la propia vida y volver a lo
esencial, al “principio y fundamento” ignaciano.
-¿Cómo crees que saldremos,
como Iglesia y como sociedad, de esta pandemia y sus efectos?
Tengo la esperanza de que
encaremos unidos el duro trabajo que nos espera de sanar tanto sufrimiento,
tanto daño social y económico que, como consecuencia de esta pandemia tenemos a
la vuelta de la esquina y hacerlo con más fuerza espiritual, con la necesidad
de ser en la Iglesia el “hospital de campaña” para la humanidad, especialmente
los más desfavorecido, como viene proféticamente reclamando el papa Francisco.
Es necesario salir de la “autoreferencialidad”.
También como sociedad las
cosas no pueden seguir igual y las soluciones no son solo estratégicas y
técnicas, sino que afecta a valores y actitudes que hemos de potenciar a todos
los niveles desde el social y político hasta el personal. No valen las viejas
ideologías al uso y todos hemos de pensar y vivir en unas coordenadas nuevas
más amplias de búsqueda del bien común y del cuidado de la naturaleza. Esta
crisis pone en cuestión los individualismos personales, pero también los
colectivos. Dependemos unos de otros y sólo juntos podemos afrontar el futuro
sin dejar excluidos detrás.
Jesús
Bastante
Fuente: Religión Digital