DESDE LOS BASUREROS DE GUATEMALA: «SI NO MUEREN POR COVID-19, VAN A MORIR POR HAMBRE»

«Hay que generar soluciones que se anticipen a los problemas»

La Asociación Comunidad Esperanza reparte comida a 250 familias
que viven en el basurero de Cobán. Foto: Javier Fernández Malumbres
Mientras reparte comida en un basurero de Guatemala para combatir la creciente desnutrición causada por la paralización del país, el padre Sergio Godoy sueña con un proyecto de huertos familiares que haga a sus vecinos menos dependientes de trabajos informales.

«¿Tiene mascarilla? ¡Llévese!». «Adiós, padre, que Dios le bendiga». La conversación con el sacerdote Sergio Godoy se interrumpe con frecuencia. Atiende a Alfa y Omega desde un basurero en la ciudad de Cobán, en Guatemala, mientras termina el reparto de bolsas con comida y productos de higiene a 250 familias, la mayoría formadas por una mujer sola y varios hijos. 

Hasta ahora, la Asociación Comunidad Esperanza (ACE), de la que es responsable, servía comidas en el vertedero y ofrecía una merienda varios días por semana a los niños que viven en él. La crisis causada por el coronavirus y las restricciones al movimiento puestas en marcha por el Gobierno del país les han llevado a organizar además este reparto de víveres para 1.500 personas, con apoyo de Manos Unidas.

La historia es la misma que se repite en todo el mundo. En un país donde siete de cada diez trabajadores se gana la vida de forma informal, gran parte de ellos se han quedado sin ingresos: son ayudantes de albañil, jornaleros en granjas, conductores de transporte público, empleadas domésticas o vendedoras de tortillas de maíz, entre otros. En Guatemala no hay confinamiento sino un toque de queda relativamente flexible de seis de la tarde a cuatro de la madrugada. Pero estas restricciones y la falta de material y medidas de protección ya han paralizado todos estos trabajos. Hay uno que no se detiene: rebuscar entre la basura. Eso sí, a causa de la crisis la chatarra y el resto de residuos que recuperan valen menos.

La situación se repite en la zona 6 de Guatemala, la capital, donde vive el misionero español Jesús Rodríguez. De los 18.000 habitantes de su parroquia, 5.000 viven en el asentamiento El Carmen, que se formó, como tantos otros, con inmigrantes del campo durante la guerra civil (1960-1996) o tras el terremoto de 1976. Solo un 15 % de sus feligreses tiene la fortuna de ser de clase «media baja». En la ciudad ya se empieza a notar escasez de algunos alimentos, pues en varios departamentos vecinos se han detectado casos de coronavirus y se han cerrado las carreteras. «En parte por esto y en parte por la especulación, la comida se ha encarecido mucho. Se prevé la hambruna».

Primero comida...

En el basurero de Cobán, capital de Alta Verapaz, el departamento con más pobreza del segundo país más pobre de Latinoamérica, el padre Godoy ha detectado un aumento de la desnutrición infantil, que «compromete el futuro de los niños. La epidemia no ha llegado aquí aún, pero el hambre tomó la delantera. Si no se mueren por la enfermedad cuando llegue (y Dios quiera que tarde), van a morir por hambre».

Junto con la comida, Comunidad Esperanza está llevando agua potable para llenar el pequeño depósito del vertedero y que la gente tenga un sitio donde lavarse las manos. Sus trabajadores sociales están haciendo un esfuerzo añadido para hacer seguimiento de las familias con enfermos y ancianos, y a aquellas familias en las que hay casos de violencia. Son las primeras medidas para salir al paso de la crisis. Pero el sacerdote es consciente de que «para disminuir el impacto de esta crisis vamos a tener que emplearnos a fondo y generar soluciones que se anticipen a los problemas. Lo positivo de todo esto es que nos está obligando a ser creativos, ingeniosos y solidarios, y mucha gente se está juntando» para intercambiar ideas.

Este afán de mirar al futuro no sorprende a Ricardo Loy, secretario general de Manos Unidas. A la sociedad del primer mundo, explica, «ahora no nos resulta posible pensar en ello porque nos creíamos invulnerables» y la pandemia ha trastocado totalmente nuestra perspectiva. «Sin embargo, en muchos lugares, el coronavirus no deja de ser una cosa más que se suma a sus otros problemas. No ha sido un vuelco tan grande como para nosotros. Son mucho más resilientes porque están acostumbrados a enfrentarse a situaciones así, y diseñan su respuesta a las emergencias de manera que también tengan efecto en el futuro». Así, quizá, el siguiente problema golpee menos fuerte.

... luego semillas

«No sabemos cuánto va a durar esto» ni en qué situación dejará al país, razona Godoy. La gente debe concienciarse de que «no van a poder estar siempre recibiendo ayuda». Por eso, ya está dando vueltas a un proyecto que, de funcionar, podría hacer que los vecinos del basurero salieran de la crisis del coronavirus un poco mejor. «Queremos enseñar a la gente a producir alimentos utilizando cualquier espacio disponible» en el pequeño terreno que alquilan u ocupan. De momento, están en la fase de sensibilización; más adelante vendrá la formación y la entrega de semillas.

Lo mismo quieren hacer en el ámbito educativo. Las aulas de ACE ahora están vacías, y como muchos niños no tienen televisión y por tanto no pueden acceder a los programas de enseñanza a distancia puestos en marcha por el Ministerio de Educación, la entidad está intentando que la radio diocesana pueda difundir esos mismos contenidos. «Así podríamos además ver nuevas posibilidades de mejorar más adelante la calidad educativa», por ejemplo aprovechando el mismo cauce para ofrecer educación informal a jóvenes y adultos.

Este mismo espíritu mueve otras respuestas que se están dando a la crisis en el país. Por ejemplo, los departamentos de Pastoral de la Tierra de distintas diócesis «están poniendo en marcha iniciativas para fortalecer a los campesinos» cuyo trabajo está amenazado por los cortes en el transporte. El objetivo es «no dejar morir el campo y privilegiar los productos ecológicos», de modo que este sector sea más sostenible en todos los sentidos. Así lo cuenta el padre Rodríguez. Como delegado de Pastoral Social en la archidiócesis de Guatemala, está al tanto de estos proyectos gracias a sus homólogos.

En cuanto a su propio trabajo, el domingo pasado ya comenzó a funcionar en su parroquia el reparto de comida, que ha puesto en marcha gracias a la solidaridad de los propios vecinos y a la ayuda de Manos Unidas. A nivel diocesano están dando pasos en el mismo sentido. Otra de sus prioridades es «detectar dónde el Gobierno no está cumpliendo» con su responsabilidad y denunciarlo para «ser voz de los que no tienen voz».

María Martínez López

Fuente: Alfa y Omega