María egipciana se fue al desierto y allí estuvo por 40 años rezando, meditando y haciendo penitencia. Se alimentaba de dátiles, de raíces, de langostas y a veces bajaba a tomar agua al río
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Y
que un día vio por allí una figura humana, que más parecía un esqueleto que una
persona robusta. Se le acercó y le preguntó si era un monje y recibió esta
respuesta: "Yo soy una mujer que he venido al desierto a hacer penitencia
de mis pecados". Según la tradición aquella mujer le narró la siguiente
historia: Su nombre era María. Era de Egipto.
Desde
los 12 años llevada por sus pasiones sensuales y su exagerado amor a la
libertad se fugó de la casa. Cometió toda clase de impurezas y hasta se dedicó
a corromper a otras personas. Después se unió a un grupo de peregrinos que de
Egipto iban al Santo Sepulcro de Jerusalén. Pero ella no iba a rezar sino a
divertirse y a pasear.
Y
sucedió que al llegar al Santo Sepulcro, mientras los demás entraban fervorosos
a rezar, ella sintió allí en la puerta del templo que una mano la detenía con
gran fuerza y la echaba a un lado. Y esto le sucedió por tres veces, cada vez
que ella trataba de entrar al santo templo. Y una voz le dijo: "Tú no eres
digna de entrar en este sitio sagrado, porque vives esclavizada al
pecado".
Ella se puso a llorar, pero de pronto levantó
los ojos y vio allí cerca de la entrada una imagen de la Sma. Virgen que
parecía mirarla con gran cariño y compasión. Entonces la pecadora se arrodilló
llorando y le dijo: "Madre, si me es permitido entrar al templo santo, yo
te prometo que dejaré esta vida de pecado y me dedicaré a una vida de oración y
penitencia. Y le pareció que la Virgen Santísima le aceptaba su propuesta.
Trató
de entrar de nuevo al templo y esta vez sí le fue permitido. Allí lloró
largamente y pidió por muchas horas el perdón de sus pecados. Estando en
oración le pareció que una voz le decía: "En el desierto más allá del
Jordán encontrarás tu paz".
María
egipciana se fue al desierto y allí estuvo por 40 años rezando, meditando y
haciendo penitencia. Se alimentaba de dátiles, de raíces, de langostas y a
veces bajaba a tomar agua al río. En el verano el terrible calor la hacía
sufrir muchísimo y la sed la atormentaba. En invierno el frío era su martirio.
Durante
17 años vivió atormentada por la tentación de volver otra vez a Egipto a
dedicarse a su vida anterior de sensualidad, pero un amor grande a la Sma.
Virgen Virgen María le daba fortaleza para resistir a las tentaciones. Y Dios
le revelaba muchas verdades sobrenaturales cuando ella estaba dedicada a la
oración y a la meditación.
Le
hizo prometer al santo anciano que no contaría nada de esta historia mientras
ella no hubiera muerto. Y le pidió que le trajera la Sagrada Comunión. Era
Jueves Santo y San Zózimo le llevó la Sagrada Eucaristía. Quedaron de
encontrarse el Día de Pascua, pero cuando el santo volvió la encontró muerta,
sobre la arena, con esta inscripción en un pergamino: "Padre Zózimo, he
pasado a la eternidad el Viernes Santo día de la muerte del Señor, contenta de
haber recibido su santo cuerpo en la Eucaristía. Ruegue por esta pobre
pecadora, y devuélvale a la tierra este cuerpo que es polvo y en polvo tiene
que convertirse".
El
monje no tenía herramientas para hacer la sepultura, pero entonces llegó un
león y con sus garras abrió una sepultura en la arena y se fue. Zózimo al
volver de allí narró a otros monjes la emocionante historia, y pronto junto a
aquella tumba empezaron a obrarse milagros y prodigios y la fama de la santa
penitente se extendió por muchos países.
San
Alfonso de Ligorio y muchos otros predicadores narraron muchas veces y dejaron
escrita en sus libros la historia de María Egipciaca, como un ejemplo de lo que
obra en un alma pecadora, la intercesión de la Sma. Madre del Salvador, la cual
se digne también interceder por nosotros pecadores para que abandonemos nuestra
vida de maldad y empecemos ya desde ahora una vida de penitencia y santidad.
Fuente:
EWTN