LA ALEGRÍA DE LA RESURRECCIÓN
II. La tristeza nace del
descamino y del alejamiento de Dios. Ser personas optimistas, serenas, alegres,
también en medio de la tribulación.
III. Dar paz y alegría a los
demás.
“En aquel tiempo, las mujeres partieron
al instante del sepulcro con temor y gran alegría, y corrieron a dar la noticia
a los discípulos. De pronto Jesús les salió al encuentro y les dijo: Alegraos.
Ellas se acercaron, abrazaron sus pies y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No
temáis; id y anunciad a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.
Mientras ellas iban, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a
los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos con los ancianos,
después de haberlo acordado, dieron una buena suma de dinero a los soldados con
el encargo de decir: Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras
nosotros dormíamos. Si esto llegara a oídos del procurador nosotros le
calmaremos y cuidaremos de vuestra seguridad. Ellos tomaron el dinero v
actuaron según las instrucciones recibidas. Así se divulgó este rumor entre los
judíos hasta el día de hoy”
(Mateo 28,8-15).
I. El Señor ha resucitado de entre los
muertos, como lo había dicho, alegrémonos y regocijémonos todos, porque reina
para siempre. ¡Aleluya! (Antífona de entrada de la Misa). Nuestra Madre la
Iglesia nos introduce en estos días en la alegría pascual a través de los
textos de la liturgia; nos pide que esta alegría sea anticipo y prenda de
nuestra felicidad eterna en el Cielo. Se suprimen en este tiempo los ayunos y
otras mortificaciones corporales, como símbolo de esta alegría del alma y del
cuerpo..
La verdadera alegría no depende del bienestar material, de no padecer
necesidad, de la ausencia de dificultades, de la salud... La alegría profunda
tiene su origen en Cristo, en el amor que Dios nos tiene y en nuestra
correspondencia a ese amor. Y yo os daré una alegría que nadie os podrá quitar
(Juan 16, 22). Nadie: ni el dolor, ni la calumnia, ni el desamparo..., ni las
propias flaquezas, si volvemos con prontitud al Señor, sabernos en todo momento
hijos de Dios.
II. En la Última Cena, el Señor no había
ocultado a los Apóstoles las contradicciones que les esperaban; sin embargo,
les prometió que la tristeza se tornaría en gozo. En el amor a Dios, que es
nuestro Padre, y a los demás, y en el consiguiente olvido de nosotros mismos,
está el origen de esa alegría profunda del cristiano (Santos Evangelios, EUNSA,
Pamplona ). El pesimismo y la tristeza deberán ser siempre algo extraño al
cristiano. Algo, que si se diera, necesitaría de un remedio urgente.
El
alejamiento de Dios, el descamino, es lo único que podría turbarnos y quitarnos
ese don tan preciado. Por lo tanto, luchemos por buscar al Señor en medio del
trabajo y de todos nuestros quehaceres, mortificando nuestros caprichos y
egoísmos. Esta lucha interior da al alma una peculiar juventud de espíritu. No
cabe mayor juventud y alegría que la del que se sabe hijo de Dios y procura
actuar en consecuencia.
III. Estar alegres es una forma de dar
gracias a Dios por los innumerables dones que nos hace. Con nuestra alegría
hacemos mucho bien a nuestro alrededor, pues esa alegría lleva a los demás a
Dios. Dar alegría será con frecuencia la mejor muestra de caridad para quienes
están a nuestro lado. Muchas personas pueden encontrar a Dios en nuestro
optimismo, en la sonrisa habitual, en nuestra actitud cordial. Pensemos en la
alegría de la Santísima Virgen, “abierta sin reservas a la alegría de la
Resurrección; sus hijos en la tierra, volviendo los ojos hacia la madre de la
esperanza y madre de la gracia, la invocamos como causa de nuestra alegría”
(Paulo VI, Gaudete in Domino).
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org