LA IMAGINACIÓN
II. Mortificación de la
imaginación.
III. El buen uso de la
imaginación en la oración
“Había entre los fariseos un hombre
importante, llamado Nicodemo. Una noche fue a ver a Jesús y le dijo: «Maestro,
sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos, porque nadie puede hacer los
milagros que Tú haces si no está Dios con él». Jesús le respondió: «Te aseguro
que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios».
Nicodemo le preguntó:
«¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo viejo? ¿Es que puede volver al seno de
su madre y nacer de nuevo?». Jesús respondió: «Te aseguro que el que no nace
del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de la
carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te extrañe que te
diga: Es necesario nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere; oyes su voz,
pero no sabes de dónde viene y a dónde va; así es todo el que nace del
Espíritu»” (Juan 3,1-8).
I. En un diálogo íntimo,
Nicodemo le pregunta a Jesús por su misión. Jesús le contesta: es preciso nacer
de nuevo. Se trata de un nacimiento espiritual por el agua y el Espíritu Santo:
es un mundo completamente nuevo el que se abre ante los ojos de Nicodemo. Estas
palabras constituyen un horizonte sin límites para todos los cristianos que
queremos dejarnos llevar dócilmente por las inspiraciones y mociones del
Espíritu Santo.
La
vida interior no consiste solamente en adquirir una serie de virtudes naturales
o en guardar algunas formas de piedad. Tenéis que despojarnos del hombre viejo
según el cual habéis vivido en vuestra vida pasada, decía San Pablo a los
Efesios (5, 22). Es una transformación interior obra de la gracia en el alma y
de nuestra mortificación de la inteligencia, de los recuerdos y de la
imaginación. Así como la imaginación puede ser de gran ayuda en la vida
interior, para la contemplación de la vida del Señor, podría convertirse en “la
loca de la casa” si nos arrastra a cosas vanas, insustanciales, fantásticas y
aun prohibidas. Su sometimiento a la razón se consigue con mortificación.
II. Dejar suelta la
imaginación supone, en primer lugar, perder el tiempo, que es un don de Dios.
Cuando no hay mortificación interior, los sueños de la imaginación giran
frecuentemente alrededor de los propios talentos, de lo bien que se ha quedado
en determinada actuación, en la admiración que se despierta alrededor, lo que
lleva a perder la rectitud de intención y a que la soberbia tome cuerpo.
Otras
veces la imaginación juzga el modo de actuar de otros y por lo tanto a cometer
faltas internas de caridad, porque lleva a emitir juicios negativos y poco
objetivos: sólo Dios lee la verdad de los corazones. Vale la pena que hoy
examinemos cómo llevamos esa mortificación interior de la imaginación, que
tanto ayuda a mantener la presencia de Dios y a evitar muchas tentaciones y
pecados.
III. La mortificación de la
imaginación no está en la frontera del pecado, sino en el terreno de la
presencia de Dios, del Amor. Purifica el alma y facilita que aprovechemos bien
el tiempo dedicado a la oración; nos permite aprovechar mejor el tiempo en el
trabajo, haciéndolo a conciencia, santificándolo; nos permite vivir la caridad
al estar pendiente de los demás.
La
imaginación purificada nos ayuda en el trato con Dios porque nos ayuda a
meditar las escenas del Evangelio y a meternos en él como un personaje más.
Imitemos a la Santísima Virgen, que guardaba todas estas cosas –los sucesos de
la vida del Señor- y las meditaba en su corazón (Lucas 2, 19).
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org