RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS
Dominio público |
II. La luz
de Cristo. La Resurrección, una fuerte llamada al apostolado.
III. Apariciones
de Jesús: el encuentro con su Madre, a quien se aparece en primer lugar. Vivir
este tiempo litúrgico muy cerca de la Virgen.
“El primer día de la
semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba
oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón
Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han
llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.» Salieron
Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro.
Corrían los dos juntos,
pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero
al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega
también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el
suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado
en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había
llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían
comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (Juan
20,1-9).
I. En verdad ha resucitado
el Señor, aleluya. A Él la gloria y el poder por toda la eternidad (Lucas 24,
34; Apocalipsis 1, 6). La Resurrección gloriosa del Señor es la clave para
interpretar toda su vida, y el fundamento de nuestra fe. Sin esa victoria sobre
la muerte, dice San Pablo, toda predicación sería inútil y nuestra fe vacía de
contenido (1 Corintios 15, 14-17). Además, en la Resurrección de Cristo se
apoya nuestra propia resurrección. La Pascua es la fiesta de nuestra redención
y, por tanto, fiesta de acción de gracias y de alegría. Los Apóstoles son, ante
todo, testigos de la Resurrección de Jesús (Hechos 1, 22; 2, 32; 3, 15).
Anuncian que Cristo vive, y éste es el núcleo de toda su predicación. Esto es
lo que después de veinte siglos, nosotros anunciamos al mundo: ¡Cristo vive!. Y
esto nos colma de alegría el corazón. La Resurrección es el argumento supremo
de la divinidad de Nuestro Señor. “Esta es la gran verdad que llena de
contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha triunfado de la muerte, del
poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia: en Él, lo encontramos todo:
fuera de Él, nuestra vida queda vacía” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que
pasa).
II. El mundo había quedado
a oscuras. La Resurrección es la gran luz para todo el mundo: Yo soy la luz
(Juan 8, 12), había dicho Jesús; luz para el mundo, para cada época de la
historia, para cada sociedad, para cada hombre. La luz del cirio pascual
simboliza a Cristo resucitado. Es la luz que la Iglesia derrama sobre toda la
tierra sumida en tinieblas. La Resurrección de Cristo es una fuerte llamada al
apostolado: ser luz y llevar luz a otros. Para eso debemos estar unidos a
Cristo. “Instaurare omnia in Christo, da como lema San Pablo a los Cristianos
de Efeso (Efesos 1, 10); informar el mundo entero con el espíritu de Jesús,
colocar a Cristo en la entraña de todas las cosas: esta es nuestra misión de
cristianos, proclamar la Realeza de Cristo en todas las encrucijadas de la
tierra.
III. La Virgen Santísima
sabe que Cristo resucitará. En un clima de oración, que nosotros no podemos
describir, espera a su Hijo glorioso. Una tradición antiquísima de la Iglesia
nos transmite que Jesús se apareció en primer lugar y a solas a su Madre. La
Virgen, después de tanto dolor, se llenó de una inmensa alegría. Nosotros nos
unimos a esta inmensa alegría. Santo Tomás de Aquino aconsejaba que no
dejáramos de felicitar a la Virgen por la Resurrección de su Hijo (Vida y
misericordia de la Santísima Virgen). Es lo que hacemos ahora que comenzamos a
rezar el Regina Coeli en lugar del Angelus: Alégrate Reina del Cielo,
¡aleluya!, porque Aquel a quien mereciste llevar dentro de ti ha resucitado.
Hagamos el propósito de vivir este tiempo pascual muy cerca de Santa María.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org