En la misa de Santa Marta, Francisco, recordando la
fiesta hodierna de Santa Catalina de Siena, Patrona de Europa, reza por la
unidad de Europa y de la Unión Europea, para que todos juntos podamos seguir
adelante como hermanos
En su homilía, nos invita a pedir al Señor la gracia
de la sencillez y la humildad para confesar nuestros pecados concretos y así
encontrar el perdón de Dios.
Francisco presidió la misa en la Casa Santa Marta el
día en que la Iglesia celebra la fiesta de Santa Catalina de Siena, virgen,
doctora de la Iglesia, patrona de Italia y de Europa. En la introducción
dirigió sus pensamientos a Europa, como lo ha hecho en otras ocasiones en estos
días marcados por la pandemia de Covid-19:
Hoy es Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia,
Patrona de Europa. Recemos por Europa, por la unidad de Europa, por la unidad
de la Unión Europea: para que todos juntos podamos seguir adelante como
hermanos.
En su homilía, el Papa comentó la Primera Carta de San
Juan (1 Jn 1, 5-2, 2) en la que el Apóstol afirma que Dios es luz y si decimos
que estamos en comunión con él, también estamos en comunión unos con otros, y
la sangre de Jesús nos purifica de todo pecado. Y señala: el que dice que está
sin pecado se engaña a sí mismo, pero si confiesa su pecado, Dios le perdona y
le limpia de toda iniquidad.
El apóstol - observa Francisco - llama a la
concreción, a la verdad: dice que no podemos caminar en la luz y estar en las
tinieblas. Peor es caminar en el gris, porque te hace creer que estás caminando
en la luz y esto te tranquiliza. El gris es muy traicionero. Lo contrario es la
concreción de reconocer los propios pecados.
La verdad es concreta: significa confesar los pecados
no de manera abstracta, sino concreta. Como dice el Evangelio de hoy (Mt 11,
25-30) en el que Jesús alaba al Padre porque escondió el Evangelio a los sabios
y doctos y lo reveló a los pequeños. Los pequeños -subraya el Papa- confiesan
sus pecados de forma sencilla, dicen cosas concretas porque tienen la sencillez
que Dios les da.
También nosotros debemos ser sencillos y concretos y
confesar nuestros pecados con humildad y vergüenza concretos. Y el Señor nos
perdona: debemos dar el nombre a los pecados. Si somos abstractos al
confesarlos, somos genéricos, terminamos en las tinieblas. Es importante - dice
el Papa - tener la libertad de decir al Señor las cosas como son, tener la
sabiduría de la concreción, porque el diablo quiere que vivamos en el gris, ni
blanco ni negro. Al Señor no le gustan los tibios. La vida espiritual es simple,
pero nosotros la complicamos con matices. Pidamos al Señor -concluye Francisco-
la gracia de la sencillez, la transparencia, la gracia de la libertad y de
conocer bien quiénes somos ante Dios.
A continuación, el texto de la homilía (transcripción
no oficial):
En la Primera Carta del Apóstol San Juan hay muchos
contrastes: entre luz y tinieblas, entre mentira y verdad, entre pecado e
inocencia. Pero el apóstol siempre llama a la concreción, a la verdad, y nos
dice que no podemos estar en comunión con Jesús y caminar en las tinieblas,
porque Él es la luz. O una cosa u otra: el gris es aún peor, porque el gris te
hace creer que estás caminando en la luz, porque no estás en la oscuridad y
esto te tranquiliza. El gris es muy traicionero. O una cosa u otra.
El apóstol continúa diciendo: "Si decimos que no
tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en
nosotros". Y aquí hay una cosa que puede engañarnos: decir "todos
somos pecadores", como quien dice "buenos días", "feliz
jornada", una cosa habitual, incluso una cosa social, y así no tenemos una
verdadera conciencia del pecado. No: soy un pecador por esto, esto, esto. La
concreción. La concreción de la verdad: la verdad siempre es concreta; las
mentiras son etéreas, son como el aire, no puedes agarrarlas.
La verdad es concreta. Y no puedes ir a confesar tus
pecados de forma abstracta: "Sí, yo... sí, perdí la paciencia una vez,
volví a perder la paciencia...", y cosas abstractas. "Soy un
pecador". La concreción: "Yo hice esto. Esto es lo que pensé. He
dicho esto." La concreción es lo que me hace sentir como un pecador en
serio y no un pecador en el aire.
Jesús dice en el Evangelio: "Te alabo, Padre,
Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a
los prudentes y haberlas revelado a los pequeños". La concreción de los
pequeños. Es hermoso escuchar a los pequeños cuando vienen a confesarse:
no dicen cosas extrañas, en el aire; dicen cosas concretas, y a veces demasiado
concretas porque tienen esa simplicidad que Dios da a los pequeños.
Recuerdo
siempre a un niño que una vez vino a decirme que estaba triste porque se había
peleado con su tía... Luego siguió. Le dije: "¿Qué has hecho?"
- "Eh, yo estaba en casa, quería ir a jugar al fútbol - un niño, ¿eh? -
pero la tía, la mamá no estaba allí, ella le dijo: "No, no salgas: primero
tienes que hacer los deberes". Palabra más, palabra menos y al final le
dije que se fuera a aquel lugar". Era un niño de gran cultura
geográfica... ¡Incluso me dijo el nombre del país al que había enviado a su
tía! Son así: simples, concretos.
También nosotros debemos ser simples, concretos: la
concreción te lleva a la humildad, porque la humildad es concreta. "Todos
somos pecadores" es algo abstracto. No: "Yo soy un pecador por esto,
por esto y por esto", y esto me lleva a la vergüenza de mirar a Jesús:
"Perdóname". La verdadera actitud del pecador. Y si decimos que
estamos sin pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está con
nosotros. Es una forma de decir que estamos sin pecado, es esta actitud
abstracta: "Sí, somos pecadores, sí, perdí la paciencia una vez...",
pero todo en el aire. No me doy cuenta de la realidad de mis pecados.
"Pero, usted sabe, todos, todos hacemos estas cosas, lo siento, lo
siento... me da dolor, no quiero hacerlo más, no quiero decirlo más, no quiero
pensarlo más".
Es importante que nosotros, dentro de nosotros mismos,
pongamos nombre a nuestros pecados... la concreción. Porque si los mantenemos
en el aire, terminaremos en las tinieblas. Somos como los pequeños, que dicen
lo que sienten, lo que piensan: todavía no han aprendido el arte de decir las
cosas un poco envueltas para que se entiendan, pero no se digan. Este es un
arte de los grandes, que a menudo no nos hace ningún bien.
Ayer recibí una carta de un chico de Caravaggio. Se
llama Andrea. Y me dijo cosas sobre él: las cartas de los chicos, de los niños,
son hermosas, por su concreción. Y me decía que había escuchado la misa en la
televisión y que tenía que "reprocharme" una cosa: que yo diga
"Que la paz esté con ustedes", "y no puedes decir esto porque
con la pandemia no podemos tocarnos". No ve que ustedes hacen así con la
cabeza y no se tocan. Pero la libertad de decir las cosas como son.
Nosotros también, con el Señor, la libertad de decir
las cosas como son: "Señor, yo estoy en pecado: ayúdame". Como Pedro
después de la primera pesca milagrosa: "Aléjate de mí, Señor, porque soy
un pecador. Tener esta sabiduría de la concreción. Porque el diablo quiere que
vivamos en la tibieza, tibios, en el gris: ni bueno ni malo, ni blanco ni
negro: gris. Una vida que no complace al Señor. Al Señor no le gustan los
tibios. Concreción. No para ser mentirosos. Si confesamos nuestros pecados, Él
es fiel y justo para perdonarnos: nos perdona cuando somos concretos. La vida
espiritual es tan simple, tan sencilla; pero nosotros la complicamos con estos
matices, y al final nunca llegamos...
Pidamos al Señor la gracia de la sencillez y que nos
dé esta gracia que da a la gente sencilla, a los niños, a los jóvenes que dicen
lo que sienten, que no ocultan lo que sienten. Incluso si es algo equivocado,
pero lo dicen. También con Él, decir las cosas: transparencia. Y no vivir una
vida que no es ni una cosa ni la otra. La gracia de la libertad para decir
estas cosas y también la gracia de conocer bien quiénes somos ante Dios.
El Papa concluyó la celebración con la adoración y la
bendición eucarística, invitándonos a hacer la comunión espiritual. A
continuación, la oración recitada por el Papa:
“Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el
Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte
en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentalmente, ven al menos
espiritualmente a mi corazón. Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno
todo a Ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de Ti. Amén”.
Antes de salir de la capilla dedicada al Espíritu
Santo, se cantó la antífona mariana del tiempo pascual "Regina Caeli":
Regína caeli laetáre, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
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