Sinceridad
y veracidad
II. Amor a la
verdad. Sinceridad en primer lugar con nosotros mismos. Sinceridad con Dios.
Sinceridad en la dirección espiritual y en la Confesión. Medios para adquirir
esta virtud.
III. Sinceridad
y veracidad con los demás. La palabra del cristiano. La lealtad y la fidelidad,
virtudes relacionadas con la veracidad. Otras consecuencias del amor a la
verdad.
“En
aquel tiempo, Jesús estaba expulsando un demonio que era mudo; sucedió que,
cuando salió el demonio, rompió a hablar el mudo, y las gentes se admiraron.
Pero algunos de ellos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios,
expulsa los demonios». Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del
cielo. Pero Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: «Todo reino dividido
contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae.
Pues, si también Satanás
está dividido contra sí mismo, ¿cómo va a subsistir su reino?, porque decís que
yo expulso los demonios por Beelzebul. Si yo expulso los demonios por
Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán
vuestros jueces. Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que ha
llegado a vosotros el Reino de Dios. Cuando uno fuerte y bien armado custodia
su palacio, sus bienes están en seguro; pero si llega uno más fuerte que él y
le vence, le quita las armas en las que estaba confiado y reparte sus despojos.
El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo,
desparrama»” (Lucas 11,14-23).
I. En el Evangelio de la
Misa vemos a Jesús que cura a un endemoniado que era mudo (Lucas 11, 14; Mateo
9, 32-33). La enfermedad, un mal físico normalmente sin relación con el pecado,
es un símbolo del estado en el que se encuentra el hombre pecador;
espiritualmente es ciego, sordo paralítico... Cuando en la oración personal no
hablamos al Señor de nuestras miserias y no le suplicamos que las cure, o
cuando no exponemos esas miserias nuestras en la dirección espiritual, cuando
callamos porque la soberbia ha cerrado nuestros labios, la enfermedad se
convierte prácticamente en incurable.
El
no hablar del daño que sufre el alma suele ir acompañado del no escuchar: el
alma se vuelve sorda a los requerimientos de Dios, se rechazan los argumentos y
las razones que podrían dar luz para retornar al buen camino. Al repetir hoy,
en el Salmo responsorial de la Misa, Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis
vuestro corazón (Salmo 94), formulemos el propósito de no resistirnos a la
gracia, siendo siempre muy sinceros.
II. Para vivir una vida
auténticamente humana, hemos de amar mucho la verdad, que es, en cierto modo,
algo sagrado que requiere ser tratado con amor y respeto. El Señor ama tanto
esta virtud que declaró de Sí mismo: Yo soy la verdad (Juan 14, 6), mientras
que el diablo es mentiroso y padre de la mentira (Juan 8, 44), todo lo que
promete es falsedad. No podremos ser buenos cristianos si no hay sinceridad con
nosotros mismos, con Dios y con los demás.
A
los hombres nos da miedo, a veces, la verdad porque es exigente y comprometida.
Existe la tentación de emplear el disimulo, la verdad a medias, la mentira
misma, a cambiar el nombre a los hechos. Para ser sinceros, el primer medio que
hemos de emplear es la oración: es segundo lugar, el examen de conciencia
diario, breve, pero eficaz, para conocernos. Después, la dirección espiritual y
la Confesión, abriendo de verdad el alma, diciendo toda la verdad. Si
rechazamos el demonio mudo tendremos alegría y paz en el alma.
III. Quienes nos rodean han
de sabernos personas veraces, que no mienten ni engañan jamás, leales y fieles:
la infidelidad es siempre un engaño, mientras que la fidelidad es una virtud
indispensable en la vida personal y social. Sobre ella descansan el matrimonio,
los contratos, la actuación de los gobernantes. El amor a la verdad nos llevará
a rectificar, si nos hubiéramos equivocado; a no formarnos juicios precipitados;
a buscar información objetiva, veraz y con criterio. Entonces se hará realidad
la promesa de Jesús: La verdad os hará libres (Juan 8, 32).
Textos basados en ideas
de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org