LA ALEGRÍA EN LA CRUZ
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Dominio público |
I. Alégrate,
Jerusalén; alegraos con ella todos los que la amáis, gozaos de su alegría...,
rezamos en la Antífona de entrada de la Misa: Laetare, Ierusalem...
La
alegría es una característica esencial del cristiano, y la Iglesia no deja de
recordárnoslo en este tiempo litúrgico para que no olvidemos que debe estar
presente en todos los momentos de nuestra vida. Existe una alegría que se pone
de relieve en la esperanza del Adviento, otra viva y radiante en el tiempo de
Navidad; más tarde, la alegría de estar junto a Cristo resucitado; hoy, ya
avanzada la Cuaresma, meditamos la alegría de la Cruz. Es siempre el mismo gozo
de estar junto a Cristo: «sólo de Él, cada uno de nosotros puede decir con
plena verdad, junto con San Pablo: Me amó y se entregó por mí (Gal 2, 20). De
ahí debe partir vuestra alegría más profunda, de ahí ha de venir también
vuestra fuerza y vuestro sostén. Si vosotros, por desgracia, debéis encontrar
amarguras, padecer sufrimientos, experimentar incomprensiones y hasta caer en
pecado, que rápidamente vuestro pensamiento se dirija hacia Aquel que os ama
siempre y que con su amor ilimitado, como de Dios, hace superar toda prueba,
llena todos nuestros vacíos, perdona todos nuestros pecados y empuja con
entusiasmo hacia un camino nuevamente seguro y alegre».
Este
domingo es tradicionalmente conocido con el nombre de Domingo
"Laetare", por la primera palabra de la Antífona de entrada. La
severidad de la liturgia cuaresmal se ve interrumpida en este domingo que nos
habla de alegría. Hoy está permitido que -si se dispone de ellos- los
ornamentos del sacerdote sean color rosa en vez de morados, y que pueda
adornarse el altar con flores, cosa que no se hace los demás días de Cuaresma.
La
Iglesia quiere recordarnos así que la alegría es perfectamente compatible con
la mortificación y el dolor. Lo que se opone a la alegría es la tristeza, no la
penitencia. Viviendo con hondura este tiempo litúrgico que lleva hacia la
Pasión -y por tanto hacia el dolor-, comprendemos que acercarnos a la Cruz
significa también que el momento de nuestra Redención se acerca, está cada vez
más próximo, y por eso la Iglesia y cada uno de sus hijos se llenan de alegría:
Laetare, alégrate, Jerusalén, y alegraos con ella todos los que la amáis.
La
mortificación que estaremos viviendo estos días no debe ensombrecer nuestra
alegría interior, sino todo lo contrario: debe hacerla crecer, porque nuestra
Redención se acerca, el derroche de amor por los hombres que es la Pasión se
aproxima, el gozo de la Pascua es inminente. Por eso queremos estar muy unidos
al Señor, para que también en nuestra vida se repita, una vez más, el mismo
proceso: llegar, por su Pasión y su Cruz, ala gloria y a la alegría de su
Resurrección.
II. Alegraos siempre
en el Señor, otra vez os digo: alegraos. Con una alegría que es equivalente a
felicidad, a gozo interior, y que lógicamente también se manifiesta en el
exterior de la persona.
«Como
es sabido, existen diversos grados de esta "felicidad". Su expresión
más noble es la alegría o "felicidad" en sentido estricto, cuando el
hombre, a nivel de sus facultades superiores, encuentra la satisfacción en la
posesión de un bien conocido y amado (...). Con mayor razón conoce la alegría y
felicidad espiritual cuando su espíritu entra en posesión de Dios, conocido y
amado como bien supremo e inmutable». Y continúa diciendo Pablo VI: «La
sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero
encuentra muy difícil engendrar la alegría. Porque la alegría tiene otro
origen: es espiritual. El dinero, el "confort", la higiene, la
seguridad material, no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la
aflicción, la tristeza, forman parte, por desgracia, de la vida de muchos».
El
cristiano entiende perfectamente estas ideas expresadas por el Romano
Pontífice. Y sabe que la alegría surge de un corazón que se siente amado por
Dios y que a su vez ama con locura al Señor. Un corazón que se esfuerza además
para que ese amor a Dios se traduzca en obras, porque sabe -con el refrán
castellano- que «obras son amores y no buenas razones». Un corazón que está en
unión y en paz con Dios, pues, aunque se sabe pecador, acude a la fuente del
perdón: Cristo en el sacramento de la Penitencia.
Al
ofrecerte, Señor, en la celebración gozosa del domingo, los dones que nos traen
la salvación, te rogamos nos ayudes... Los sufrimientos y las tribulaciones
acompañan a todo hombre en la tierra, pero el sufrimiento, por sí solo, no
transforma ni purifica; incluso puede ser causa de rebeldía y de desamor.
Algunos cristianos se separan del Maestro cuando llegan hasta la Cruz, porque
ellos esperan la felicidad puramente humana, libre de dolor y acompañada de
bienes naturales.
El
Señor nos pide que perdamos el miedo al dolor, a las tribulaciones, y nos
unamos a Él, que nos espera en la Cruz. Nuestra alma quedará más purificada,
nuestro amor más firme. Entonces comprenderemos que la alegría está muy cerca
de la Cruz. Es más, que nunca seremos felices si no nos unimos a Cristo en la
Cruz, y que nunca sabremos amar si a la vez no amamos el sacrificio. Esas
tribulaciones, que con la sola razón parecen injustas y sin sentido, son
necesarias para nuestra santidad personal y para la salvación de muchas almas.
En
el misterio de la corredención, nuestro dolor, unido a los sufrimientos de
Cristo, adquiere un valor incomparable para toda la Iglesia y para la humanidad
entera. El Señor nos hacer ver, si acudimos a Él con humildad, que todo
-incluso aquello que tiene menos explicación humana- concurre para el bien de
los que aman a Dios. El dolor, cuando se le da su sentido, cuando sirve para
amar más, produce una íntima paz y una profunda alegría. Por eso, el Señor en
muchas ocasiones bendice con la Cruz.
Así
hemos de recorrer «el camino de la entrega: la Cruz a cuestas, con una sonrisa
en tus labios, con una luz en tu alma».
III.
El cristiano se da a Dios y a los demás, se mortifica y se exige, soporta las
contrariedades... y todo eso lo hace con alegría, porque entiende que esas
cosas pierden mucho de su valor si las hace a regañadientes: Dios ama al que da
con alegría. No nos tiene que sorprender que la mortificación y la penitencia
nos cuesten; lo importante es que sepamos encaminarnos hacia ellas con
decisión, con la alegría de agradar a Dios, que nos ve. «"¿Contento?"
-Me dejó pensativo la pregunta.
»-No
se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente -en
el corazón y en la voluntad- al saberse hijo de Dios». Quien se siente hijo de
Dios, es lógico que experimente ese gozo interior.
La
experiencia que nos transmiten los santos es unánime en este sentido. Bastaría
recordar la confidencia que hace el apóstol San Pablo a los de Corinto: ...
estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones. Y
conviene recordar que la vida de San Pablo no fue fácil ni cómoda: Cinco veces
recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno; tres veces fui azotado con
varas; una vez fui lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé
náufrago en alta mar; en mis frecuentes viajes sufrí peligros de ríos, peligros
de ladrones, peligros de los de mi raza, peligros de los gentiles, peligros en
ciudad, peligros en despoblado, peligros en el mar, peligros entre falsos
hermanos; trabajos y fatigas, frecuentes vigilias, con hambre y sed, en
frecuentes ayunos, con frío y desnudez.
Pues
bien, con todo lo que acaba de enumerar, San Pablo es veraz cuando nos dice:
estoy lleno de consuelo, reboso de gozo en todas nuestras tribulaciones.
Tenemos cerca la Semana Santa y la Pascua, y por tanto el perdón, la
misericordia, la compasión divina, la sobreabundancia de la gracia. Unas
jornadas más, y el misterio de nuestra salud quedará consumado. Si alguna vez
hemos tenido miedo a la penitencia, a la expiación, llenémonos de valor,
pensando en que el tiempo es breve y el premio grande, sin proporción con la
pequeñez de nuestro esfuerzo.
Sigamos
con alegría a Jesús, hasta Jerusalén, hasta el Calvario, hasta la Cruz. Además,
«¿no es verdad que en cuanto dejas de tener miedo a la Cruz, a eso que la gente
llama cruz, cuando pones tu voluntad en aceptar la Voluntad divina, eres feliz,
y se pasan todas las preocupaciones, los sufrimientos físicos o morales?».
Textos
basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente:
Almudi.org