Este 28 de marzo, en la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa Santa Marta, el Santo Padre renovó su oración por las familias que comienzan a sufrir las consecuencias de la pandemia del Covid-19
En su homilía recordó a los sacerdotes y las religiosas
que no han olvidado que pertenecen al pueblo y que siguen ayudando a los pobres
y a los enfermos durante este período.
Ayer se celebró la 20ª Misa en directo desde la capilla
de la Casa Santa Marta (video integral) presidida por el Papa
Francisco tras la suspensión, en Italia y en otros países, de la celebración
Eucarística con la participación de los fieles a causa de la pandemia de
coronavirus. El Papa leyó la antífona de entrada: “Las olas de la muerte me
envolvieron y me cercaron los lazos del abismo; en mi angustia invoqué al
Señor, y él escuchó mi voz desde su templo” (Sal 17, 5-7). En la intención de
oración, dirigió su pensamiento a los que empiezan a sufrir las consecuencias
económicas de esta crisis sanitaria:
“En estos días, en algunas partes del mundo, se han
evidenciado – algunas consecuencias – de la pandemia; una de ellas es el
hambre. Se comienza a ver gente que tiene hambre, porque no pueden trabajar,
porque no tienen un trabajo fijo y por muchas circunstancias. Ya estamos
empezando a ver el ‘después’, que vendrá más tarde pero comienza ahora. Rezamos
por las familias que empiezan a sentir la necesidad debido a la pandemia”.
En su homilía, comentando el Evangelio de hoy (Jn 7,
40-53), Francisco afirmó con fuerza que los sacerdotes y las hermanas hacen
bien en ensuciarse las manos ayudando a los pobres y a los enfermos, incluso en
este tiempo. La "clase" sacerdotal nunca debe convertirse en una
élite encerrada en un servicio religioso alejado del pueblo, nunca debe olvidar
que pertenece al pueblo y servirlo.
A continuación el texto de la homilía según nuestra
transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir la Santa Misa desde
nuestro canal de Youtube:
"Y todos volvieron a su casa" (Jn. 7:53):
después de la discusión y todo esto, todos volvieron a sus convicciones. Hay
una ruptura en el pueblo: el pueblo que sigue a Jesús lo escucha – no se da
cuenta de cuánto tiempo pasa escuchándolo, porque la Palabra de Jesús entra en
sus corazones – y el grupo de doctores de la Ley que a priori rechazan a Jesús
porque no obra según la ley, según ellos. Son dos grupos de personas.
El pueblo
que ama a Jesús, lo sigue y el grupo de intelectuales de la Ley, los líderes de
Israel, los líderes del pueblo. Está claro que cuando los guardias volvieron a
los jefes de los sacerdotes y dijeron: "¿Por qué no lo han traído
aquí?", los guardias respondieron: "Nunca un hombre ha hablado así.
Pero los fariseos les respondieron: "¿También ustedes se han dejado
engañar? ¿Alguno de los líderes de los fariseos creía en él? Pero los que no
conocen la Ley son malditos" (Jn 7, 45-49).
Este grupo de doctores de la
Ley, la élite, siente desprecio por Jesús. Pero también, desprecian al pueblo,
"esa gente", que es ignorante, que no sabe nada. El santo pueblo fiel
de Dios cree en Jesús, lo sigue, y este pequeño grupo de élite, los Doctores de
la Ley, se separan del pueblo y no reciben a Jesús. ¿Pero cómo es que, si estos
eran ilustres, inteligentes, habían estudiado? Pero tenían un gran defecto:
habían perdido la memoria de su pertenencia a un pueblo.
El pueblo de Dios sigue a Jesús... no pueden explicar
por qué, pero lo siguen y llegan al corazón, y no se cansan. Pensemos en el día
de la multiplicación de los panes: pasaron todo el día con Jesús, hasta el
punto de que los apóstoles le dicen a Jesús: "Déjalos que se vayan y
compren comida" (Cf. Mc 6,36). Incluso los apóstoles tomaron distancia, no
consideraron, no despreciaron, pero no consideraron al pueblo de Dios.
"Déjalos ir y comer. La respuesta de Jesús: "Denles ustedes de
comer" (CFR. Mc 6,37). Los devuelve al pueblo.
Esta ruptura entre la élite de los líderes religiosos
y el pueblo es una tragedia que viene de lejos. Pensemos también, en el Antiguo
Testamento, en la actitud de los hijos de Elí en el templo: se sirvieron del
pueblo de Dios; y si algunos de ellos, un poco ateos, venían a cumplir la Ley,
decían: "Son supersticiosos". Desprecio por el pueblo. El desprecio
de la gente "que no está educada como nosotros que hemos estudiado, que
sabemos...". En cambio, el pueblo de Dios tiene una gran gracia: su
sentido del olfato. El olfato de saber dónde está el Espíritu. Es un pecador,
como nosotros: es un pecador. Pero tienen esa sensación de conocer los caminos
de la salvación.
El problema de las élites, de los clérigos de élite
como estos, es que habían perdido la memoria de su pertenencia al Pueblo de
Dios; se volvieron sofisticados, pasaron a otra clase social, se sintieron líderes.
Es el clericalismo lo que ya existía. "¿Pero cómo es que - he oído en
estos días - cómo es que estas monjas, estos sacerdotes que están sanos van a
los pobres a alimentarlos, y pueden coger el coronavirus? ¡Pero dile a la Madre
Superiora que no deja salir a las monjas, dile al obispo que no deja salir a
los sacerdotes! ¡Son para los sacramentos! Pero aliméntalos, ¡deja que el
gobierno provea!". De eso se habla hoy en día: del mismo argumento.
"Son gente de segunda clase: somos la clase dirigente, no debemos
ensuciarnos las manos con los pobres".
Muchas veces pienso: son buenas personas - sacerdotes,
monjas - que no tienen el valor de ir a servir a los pobres. Falta algo. Lo que
faltaba a estas personas, a los doctores de la ley. Perdieron su memoria, perdieron
lo que Jesús sentía en sus corazones: que eran parte de su pueblo. Han perdido
la memoria de lo que Dios le dijo a David: "Te tomé de la grey". Han
perdido la memoria de ser parte de la grey.
Y estos, cada uno, cada uno regresó a casa (cf. Jn 7,
53). Una ruptura. Nicodemo, que vio algo - era un hombre inquieto, quizás no
tan valiente, demasiado diplomático, pero inquieto - fue a Jesús entonces, pero
fue fiel con lo que pudo; trató de mediar y toma de la Ley: "¿Nuestra Ley
juzga a un hombre antes de que lo hayamos escuchado y sepamos lo que
hace?". (Jn 7, 51). Le respondieron, pero no contestaron a la pregunta
sobre la Ley: "¿Eres tú también de Galilea? Estudia. Ustedes son
ignorantes y verán que de Galilea no hay profeta" (Jn 7, 52). Y así
terminaron la historia.
Pensemos también hoy en tantos hombres y mujeres
cualificados para el servicio de Dios que son buenos y van a servir al pueblo;
tantos sacerdotes que no se separan del pueblo. Anteayer recibí una fotografía
de un sacerdote, un párroco de montaña, de muchos pequeños pueblos, en un lugar
donde nieva, y en la nieve llevaba la custodia a los pequeños pueblos para dar
la bendición. No le importaba la nieve, no le importaba el ardor que el frío le
hacía sentir en sus manos en contacto con el metal de la custodia: sólo le
importaba llevar a Jesús a la gente.
Pensemos, cada uno de nosotros, de qué lado estamos,
si estamos en el medio, un poco indecisos, si estamos con el sentimiento del
pueblo de Dios, el pueblo fiel de Dios que no puede fallar: tienen esa infalibilitas en
creer. Y pensamos en la élite que se separa del pueblo de Dios, en ese
clericalismo. Y quizás el consejo que Pablo da a su discípulo, el joven obispo,
Timoteo, nos sirva a todos: "Acuérdate de tu madre y de tu abuela"
(Cf. 2 Tim 1,5) Acuérdate de tu madre y de tu abuela. Si Pablo aconsejó esto
fue porque conocía bien el peligro al que conducía este sentido de élite en
nuestro liderazgo.
Antes de concluir la Misa, el Papa exhortó a la
Comunión espiritual en este difícil momento debido a la pandemia del
coronavirus, y terminó la celebración con la adoración y la bendición
Eucarística.
“A tus pies, oh Jesús mío, me postro y te ofrezco el
arrepentimiento de mi corazón contrito que se abandona en su nada y en Tu santa
presencia. Te adoro en el sacramento de tu amor, deseo recibirte en la pobre
morada que mi corazón te ofrece. En espera de la felicidad de la comunión
sacramental, quiero tenerte en espíritu. Ven a mí, oh Jesús mío, que yo vaya
hacia Tí. Que tu amor pueda inflamar todo mi ser, para la vida y para la
muerte. Creo en Ti, espero en Ti, Te amo. Que así sea”.
Vatican News