Imágenes,
signos y palabras de la oración por el mundo que Francisco quiso celebrar para
implorar el fin de la pandemia
El Santo Padre Francisco besa con devoción el Crucifijo milagroso que liberó a Roma
de la Gran Peste en 1522. (ANSA)
|
El
protagonista de la oración que en la tarde del 27 de marzo -anticipo del
Viernes Santo - celebró el Papa Francisco en una plaza vacía de San Pedro
sumida en un silencio irreal, fue Él. El Crucifijo, con la lluvia torrencial
que irrigó su cuerpo, añadiendo a la sangre pintada en la madera el agua que el
Evangelio nos dice que brotó de la herida infligida por la lanza.
Ese
Cristo Crucificado que sobrevivió al fuego, que los romanos llevaron en
procesión contra la peste; ese Cristo Crucificado que San Juan Pablo II abrazó
durante la liturgia penitencial del Jubileo del 2000, fue el protagonista
silencioso e inerme en el centro del espacio vacío. Incluso María, Salus populi
Romani, encapsulada en la vitrina plástica que se había vuelto opaca debido a
la lluvia, pareció que cedía el paso, casi desapareciendo, humildemente, ante
Él, levantado en la cruz por la salvación de la humanidad.
El
Papa Francisco parecía pequeño, y aún más curvado al subir los escalones del
atrio, no sin esfuerzo y en soledad, haciéndose intérprete de los dolores del
mundo para ofrecerlos al pie de la Cruz: “Maestro, ¿no te importa que estemos
perdidos?” La angustiosa crisis que estamos experimentando con la pandemia
“desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y
superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas,
nuestros proyectos, rutinas y prioridades" y “ahora, mientras estamos en
mares agitados, te suplicamos: ¡Despierta, Señor!”
La
sirena de una ambulancia, una de las muchas que en estas horas cruzan nuestros
barrios para ayudar a los nuevos contagiados, acompañó con las campanas el
momento de la bendición eucarística Urbi et orbi, cuando el Papa, aun solo,
reapareció en la plaza desierta y azotada por la lluvia, trazando la señal de
la cruz con la custodia. Una vez más, el protagonista fue Él, ese Jesús que
inmolándose quiso hacerse alimento para nosotros y que también hoy nos repite:
"¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?... No tengáis miedo".
Andrea
Tornielli
Vatican
News