Durante la misa de la mañana en Santa Marta el Papa
agradeció a los médicos, enfermeras y sacerdotes involucrados en el cuidado de
los enfermos de Covid-19: un ejemplo de heroísmo. En su homilía advirtió contra
el pecado de la pereza
En la misa de hoy en Santa Marta, el Papa rezó por el
personal sanitario y los sacerdotes que atienden a los pacientes con
coronavirus, poniendo sus vidas en riesgo. Hasta la fecha, 24 médicos han
muerto en su trabajo junto con los afectados por el Covid-19. Casi cinco mil trabajadores
de la salud están contagiados. Cerca de 50 sacerdotes murieron como resultado
de esta epidemia. Estas fueron sus palabras al principio de la celebración:
Recibí la noticia de que en estos días algunos
médicos, sacerdotes, no sé si algunas enfermeras, se contagiaron, se llevaron
el mal porque estaban sirviendo a los enfermos. Rezamos por ellos, por sus
familias, y agradezco a Dios el ejemplo de heroicidad que nos dan en el sanar a
los enfermos.
En su homilía, comentando el Evangelio (Jn 5:1-16) en
el que Jesús curó a un enfermo en una piscina de Betesdá, destacó el peligro de
un pecado particular: la pereza. A continuación el texto de la homilía según
nuestra transcripción:
La liturgia de hoy nos hace reflexionar sobre el agua,
el agua como símbolo de salvación, porque es un medio de salvación, pero el
agua también es un medio de destrucción: pensemos en el Diluvio... Pero en
estas lecturas, el agua es para la salvación. En la primera lectura, es agua
que lleva a la vida, que cura las aguas del mar, un agua nueva que cura. Y en
el Evangelio, la piscina, esa piscina donde iban los enfermos, llena de agua,
para curarse, porque se decía que de vez en cuando las aguas se movían, como si
fuera un río, porque un ángel bajaba del cielo para moverlas, y el primero, o
los primeros, que se arrojaban al agua, se curaban.
Y muchos - como dice Jesús - muchos enfermos, “yacía
una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos”, allí, esperando la
curación, que el agua se moviese. Había un hombre que había estado enfermo
durante 38 años. 38 años allí, esperando la cura. Hace pensar, ¿no? Es un poco
demasiado... porque un hombre que quiere curarse se las arregla para tener a
alguien que le ayude, se mueve, es un poco rápido, incluso un poco astuto...
pero éste, 38 años allí, hasta el punto de que no se sabe si está enfermo o
muerto... Jesús, viéndolo yacer allí, y conociendo la realidad, que estaba allí
desde hacía mucho tiempo, le dijo: "¿Quieres curarte? Y la respuesta es
interesante: no dice que sí, se lamenta. ¿De la enfermedad? No. El enfermo
respondió: Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el
agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo”. Jesús le dijo: “Levántate,
toma tu camilla y anda”. Al momento el hombre quedó curado.
Nos hace pensar, la actitud de este hombre. ¿Estaba
enfermo? Sí, tal vez tenía alguna parálisis, pero parece que podía caminar un
poco. Pero estaba enfermo en su corazón, estaba enfermo en su alma, estaba
enfermo de pesimismo, estaba enfermo de tristeza, estaba enfermo de pereza.
Esta es la enfermedad de este hombre: "Sí, quiero vivir, pero...", se
quedaba allí.
En cambio la respuesta es: "¡Sí, quiero
curarme!" No, él se lamenta: "Los otros son los primeros, siempre los
otros". La respuesta a la oferta de Jesús de sanación es un lamento contra
los demás. Y así, 38 años lamentándose de los demás. Y no haciendo nada para
sanar.
Fue un sábado: oímos lo que hicieron los doctores de
la Ley. Pero la clave es el encuentro con Jesús después. Lo encontró en el
Templo y le dijo: “Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a
suceder algo peor”. El hombre estaba en pecado, pero no estaba allí porque
había hecho uno grande, no. El pecado de sobrevivir y lamentarse de la vida de
los demás: el pecado de la tristeza que es la semilla del diablo, de esa
incapacidad de tomar una decisión sobre la propia vida, pero sí, mirando la
vida de los demás para lamentarse. No para criticarlos: para lamentarse.
"Ellos van primero, soy la víctima de esta vida": los lamentos,
respiran lamentos estas personas.
Si hacemos una comparación con el ciego de nacimiento
que escuchamos el domingo pasado, el otro domingo: ¡con cuánta alegría, con
cuánta decisión había acogido la sanación, y también con cuánta decisión fue a
discutir con los doctores de la Ley! Sólo fue y les informó: "Sí,
aquel". Punto. Sin compromiso con la vida... Me hace pensar en tantos de
nosotros, tantos cristianos que viven en este estado de pereza, incapaces de
hacer nada más que quejarse de todo.
Y la pereza es un veneno, es una niebla que rodea el
alma y no la hace vivir. Y también es una droga porque si la pruebas a menudo,
te gusta. Y terminas siendo un "triste-adicto", un
"perezoso-adicto"... Es como el aire. Y este es un pecado bastante
habitual entre nosotros: tristeza, pereza, no quiero decir melancolía, pero se
acerca.
Nos hará bien releer este capítulo 5 de Juan para ver
cómo es esta enfermedad en la que podemos caer. El agua está para salvarnos.
"Pero no puedo salvarme a mí mismo". "¿Por qué?" -
"Porque otras personas tienen la culpa". Y me quedo 38 años allí...
Jesús me curó: ¿no ves la reacción de los demás que se curan, que toman la
camilla y bailan, cantan, dan gracias, se lo dicen a todo el mundo? No: él
sigue. Los otros le dicen que no debe hacerse, él dice: "Pero aquel que me
curó me dijo que sí", y sigue. Y entonces, en lugar de ir a Jesús, darle
las gracias y todo, informa: "Fue aquel". Una vida gris, pero gris de
este espíritu maligno que es pereza, tristeza, melancolía.
Pensemos en el agua, en esa agua que es un símbolo de
nuestra fuerza, de nuestra vida, el agua que Jesús usó para regenerarnos, el
bautismo. Y pensemos también en nosotros, si uno de nosotros tiene el peligro de
caer en esta pereza, en este pecado neutro: el pecado del neutro es éste, ni
blanco ni negro, no se sabe qué es. Y este es un pecado que el diablo puede
usar para aniquilar nuestra vida espiritual y también nuestras vidas como
personas.
Que el Señor nos ayude a entender lo feo y lo malo que
es este pecado.
Finalmente, el Papa concluyó la celebración con la
adoración y la bendición eucarística, invitando a hacer la comunión
espiritual. Esta es la oración recitada por el Papa:
Jesús mío, creo que estás realmente presente en el
Santísimo Sacramento del altar. Te amo por encima de todas las cosas y te deseo
en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos
espiritualmente a mi corazón. Como ya venido, te abrazo y me uno a Ti. No permitas
que nunca me separe de Ti.
Vatican
News