¿A QUÉ EDAD SE DEBE FAMILIARIZAR A LOS NIÑOS CON LA ORACIÓN?

Rezar con su hijo es un paso esencial para despertar su fe, como todos los padres sabrán. ¿Pero a qué edad es capaz un niño de rezar?

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Un bebé comienza a relacionarse con aquellos que lo aman desde su nacimiento, e incluso antes. Así, entra en una relación con Dios desde el momento de la concepción. Si la oración fuera una cuestión de aptitud, la edad de la primera oración se habría establecido, por ejemplo, en el momento en el que el niño supiera hablar, o en el comienzo del catecismo. Pero la oración es una relación de amor. Rezar, de hecho, es entrar en una relación con Dios: hablarle, escucharle.

Por lo tanto, es muy simple… tan simple como hablar con un amigo, sobre todo porque el Amigo en cuestión está siempre disponible y nos escucha con extrema atención e infinito amor. Pero, al mismo tiempo, es bastante difícil, porque no lo vemos con los ojos y no lo oímos con nuestros oídos. Y sin embargo, Él está ahí. En cada oración está lo que hacemos, nuestro silencio, nuestras palabras, nuestros gestos, nuestras distracciones o nuestro fervor, y lo que hace Dios. Eso es lo más importante: lo que Dios hace.

Empieza a rezar con tu hijo desde el nacimiento

No esperas a que el niño pueda hablar para decirle tu amor: ¡bien! Dios tampoco. Así que puedes rezar con tu hijo desde el momento en que nace. Cuando rezas con tu bebé (o delante de él), Dios obra realmente: mira a tu hijo, lo ama, se comunica con él.

El problema es que tendemos a pensar en la oración como algo abstracto o como una calle con un solo sentido, donde solo importa lo que hace el hombre. “Puesto que el niño no puede ver a Dios, ¿cómo se dará cuenta de su presencia?”, se preguntan los padres. La respuesta es simple: al verte y oírte rezar, se convierte en testigo de tu oración, descubre con toda naturalidad que hay alguien ahí, a quien le hablas y a quien escuchas en silencio.

Es un poco como cuando hablas por teléfono delante de él: antes de que sepa cómo usar el teléfono, entenderá que hay alguien al otro lado de la línea y que no estás hablando solo. Este es el primer y más importante acercamiento a la oración, mucho antes de que el niño pueda hablar o hacer la señal de la cruz.

No existe una manera “correcta” de rezar con un niño pequeño

Nuestras palabras y actitudes son importantes, ya que son las que nos ayudarán a estar en la presencia de Dios: por esta razón, aprender a rezar también implica la adquisición de palabras y gestos. Pero el lenguaje de la oración es como la lengua materna: se aprende por imitación, escuchando y repitiendo, al principio torpemente, sin comprenderlo todo, y luego de una manera cada vez más elaborada y reflexiva. El niño que te escucha cada noche recitando el Padre Nuestro y el Ave María no necesita aprender estas oraciones: con el tiempo se grabarán en su corazón.

El valor de la oración no se mide por la apariencia, no lo olvides nunca. Algunos niños sabios serán particularmente dóciles y recogidos, entrando fácilmente en lo que se les pide en el momento de la oración. Otros parecerán burlarse, no se quedarán quietos y se reirán cada tres palabras. Este último no será necesariamente menos religioso que el primero. Por mucho que no no satisfagan sus abucheos, tampoco debemos preocuparnos. El objetivo no es convertirlos en niños perfectos, sino ayudarlos a ponerse en la presencia de Dios. En general, funciona mejor enseñarles eso con el recogimiento en la oración que imponiéndoles una disciplina.

No existe una manera “correcta” de rezar con un niño pequeño: hay tantas maneras como niños. No se trata de reproducir en tu casa lo que se hace en las demás, sino de encontrar, para cada uno de tus hijos, lo que le permitirá crecer en el amor de Dios. Por mucho que puedan llegarte consejos de unos e otros, al final eres tú el que estás en la mejor posición para elegir lo conveniente. Y esto evolucionará con el paso del tiempo.

Tal vez decidas, a veces, sustituir la oración familiar por una oración con cada niño, justo antes de dormir, o por el contrario, te rendirás por un tiempo, sin imponer nada al niño, contentándote con rezar delante de él. Pero tal vez también te induzca a prolongar un tiempo de adoración silenciosa mucho más allá de lo que habías planeado. Y así descubrirás que en los caminos de la oración son a menudo nuestros hijos los que nos guían.

Christine Ponsard

Fuente: Aleteia