«Todas las personas
tienen el mismo valor», aunque su piel tenga un color distinto. En Estados
Unidos, donde hay personas que no entienden esto, la Iglesia ha sacado el
libro Todo el mundo encaja para explicárselo a los niños
«Marchaos
a casa» ponía en el grafiti que la familia de Ray
se
encontró un día al llegar a su nuevo hogar. Foto: Loyola Press
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Sam y Ray eran muy buenos
amigos. Iban juntos al colegio en un pueblo de Estados Unidos y jugaban en el
mismo equipo de fútbol americano. Por eso, cuando la familia de Ray se mudó a
la misma calle en la que vivía Sam, los dos chicos estaban muy contentos.
Todo
era perfecto hasta que un día alguien hizo una pintada en casa de Ray:
«Marchaos a casa». Fue un momento muy duro.
«¿Qué casa?», se preguntó
entonces Ray, enfadado. Su padre le contó que ellos venían del Congo, y que
cuando nació él habían estado en un campo de refugiados de Uganda. Habían
construido su hogar en un nuevo país. Pero alguien pensaba que, por ser negros,
no tenían sitio allí.
Así empieza el cuento Todo
el mundo encaja. Lo han publicado los obispos de Estados Unidos. En este
país, es frecuente que haya ataques racistas, e incluso que mueran personas
afroamericanas o de otras razas. A veces también ha habido grandes
manifestaciones, disturbios y peleas en las calles. En 2017, preocupados por
este problema, los obispos crearon un comité para luchar contra el racismo. Al
año siguiente el comité publicó una carta, que invitaba a «abrir de par en par
el corazón» a todos. La carta explicaba que el racismo es un pecado porque
significa odiar por su color de piel a una persona que es hija de Dios. También
hay un día al año para rezar para que se acabe esta forma de discriminación.
Problemas en el colegio
Pero en el comité se dieron
cuenta de que había que hacer algo para los niños. «Los prejuicios y las ideas
racistas suelen formarse cuando uno es joven. Por eso es importante enseñar
desde muy pronto que todas las personas tienen el mismo valor», explica
Danielle Brown, subdirectora del comité. Es ella quien ha organizado la
publicación del libro. Además, «también los niños pueden sufrir racismo de formas
muy diferente».
Uno de los lugares donde es
más fácil que esto ocurra es en el colegio. Hasta en escuelas católicas,
desgraciadamente. «Esto les afecta a ellos de forma especial, porque puede
dañar la forma en la que se ven a sí mismos o cómo se verán en el futuro». Por
ejemplo, pueden terminar pensando que valen menos que los demás, que son menos
listo que los niños blancos. O si se meten con ellos por venir de un país donde
se habla otra lengua o porque todavía no habla bien la de los demás, quizá termine
dándoles vergüenza utilizar su idioma materno.
sPor eso,
es muy importante que cualquier niño que sufra un insulto o alguna otra forma
de violencia racista «se lo cuente en seguida a algún adulto en el que confíe»,
como sus padres o algún maestro, catequista o monitor, explica Danielle. «Esos
adultos deben ayudarle a darse cuenta de que Dios lo quiere» sin importar el
color de su piel y de que, «delante de Jesús, él tiene mucho valor».
Todo el mundo encaja tiene
además otra meta: que los niños sepan defender a quienes sufren esta forma de
discriminación. Es lo que hace Sam en el libro: además de trabajar con sus
compañeros del colegio para hacer una campaña contra el racismo, tiene que
plantar cara a una persona cercana a él que también tiene estas ideas.
Daniel nos dice que, además
de contárselo siempre todo a un adulto de confianza, «un niño un poco más mayor
ya puede intervenir él y decir que todos tenemos el mismo valor. También puede
buscar formas de extender este mensaje entre sus amigos». El último consejo es
«rezar por quien haya hecho ese comentario racista», porque el miedo y el odio
a los demás puede nacer de heridas que hay en el corazón, y hay que pedirle a
Dios que las cure.
María Martínez López
Fuente: Alfa y Omega