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Dominio público |
II. Cristo
remedia nuestros males. Eficacia del sacramento de la Penitencia.
III. Esperanza
en el Señor cuando sentimos las propias flaquezas. No tienen necesidad de
médico los sanos sino los enfermos. Esperanza en el apostolado.
«Después de esto, salió
y vio a un publicano de nombre Leví, sentado en el telonio y le dijo: Sígueme.
Y dejadas todas las cosas se levantó y le siguió. Y Leví preparó en su casa un
gran banquete para él; había un gran número de publicanos y de otros que le
acompañaban a la mesa. Y murmuraban los fariseos y sus escribas decían a los
discípulos de Jesús: ¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores? Y
respondiendo Jesús, les dijo: No tienen necesidad de médico los que están
sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores a la penitencia». (Lucas 5, 27-32).
I.
Los fariseos se escandalizan al ver a Jesús sentado a la mesa con gran número
de recaudadores y otros, y preguntan a sus discípulos: ¿Cómo es que coméis y bebéis
con publicanos y pecadores? Jesús replicó a los fariseos con estas consoladoras
palabras: No necesitan de médico lo sanos, sino los enfermos.
No
he venido llamar a los justos, sino a los pecadores para que se conviertan
(Lucas 5, 31-32). Jesús viene a ofrecer su reino a todos los hombres, su misión
es universal: viene para todos, pues todos andamos enfermos y somos pecadores;
nadie es bueno, sino uno, Dios (Marcos 10, 18). Todos debemos acudir a la
misericordia y al perdón de Dios para tener vida (Juan 10, 28) y alcanzar la
salvación.
Las
palabras del Señor que se nos presenta como Médico nos mueven a pedir perdón
con humildad y confianza por nuestros pecados y también por los de aquellas
personas que parecen querer seguir viviendo alejadas de Dios.
II.
Cristo es el remedio de nuestros males: todos andamos un poco enfermos y por
eso tenemos necesidad de Cristo. Debemos ir a Él como el enfermo va al médico,
diciendo la verdad de lo que le pasa, con deseos de curarse. Señor, si quieres,
puedes curarme (Mateo 8, 2). Unas veces, el Señor actuará directamente en
nuestra alma: Quiero, sé limpio (Mateo 8, 3), sigue adelante, sé más humilde,
no te preocupes.
En
otras ocasiones, siempre que haya pecado grave, el Señor dice: Id y mostraos a
los sacerdotes (Lucas 17, 14), al sacramento de la penitencia, donde el alma
encuentra siempre la medicina oportuna. Contamos siempre con el aliento y la
ayuda del Señor para volver y recomenzar.
III.
Si alguna vez nos sintiéramos especialmente desanimados por alguna enfermedad espiritual
que nos pareciera incurable, no olvidemos estas palabras consoladoras de Jesús:
Los sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Todo tiene remedio. Él está
siempre muy cerca de nosotros, pero especialmente en esos momentos, por muy
grande que haya sido la falta, aunque sean muchas las miserias. Basta ser
sincero de verdad.
No
lo olvidemos tampoco si alguna vez en nuestro apostolado personal nos pareciera
que alguien tiene una enfermedad del alma sin aparente solución. Sí la hay;
siempre. Quizá el Señor espera de nosotros más oración y mortificación, más
comprensión y cariño. Muchos de los que estaban con Jesús en aquel banquete se
sentirían acogidos y comprendidos y se convertirían a Él de todo corazón. No lo
olvidemos en nuestro apostolado personal.
Textos
basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente:
Almudi.org