LA DIGNIDAD DEL TRABAJO
II. Prestigio
profesional. La pereza, el gran enemigo del trabajo.
III. Virtudes
del trabajo bien realizado.
«Llamando de nuevo a la
muchedumbre, les decía: Escuchadme todos y entended: nada hay fuera del hombre
que, al entrar en él, pueda hacerlo impuro; las cosas que salen del hombre,
ésas son las que hacen impuro al hombre.
Y cuando entró en casa, alejado ya de la muchedumbre, sus discípulos le
preguntaban el sentido de la parábola. Y les dice: ¿así que también vosotros
sois incapaces de entender? ¿No sabéis que todo lo que entra en el hombre no
puede hacerlo impuro, porque no entra en su corazón sino en su vientre, y va a
la cloaca? De este modo declaraba puros todos los alimentos. Pues decía: Lo que
sale del hombre, eso hace impuro al hombre. Porque del interior del corazón de
los hombres proceden los malos pensamientos, fornicaciones, hurtos, homicidios,
adulterios, codicias, maldades, fraude, deshonestidad, envidia, blasfemia,
soberbia, insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior y hacen
impuro al hombre» (Marcos 7,14-23).
I. El Señor, que había
hecho al hombre a su imagen y semejanza (Génesis 1, 27), quiso que participase
en su poder creador, transformando la materia, descubriendo los tesoros que
encerraba, y que plasmase la belleza en obras de sus manos. El trabajo no fue
un castigo, ya que el hombre fue creado ut operaretur. El trabajo es un medio
por el que el hombre se hace partícipe de la creación, y por tanto, no sólo es
digno, sino que es un instrumento para conseguir la perfección humana y la
perfección sobrenatural (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Carta).
El
pecado original añadió al trabajo la fatiga, pero sigue siendo un don divino, y
“una bendición, un bien que corresponde a la dignidad del hombre y la aumenta”
(M. SCHMAUS, Teología dogmática). El trabajo adquirió con Cristo, en sus años
de vida oculta en Nazaret y en los tres años de ministerio público, un valor
redentor. El sudor y la fatiga, ofrecidos con amor, se vuelven tesoros de
santidad. Examinemos hoy en la oración si nos quejamos con frecuencia en el
trabajo; si ofrecemos el cansancio; si en la fatiga encontramos la
mortificación que nos purifica.
II. Para el cristiano, el
trabajo bien acabado es ocasión de un encuentro personal con Jesucristo, y
medio para que todas las realidades de este mundo estén informadas por el
espíritu del Evangelio. El trabajo negligente ofende en primer lugar la propia
dignidad de la persona y la de aquellos a quienes se destinan los frutos de esa
tarea mal realizada.
El
gran enemigo del trabajo es la pereza. Quienes queremos imitar a Cristo debemos
esforzarnos por adquirir una adecuada preparación profesional, que luego
continuamos en el ejercicio de nuestra profesión u oficio. Miremos a Jesús
mientras realiza su trabajo en el taller de José, y preguntémonos hoy si se nos
conoce en nuestro amiente por el trabajo bien hecho que realizamos.
III. El prestigio profesional
tiene repercusiones inmediatas en las personas a quienes tratamos, pues cuando
tratamos de acercarlas a Dios, nuestra palabra tendrá peso y autoridad. Junto
al prestigio profesional, el Señor nos pide otras virtudes: espíritu de
servicio amable y sacrificado, sencillez y humildad, y serenidad, para que la
tarea intensa no se convierta en activismo.
El
trabajo intenso no debe llenar el día de tal manera que ocupe el tiempo
dedicado a dios, a la familia, a los amigos..., sería un síntoma claro de que
no nos estamos santificando y solamente nos buscamos a nosotros mismos.
Acudamos
a José para que nos enseñe a trabajar con rectitud de intención, y junto a él,
encontraremos a María.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org