VIVIR EN SOCIEDAD
II. Caridad y
solidaridad humana. Consecuencias en la vida de un cristiano.
III. Contribución
al bien común.
“Después de atravesar el lago, llegaron a
Genesaret y atracaron allí. Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida
a Jesús, y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los
enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba. En todas partes donde
entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le
rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo
tocaban quedaban curados” (Marcos 6,53-56).
I. Después de la creación del mundo, Dios creó al hombre a su
imagen y semejanza, lo enriqueció con dones y privilegios sobrenaturales, lo
destinó a una felicidad eterna e inefable y ordenó su naturaleza de modo que
naciera inclinado a asociarse y a unirse a otros en la sociedad doméstica y en
la sociedad civil, que le proporciona lo necesario para la vida (LEÓN XIII,
Immortale Dei). Esta convivencia es fuente de bienes, pero también de
obligaciones en las diferentes esferas en las que tiene lugar nuestra
existencia.
Estas
obligaciones revisten un carácter moral por la relación del hombre a su último
fin. Su observancia o su incumplimiento nos acerca o nos separa del Señor. Son
materia de examen de conciencia. Examinemos hoy en este rato de oración si
vivimos abiertos a los demás, pero particularmente a quienes el Señor ha puesto
a nuestro lado.
II. La noche antes de su Pasión, el Señor nos dejó un
mandamiento nuevo, para superar, si fuera necesario heroicamente, los agravios,
el rencor..., y todo lo que es causa de separación. Éste es mi mandamiento: que
os améis los unos a los otros, como yo os he amado (Juan 15, 12), es decir, sin
límites, y sin que nada sirva de excusa para la indiferencia. La sociedad, al
ser más cristiana por nuestras obras, se vuelve más humana.
Parte
importante de la moral son los deberes que hacen referencia al bien común de
todos los hombres, de la patria en la que vivimos, de la empresa en la que
trabajamos, de nuestra familia, sea cual sea el puesto que en ella ocupemos. No
es cristiano ni humano considerar estos deberes en la medida en que
personalmente nos son útiles o nos causan un perjuicio. Dios nos espera en el
empeño de mejorar la sociedad y los hombres que la componen.
III. Los dones y los bienes que nos fueron dados son para el
desarrollo de la propia personalidad, para lograr el fin último, y también para
el servicio del prójimo. Es más, no podríamos alcanzar el fin personal si no es
contribuyendo al bien de todos (LEÓN XIII, Rerum novarum). Unas obligaciones
son de estricta justicia; otras son exigencias de la caridad: eludirlas sería
vivir de espaldas a nuestros hermanos los hombres y de espaldas a Dios.
“¡Ojalá
te acostumbres a ocuparte a diario de los demás, con tanta entrega, que te
olvides de que existes!” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco). Pidamos a Nuestra
Madre, Santa María, que nos ayude a vivir el mandamiento nuevo del amor con
nuestros hermanos los hombres.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org