DIGNIDAD DE LA PERSONA
II. Dignidad
de la persona en el trabajo. Principios de doctrina social de la Iglesia.
III. Una
sociedad justa.
“Un sábado, cruzaba
Jesús por los sembrados, y sus discípulos empezaron a abrir camino arrancando
espigas. Decíanle los fariseos: «Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es
lícito?».
Él les dice: «¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo
necesidad, y él y los que le acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la
Casa de Dios, en tiempos del Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la
presencia, que sólo a los sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que
estaban con él?». Y les dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no
el hombre para el sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del
sábado»” (Marcos 2,23-28).
I. El Concilio Vaticano II
subraya el valor de la persona por encima del desarrollo económico y social
(Gaudium et Spes). Después de Dios, el hombre es lo primero. La Humanidad
Santísima de Cristo arroja una luz que ilumina nuestro ser y nuestra vida, pues
sólo en Cristo conocemos verdaderamente el valor inconmensurable de un hombre.
No podemos definir al hombre a partir de las realidades inferiores creadas, y
menos por su producción laboral, por el resultado material de su esfuerzo.
La
grandeza de la persona humana se deriva de la realidad espiritual del alma, de
la filiación divina, de su destino eterno recibido por Dios. Su dignidad le es
otorgada en el momento de su concepción, y fundamenta el derecho a la
inviolabilidad de la vida y la veneración a la maternidad. Dios creó al hombre
a su imagen y semejanza y lo elevó al orden de la gracia.
Además
el hombre adquirió un valor nuevo cuando el Hijo de Dios, mediante su
Encarnación, asumiera nuestra naturaleza y diera Su vida por todos los hombres.
Por esta razón nos interesan todas las almas porque no hay ninguna que quede
fuera del Amor de Cristo.
II. La dignidad de la
criatura humana –imagen de Dios- es el criterio adecuado para juzgar los
verdaderos progresos de la sociedad, y no al revés (JUAN PABLO II, En el
Madison Square Garden). Su dignidad se expresa en todo su quehacer personal y
social, especialmente en el trabajo, en donde se realiza y cumple el mandato de
su Creador, ut operatur, para que trabajara (Génesis 2, 15), y así le diera
gloria.
La
dignidad del trabajo viene expresada en un salario justo, base de toda justicia
social: incluso en el caso de un contrato libre. Otra ”consecuencia lógica es
que todos tenemos el deber de hacer bien nuestro trabajo... No podemos rehuir
nuestro deber, ni conformarnos con trabajar medianamente” (JUAN PABLO II,
Discurso). La pereza y el trabajo mal hecho también atentan contra la justicia
social.
III. Es largo el camino
hasta llegar a una sociedad justa en la que la dignidad de la persona, hija de
Dios, sea plenamente reconocida y respetada. Pero ese cometido es nuestro, de
los cristianos, junto a todos los hombres de buena voluntad. Porque “no se ama
la justicia, si no se ama verla cumplida con relación a los demás” (J ESCRIVÁ
DE BALAGUER, Es Cristo que pasa).
También
hemos de reconocer esa dignidad de la persona en las relaciones normales de la
vida, considerando a quien tratamos –por encima de sus posibles defectos- como
hijos de Dios, evitando hasta la más pequeña murmuración y lo que pueda
dañarles. Será fácil si recordamos que Cristo se inmoló en el Calvario por cada
uno de los hombres.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org