La Navidad corre peligro. Nuestras ciudades lucen sus mejores galas,
pero por sus calles circulan todavía muchos corazones cerrados al amor
La Navidad corre peligro. Nuestras
ciudades y pueblos se llenan de luces y esplendor. Lucen sus mejores
galas, muestran sus mejores ofertas… Pero por sus calles circulan todavía
muchos corazones cerrados al amor, vacíos de afecto, oprimidos por el
egoísmo que los aleja del otro...
Son corazones demasiado autosuficientes para
poder ver el hambre y la sed, el abandono y la desesperación, la injusticia y
sus consecuencias. Así las cosas, se nos apagó el pesebre, se heló el
aliento que podía dar calor y se fundieron los plomos que alumbraban la
esperanza; no veremos llegar a los pastores, ni la estrella de Oriente
y nos perderemos ese gran acontecimiento del año: el nacimiento de Jesús.
La Navidad no es un cuento de niños, sino la respuesta
de Dios al drama de la humanidad.Respuesta que
nace de un niño que viene para todos, pero que se acerca con preferencia a los
que casi veían arrebatada toda esperanza, a los que quedaron fuera… La
Navidad es la revolución de la ternura; una invitación a lo que, en
alguna ocasión, nos ha llamado el papa Francisco: a "correr el riesgo del
encuentro con el rostro del otro, con su presencia física que interpela, con su
dolor y sus reclamos"; y también, claro está, "con su alegría que
contagia en un constante cuerpo a cuerpo".
Tocar la Navidad es decirle "no" a la
indiferencia, "no" a la seguridad garantizada desde la injusticia, "no" al bienestar propio sin tener en
cuenta las urgentes necesidades de los demás, "no" a la pasividad
frente a tantos urgentes desafíos. Las dificultades, la incertidumbre y la
crisis económica que se vive en nuestras sociedades y que toca a la humanidad
entera han de constituir, de hecho, una oportunidad, un estímulo para ir más
allá de la oscuridad, de los cantos de sirena del dios dinero...
Salvemos la Navidad, dejémonos sumergir en la
experiencia única que supone sentir que Dios se ha hecho uno de nosotros. Así podremos saborear su amistad divina, esa que nos anima a abrir las
puertas al otro, a salir hacia las periferias del abandono y a acoger los
escombros de los "desechados" para reconstruir su dignidad perdida,
la esperanza de su maltratada vida.
Hay motivos para proclamar que ni mucho menos todo
está perdido. Debemos reconocer, como lo ha hecho el propio papa Francisco, que
en el contexto actual de crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son
muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo". "¡Qué
bueno –exclama– que los jóvenes sean callejeros de la fe, felices de llevar a
Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra".
Estamos de Buena Nueva, de Navidad. ¡Vamos a celebrarlo!
Alfonso Blas
Fuente: Revista Supergesto