TIBIEZA Y AMOR DE DIOS
II. Causas de la tibieza.
III. Remedios contra esta grave enfermedad del alma.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a la gente: - «¿A quién se parece esta generación? Se parece a los niños
sentados en la plaza, que gritan a otros: "Hemos tocado la flauta, y no
habéis bailado; hemos cantado lamentaciones, y no habéis llorado. Porque vino
Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: "Tiene un demonio." Vino el
Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: "Ahí tenéis a un comilón y
borracho, amigo de publicanos y pecadores." Pero los hechos dan razón a la
sabiduría de Dios»” (Mateo 11,16-19).
I. Nuestra vida no tiene
sentido si no es junto al Señor. ¿Adónde iremos, Señor? Sólo Tú tienes palabras
de vida eterna (Juan 6, 68). Él viene a traernos un amor que lo penetra todo
como el fuego y a darle sentido a nuestra vida sin sentido. Amor exigente es el
del Señor, que pide siempre más y nos lleva a crecer en finura del alma con
Dios y a dar muchos frutos.
Pero
si el cristiano deja que el amor se enfríe, vendrá esa terrible enfermedad
interior que es la tibieza: Cristo queda como oscurecido, por descuido
culpable, en la mente y en el corazón; no se le ve ni se le oye. Queda en el
alma un vacío de Dios que se intentará llenar de otras cosas, que no son de
Dios y no llenan.
Esta
enfermedad tiene curación si ponemos los medios. Siempre se puede descubrir de
nuevo aquel tesoro escondido, Cristo, que un día dio sentido a la vida. En la
oración y en los sacramentos nos espera siempre el Señor.
II. Por faltas aisladas no
se cae necesariamente en la tibieza. La tibieza nace de una dejadez prolongada
en la vida interior que se expresa en el descuido habitual de las cosas
pequeñas, en la falta de contrición ante los errores personales, en la falta de
metas concretas en el trato con el Señor. Se ha dejado de luchar por ser
mejores y se abandona la mortificación.
La
tibieza es como una pendiente inclinada; casi insensiblemente nace una
preocupación por no excederse, por quedarse en el límite, en lo suficiente para
no caer en pecado mortal, aunque se descuida y se acepta sin dificultad el
venial.
Las
Comuniones son frías, la Santa Misa distraída, la oración difusa, y el examen
se abandona. Estemos alerta para percibir los primeros síntomas de esta
enfermedad del alma, y acudamos con prontitud a la Virgen. Ella aumenta nuestra
esperanza, y nos trae la alegría del nacimiento de Jesús.
III. Fomentar el espíritu de
lucha, nos llevará a cuidar el examen de conciencia. De ahí sacaremos un punto
en el que mejorar al día siguiente y un acto de contrición por las cosas en que
aquel día no fuimos del todo fieles al Señor. Este amor vigilante es el polo
opuesto a la tibieza. Y de nuevo, cerca de Cristo.
Con
una alegría nueva, con una humildad nueva. Humildad, sinceridad,
arrepentimiento... y volver a empezar con una alegría profunda e incomparable.
Nuestra Madre nos ayudará a recomenzar.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org