COMENZAR DE NUEVO
II. Contar con las derrotas. Recomenzar muchas veces.
III. El Señor desea que comencemos de nuevo después de cada fracaso: ése es
el fundamento de nuestra esperanza.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a las turbas: «En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de
mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino
de los Cielos es mayor que él.
Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora,
el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues
todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis
admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga»”. (Mateo
11,11-15).
I. El Reino de Dios padece
violencia, y quienes se esfuerzan lo conquistan (Mateo 11, 12). Padece
violencia la Iglesia por parte de los poderes del mal, y padece violencia el
alma de cada hombre, inclinada al mal como consecuencia del pecado original.
Será necesario luchar hasta el final de nuestros días para seguir al Señor en
esta vida y contemplarle eternamente en el Cielo. La vida del cristiano no es
compatible con el aburguesamiento, la comodidad y la tibieza.
El
Adviento es un tiempo propicio para que examinemos cómo luchamos contra las
propias pasiones, los defectos, el pecado, el mal carácter. Esta lucha que nos
pide el Señor a lo largo de nuestra vida, muchas veces se concretará en
fortaleza para cumplir delicadamente nuestros actos de piedad con el Señor, sin
abandonarlos por cualquier cosa, o por el estado de ánimo; se concretará en el
modo de vivir la caridad, en hacer un apostolado eficaz a nuestro alrededor. El
Señor está a nuestro lado y ha puesto un Ángel Custodio que nos ayudará en la
lucha, si acudimos a él.
II. En nuestro andar hacia
el Señor no siempre venceremos, tendremos muchas derrotas; unas de escaso
relieve; otras tendrán importancia, pero el desagravio y la contrición nos
acercarán más a Dios. Y comenzaremos de nuevo sin pesimismo –fruto de la
soberbia-, con paciencia y humildad, pidiendo más ayuda al Señor.
Nuestro
amor a Dios se manifiesta no tanto en los éxitos que creemos haber alcanzado,
sino en la capacidad de comenzar de nuevo, de renovar la lucha interior.
Pidamos hoy a la Virgen la gracia de no abandonarla jamás y la humildad de
recomenzar siempre.
III. No comenzamos de nuevo
por un empeño personal, como si tratáramos de afirmar que nosotros podemos
sacar adelante las cosas. Nosotros no podemos nada. Precisamente, cuando nos sentimos
débiles, la fuerza de Cristo habita en nosotros (2 Corintios 11-12). ¡Y es una
fuerza poderosa!
El
fundamento de nuestra esperanza está en que el Señor desea que recomencemos de
nuevo cada vez que hemos tenido un fracaso, quizá aparente, en nuestra vida
interior o en nuestro apostolado. “Detesta con todas tus fuerzas la ofensa que
has hecho a Dios y, con valor y confianza en su misericordia, prosigue el
camino de la virtud que habías abandonado” (SAN FRANCISCO DE SALES,
Introducción a la vida devota).
Tenemos
una Madre y un Ángel custodio que nos ayudan.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org