Un fracaso amoroso, uno profesional… El fracaso da miedo pero
también puede ser un gran impulso para alcanzar la felicidad
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No hay necesidad de dejar de ser feliz por lo que
tenemos que aceptar que un hecho: no podemos dejar de fracasar. El fracaso es
como una característica esencial del ser humano.
Para el benedictino
alemán Anselm Grün, esta dolorosa experiencia puede ser una
verdadera oportunidad para un renacimiento y una oportunidad para un nuevo
comienzo y una verdadera felicidad.
– ¿Cómo
define el fracaso?
– En alemán,
“scheitern” (fallar) viene de “scheit” (tronco, trozo de madera) y “scheiden”
(cortar, separar). La unidad se rompe, todo se
desmorona, el proyecto inicial no tiene éxito y se rompe. La
palabra “scheiden” se utiliza, por ejemplo, para referirse a la ruptura de un
matrimonio: el divorcio de una pareja, una separación.
También
encontramos esta palabra en “Abschied”, “adiós”: cada fracaso significa, pues, un
adiós a la imagen ideal que teníamos de la vida y de nosotros mismos.
Y en
“Verscheiden”, que significa “morir”, el fracaso también tiene algo que ver con la
muerte. Algo muere, en aquello en que habíamos puesto
todas nuestras esperanzas. En mi amor, en mi vocación, en mi compromiso, no
obtengo lo que podía esperar sino, por el contrario, un resultado negativo y
desafortunado. El sueño se ha roto.
-¿Bajo
qué condiciones
puede ser esta desgracia una oportunidad de progreso?
-Si lo aceptamos y nos detenemos, es
necesario preguntamos por qué hemos fracasado y cómo seremos capaces de recoger
las piezas para comprometernos en una nueva vida.
El fracaso puede animarnos a reunir los fragmentos de nuestra vida para volver
a ser esa persona única que Dios quiere hacer de nosotros.
La felicidad,
opina Anselm Grün, no es solo estar en armonía con uno mismo, sino estar en
armonía con esta “imagen” única y excepcional que Dios tiene de mí. Sin
embargo, el fracaso muestra precisamente que he sustituido esta “imagen” divina
por otra que corresponde más a mis propias representaciones que a la voluntad
de Dios.
-Muchas personas tropiezan y no tienen la
oportunidad de reaccionar después de un fracaso…
-Así es. No
podemos juzgarlos. Muchas personas tienen vidas muy duras, y no sé si tendría
la fuerza para enfrentarme a la situación si estuviera en su lugar. Pero también
veo a personas que están atascadas en su sufrimiento porque no están dispuestas
a romper las falsas ideas que tienen sobre la vida.
Están tan
desilusionadas de sí mismas y “decepcionadas” de Dios que renuncian a la
esperanza. Ahora bien, es precisamente en el fracaso donde es importante
invocar la fe en Dios, en ese Dios que resucita a los muertos y quiere
levantarme de la tumba de mis tinieblas y de mis fracasos.
– Cada fracaso va acompañado de
sentimientos de culpabilidad. ¿No es ese otro obstáculo para la felicidad?
– La
culpabilidad puede paralizar y torturar. En el fondo de nuestro corazón -ya se
trate de un matrimonio que fracasa, de un religioso que abandona su orden o de
un sacerdote que deja de ejercer su ministerio-, pensamos que hubiéramos tenido
éxito, que hubiéramos tenido que perseverar.
¿Acaso no nos
hemos abandonado al egoísmo? ¿No nos hemos dejado influenciar por el espíritu
de los tiempos, que sólo habla de autodesarrollo? ¿No era el camino a seguir el
de llevar las dificultades como una cruz y hasta el final?
Pero no tiene sentido reprimir la culpa:
hay que mirarla de frente y de cerca.
-¿No son los sentimientos de culpa a veces
alarmas que nos advierten que estamos en un callejón sin salida?
En efecto,
pueden llamar nuestra atención sobre el hecho de que nos estamos perdiendo a
nosotros mismos: es entonces una invitación a vivir de una manera más
auténtica. La culpa puede traer apertura si somos capaces de luchar contra la
culpa y la falta de responsabilidad.
Los
sentimientos de culpa nos demuestran que es imposible atravesar la vida sin
arriesgarse y mancharse las manos. Demuestran que no somos perfectos y que no
podemos serlo. Rompen nuestra seguridad absoluta, para que Dios pueda entrar en
nuestros corazones.
Debemos
presentar nuestro error al Señor y creer en Su perdón. Entonces podremos
perdonarnos a nosotros mismos y liberarnos de estos sentimientos de
culpabilidad. La confesión es una ayuda preciosa en este sentido.
– ¿Puede el fracaso de otros arruinar
nuestra felicidad?
– Ayuda a
desestabilizarnos. Nos obliga a cuestionar la autenticidad de nuestro proyecto
de vida, el miedo que tenemos a cambiar nuestras vidas. Nos exhorta a seguir la
recomendación de San Pablo: “Por eso, el que se cree muy seguro, ¡cuídese de no
caer!” (1 Corintios 10,12).
Cuando
analizamos sinceramente nuestras vidas, encontramos situaciones de fracaso,
ilusiones rotas, callejones sin salida. Somos seres que han fracasado.
Sin embargo,
en el fracaso, debemos mantener la fe en esta palabra de San Pablo: “Dios es
fiel, y él no permitirá que sean tentados más allá de sus fuerzas. Al
contrario, en el momento de la tentación, les dará el medio de librarse de
ella, y los ayudará a soportarla.” (1 Corintios 10:13).
– ¿Cómo definiría la felicidad en relación
con la paz interior?
– La
felicidad es, en mi opinión, la expresión de la paz interior:
un sentimiento que me invade cuando estoy en paz conmigo mismo. Felicidad, en
alemán, significa “éxito de vida”: es la expresión de
una vida realizada.
No podemos
“hacer” la felicidad, por otro lado, podemos hacer la paz: puedo contribuir a
adquirir esta paz que me dará la felicidad. Paz significa que me digo a mí
mismo “sí”. En latín, la palabra “pax” significa “hablar con tus enemigos”.
Debo hablar
con los enemigos de mi alma. Estos enemigos pueden llegar a ser amigos si puedo
llevarme bien con ellos. Entonces ya no tengo que temerles. Estoy en paz
conmigo mismo.
– ¿Cuáles cree que son las condiciones para
la verdadera felicidad interior?
–
Precisamente, decir “sí” a ti mismo. Erasmo dice que la felicidad se trata de
“ser quien uno quiere ser”. Otra condición es vivir con todos los sentidos,
vivir intensamente, tomar las riendas de la vida. Cuando todo “funciona sin
problemas”, soy feliz. Pero “funcionar” requiere que renuncie a mi ego
narcisista y me dirija a los demás.
– ¿Cuál cree que es el obstáculo
fundamental para la felicidad?
– Una
expectativa de vida desmesurada. La ilusión de que todo debe ser siempre lo
mejor posible. Pero ser feliz es aceptar ser un hombre como todos los demás.
Las ilusiones llevan al miedo: miedo de no alcanzar el propio ideal, miedo de
ser juzgado por los demás, miedo de no agradar a Dios.
Entonces
llevamos nuestro ideal detrás de nosotros como si fuera una carga y somos
infelices. Otro obstáculo me parece que es el consumo, como si todo se pudiera
comprar, incluso la felicidad…
– ¿Podemos ser plenamente felices aquí en
la tierra?
– No, nunca
del todo. Aunque experimentemos una gran felicidad por un momento, descubrimos
en nosotros mismos el ardiente deseo de una felicidad aún mayor. De hecho, sólo
Dios puede satisfacer nuestro deseo de felicidad y de “triunfo en la vida”.
Cuando
experimentamos a Dios, nos sentimos completamente felices. Como Teresa de
Ávila, podemos decir “sólo Dios es suficiente”. Pero al momento siguiente
experimentamos de nuevo la distancia de Dios y la insatisfacción. No sólo el
incumplimiento de nuestros deseos de felicidad, sino también la desilusión que
esta realización trae, nos envía de nuevo a Dios.
Al final,
sólo descubriremos la verdadera felicidad en el Encuentro de la Muerte.
– ¿Así que el fracaso es una oportunidad?
– Puede serlo
sólo para quien acepta ser despojado de todo. Entonces, en este abandono, Dios
puede aparecer ante él como el que descendió al fondo de nuestra inanidad por
medio de su hijo Jesucristo. San Juan de la Cruz está convencido de que la
imagen del Crucificado sólo puede marcar a los que están vacíos de todo.
El que
fracasa pasa a menudo por esta “muerte del yo” evocada por los místicos, sin
tener que practicarla. Con la disolución del ego, pierde la confianza y no le
queda nada. Es desde las profundidades de la nada que experimenta a Dios de una
manera nueva. Cuando ya no tiene nada estable sobre lo que construir, Dios se
le aparece como el verdadero fundamento de su vida. Ya no puede contar con su
vida profesional, con su pareja, con su vida monástica… Se le quita todo, se
encuentra desnudo. Y es precisamente esta desnudez la que le revela a Dios como
el auténtico fuego que incendia a la zarza.
La Zarza
Ardiente es un buen ejemplo de la experiencia espiritual del fracaso: la
pérdida de toda seguridad puede conducir al misterio del amor divino. Moisés se
ve a sí mismo como alguien que ha fracasado, se siente inútil, y es en el
momento en que no es nada cuando nace su vocación de gran profeta. Pero tuvo
que quitarse los zapatos para acercarse al misterio de Dios…
Entrevista realizada por Luc Adrian
Fuente:
Aleteia