Desde 1830, fecha de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el convento sin que nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa
Dominio público |
Nació en Francia, de una familia campesina, en 1806. Al quedar huérfana de madre a los 9 años le encomendó a la Stma. Virgen que le sirviera de madre, y la Madre de Dios le aceptó su petición.
Como su hermana mayor se fue de monja vicentina,
Catalina tuvo que quedarse al frente de los trabajos de la cocina y del
lavadero en la casa de su padre, y por esto no pudo aprender a leer ni a
escribir.
A los 14 años
pidió a su papá que le permitiera irse de religiosa a un convento pero él, que
la necesitaba para atender los muchos oficios de la casa, no se lo permitió.
Ella le pedía a Nuestro Señor que le concediera lo que tanto deseaba: ser
religiosa. Y una noche vio en sueños a un anciano sacerdote que le decía:
"Un día me ayudarás a cuidar a los enfermos". La imagen de ese
sacerdote se le quedó grabada para siempre en la memoria.
Al fin, a los 24
años, logró que su padre la dejara ir a visitar a la hermana religiosa, y al
llegar a la sala del convento vio allí el retrato de San Vicente de Paúl y se
dio cuenta de que ese era el sacerdote que había visto en sueños y que la había
invitado a ayudarle a cuidar enfermos. Desde ese día se propuso ser hermana vicentina,
y tanto insistió que al fin fue aceptada en la comunidad.
El 27 de
noviembre de 1830 estando Santa Catalina rezando en la capilla del convento, la
Virgen María se le apareció totalmente resplandeciente, derramando de sus manos
hermosos rayos de luz hacia la tierra. Ella le encomendó que hiciera una imagen
de Nuestra Señora así como se le había aparecido y que mandara hacer una
medalla que tuviera por un lado las iniciales de la Virgen María "M",
y una cruz, con esta frase "Oh María, sin pecado concebida, ruega por
nosotros que recurrimos a Ti". Y le prometió ayudas muy especiales para
quienes lleven esta medalla y recen esa oración.
Catalina le
comentó a su confesor esta aparición, pero él no le creyó. Sin embargo el
sacerdote al darse cuenta de la santidad de Catalina, intercedió ante el
Arzobispo para obtener el permiso para hacer las medallas y por ende, los
milagros.
Desde 1830, fecha
de las apariciones, hasta 1876, fecha de su muerte, Catalina estuvo en el
convento sin que nadie se le ocurriera que ella era a la que se le había
aparecido la Virgen María para recomendarle la Medalla Milagrosa. En los
últimos años obtuvo que se pusiera una imagen de la Virgen Milagrosa en el
sitio donde se le había aparecido.
Al fin, ocho
meses antes de su muerte, fallecido ya su antiguo confesor, Catalina le contó a
su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle y se supo quién era
la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso cuando ella murió,
todo el pueblo se volcó a sus funerales.
En 1947 el santo
Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré.
Fuente: ACI