UNA PALABRA ETERNA
II. Dios nos habla en la
Sagrada Escritura.
III. Para sacar fruto.
“En aquel tiempo, expuso
Jesús una parábola a sus discípulos: -«Fijaos en la higuera o en cualquier
árbol: cuando echan brotes, os basta verlos para saber que el verano está
cerca. Pues, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el
reino de Dios. Os aseguro que antes que pase esta generación todo eso se
cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán»” (Lucas
21,29-33).
I. A punto de concluir el
ciclo litúrgico, leemos en el Evangelio de la Misa esta expresión del Señor: El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lucas 21, 33)
Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer
que viene a este mundo. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser
divinas, son siempre actuales.
Toda
la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura
y de la predicación del Señor. Él es quien descubre el profundo sentido que se
contiene en la revelación anterior. Los judíos que se negaron a aceptar el
Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro adentro, pero sin la
llave para abrirlo.
Desde
siempre la Iglesia ha recomendado su lectura y meditación, principalmente del
Nuevo Testamento, en el que siempre encontramos a Cristo que sale a nuestro
encuentro. Unos pocos minutos diariamente nos ayudan a conocer mejor a
Jesucristo, a amarle más, pues sólo se ama lo que se conoce bien.
II. Cuando en el Evangelio
de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra pasarán, pero no sus palabras,
nos señala de algún modo que en ellas se contiene toda la revelación de Dios a
los hombres: la anterior a su venida, porque tiene valor en cuanto hace
referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él trae a los
hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir.
Jesucristo
es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres. Cuántas veces hemos
pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras –Ut videam!, Que vea,
Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las del publicano:
¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos confortados después
de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!
III. Cuando la vida cristiana
comienza a languidecer, es necesario un diapasón que nos ayude a vibrar de
nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de Nuestro Señor, ha sido como
una enérgica llamada a huir de esa vida menos vibrante, menos heroica! No
podemos pasar las páginas del Evangelio como si fuera un libro cualquiera.
Su
lectura, dice San Cipriano, es cimiento para edificar la esperanza, medio para
consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el camino... (Tratado
sobre la oración). Acudamos amorosamente a sus páginas, y podremos decir con el
Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de mi sendero (Salmo
118, 105)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org