LA VIUDA POBRE
II. Entrega sin
condiciones. No negarle nada al Señor.
III. Generosidad de Dios.
En aquel tiempo, alzando
Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el arca de las
ofrendas; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo: -«Sabed
que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado
de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía
para vivir» (Lucas 21,1-4).
I. Hoy consideramos en el
Evangelio (Lucas 21, 1-4) cómo se conmovió el Señor cuando vio a la viuda pobre
depositar dos monedas insignificantes para el sostenimiento del Templo:
mientras los demás daban de lo que les sobraba, esta mujer dio todo lo que tenía
para vivir. Haría la ofrenda con mucho amor, con una gran confianza en la
Providencia divina, y Dios la recompensaría incluso en sus días aquí en la
tierra.
A
nosotros nos enseña este pasaje a no tener miedo a ser generosos con Dios y con
las buenas obras en servicio del Señor y de los demás, incluso sacrificar
aquello que nos parece necesario para la vida. ¡Qué poco nos es realmente
necesario! A Dios hemos de ofrecerle lo que somos y lo que tenemos, sin
reservarnos ni siquiera una parte pequeña para nosotros. A Dios se le conquista
con la última moneda. ¿Hay algo en nuestro corazón que no sea del Señor? ¿Qué
nos pide Jesús ahora?
II. El Señor, a lo largo de
su predicación, llama a quienes le siguen a ofrecerse a Dios Padre.
Especialmente en la Santa Misa, el cristiano puede y debe ofrecerse juntamente
con Cristo: Esta entrega se realiza cada día, ordinariamente en pequeños actos
que van desde el esmero en ofrecer el día al comenzar la jornada, hasta las
atenciones que requiere la convivencia con los demás; con el corazón siempre
dispuesto a lo que el Señor quiera pedirnos, con una disposición de no negarle
nada.
Nuestra
entrega ha de ser plena, sin condiciones, porque la media entrega acaba
rompiendo la amistad con el Maestro. Sólo una generosidad plena nos permite
seguir el ritmo de sus pasos. No temamos poner a disposición de Jesús todo lo
que tenemos, no dudemos de darnos por entero. Le confesaremos rendidamente ¡Tú
eres mi Dios y mi todo!
III. El Señor nos ha
prometido el ciento por uno en esta vida, y luego la vida eterna (Lucas 18,
28-30). Él nos quiere felices también en esta vida: quienes le siguen con
generosidad obtienen, ya aquí en la tierra, un gozo y una paz que superan con
mucho las alegrías y consuelos humanos. Esta alegría es un anticipo del Cielo.
El
tenerle cerca es ya la mejor retribución. Nuestras ofrendas a Dios, muchas
veces de tan poca importancia aparente, llegarán mejor hasta el Señor si lo
hacemos a través de Nuestra Madre. “Aquello poco que desees ofrecer –recomienda
San Bernardo-, procura depositarlo en las manos graciosísimas de María, a fin
de que sea ofrecido al Señor sin sufrir de Él repulsa” (Homilía en la Natividad
de la Virgen María).
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org