«No
se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia
salvaréis vuestras almas»
Al acercarnos al fin del año
litúrgico, cuya clausura es la fiesta de Cristo Rey, la Iglesia nos invita a
pensar en el fin de este mundo creado. Para esta reflexión, la Iglesia recoge
un discurso de Jesús, llamado escatológico, porque trata de las cosas que
sucederán al fin de los tiempos. En este domingo leemos la versión que Lucas
ofrece de dicho discurso.
El hecho de que Jesús hable de
guerras y revoluciones, terremotos, hambrunas, pestes y signos espantosos en el
cielo ha contribuido a que muchos cristianos se hayan formado una imagen del
fin del mundo llena de terror. Se añade a esto el que Jesús anuncie a sus seguidores
persecuciones, incluso por parte de sus familiares y amigos, que causarán la
muerte de muchos.
Desde el inicio del
cristianismo no han dejado de suceder este tipo de acontecimientos: los
cristianos han sufrido persecuciones y muertes allí donde se ha anunciado el
evangelio. También ha habido pestes, terremotos y catástrofes naturales sin que
el fin del mundo haya acontecido. Por eso, Jesús lanza un mensaje de paz
pidiendo a los suyos que no tengan miedo, aun cuando muchos les digan que el
fin está cerca.
Y, cuando termina su discurso,
añade estas consoladoras palabras: «No se perderá ni un solo cabello de vuestra
cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,18-19). A
pesar de la situación dramática descrita por Jesús, su enseñanza fundamental es
la confianza y la perseverancia en la fe.
Se debe
observar que el discurso de Jesús arranca de una consideración que sus oyentes
hacen de la belleza del templo de Jerusalén. Jesús hace este anuncio: «De todo
esto que veis vendrán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea
demolida». Así sucedió, en efecto, cuando las tropas romanas, hacia el año 70,
sitiaron Jerusalén y destruyeron el templo.
Esta
imagen terrible de la destrucción del templo favoreció una representación
dantesca del fin de este mundo creado. Sin embargo, al preguntar a Jesús cuándo
sucederán estas cosas o qué signos las anunciarán, Jesús elude la respuesta,
como hace en otras ocasiones cuando se le pregunta sobre asuntos que, a su
juicio, no son de especial trascendencia y sobre los cuales el hombre no
necesita estar informado.
A lo
largo de la historia del cristianismo ha habido momentos en que la curiosidad
sobre el fin del mundo ha hallado en espíritus exaltados el humus propicio para
desarrollar diversidad de teorías, caracterizadas por infundir pánico en
espíritus sencillos. El lenguaje que utiliza la Sagrada Escritura para hablar
de las realidades que están por venir en el plan de Dios sobre este mundo y la
historia debe interpretarse según su propio género literario: el apocalíptico.
La
palabra apocalipsis ha recibido, en
razón de las imágenes que utiliza dicho género, una connotación trágica,
terrorífica, que ha utilizado algún director de cine para titular su obra. Pero
el significado de apocalipsis es
revelación de algo oculto. Y, con este género de revelación, los profetas y
autores sagrados buscaban consolar al pueblo que sufría momentos de prueba,
desgracia o persecución. El último libro del Nuevo Testamento, de muy difícil
lectura, se titula precisamente Apocalipsis,
escrito para confortar a los cristianos perseguidos en tiempos de Nerón o
Diocleciano.
Una
lectura superficial del libro da la impresión de querer aterrorizar a sus
lectores ante lo que se les viene encima. En realidad, es lo contrario. La
finalidad del autor es alentar a los lectores para que, a pesar del mundo
dramático y oscuro en el que tienen que vivir, no dejen de levantar los ojos al
cielo porque se acerca su liberación. Lo mismo que hizo Jesús: espantar el
miedo y animar a perseverar en la fe.
+ César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia