PADRE NUESTRO
II. Filiación divina y
oración.
III. Oración y fraternidad.
“Una vez que estaba
Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
-«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.» Él les dijo:
-«Cuando oréis decid: "Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino,
danos cada día nuestro pan del mañana, perdónanos nuestros pecados, porque
también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo, y no nos dejes caer en
la tentación"»” (Lucas 11,1-4).
I. Los discípulos le
dijeron con toda sencillez a Jesús: Señor, enséñanos a orar. (Lucas 11, 1-4) De
Sus mismos labios aprendieron el Padrenuestro. Hay en estas peticiones “una
sencillez tal, que hasta un niño las aprende, y a la vez una profundidad tan
grande, que se puede consumir una vida entera en meditar el sentido de cada una
de ellas” (JUAN PABLO II, Audiencia general) La primera palabra que
pronunciamos, por expresa indicación del Señor, es Abba, Padre.
El
mismo Dios que trasciende absolutamente todo lo creado está muy próximo a
nosotros, es un Padre estrechamente ligado a la existencia de sus hijos,
débiles y con frecuencia ingratos, pero a quienes quiere tener con Él por toda
la eternidad. Hemos nacido para el Cielo. “Cuando llamamos a Dios Padre nuestro
tenemos que acordarnos que hemos de comportarnos como hijos de Dios (SAN
CIPRIANO, Tratado de la oración del Señor).
II. Cada vez que acudimos a
nuestro Padre, nos dice: Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es
tuyo (Lucas 15, 31). Ninguna de nuestras tristezas, de nuestras necesidades, le
deja indiferente. Si tropezamos, Él está atento para sostenernos o levantarnos.
Jesús
nos enseñó a tratar a nuestro Padre Dios: esa conversación filial ha de ser
personal, en el secreto de la casa (Mateo 6, 5-6); discreta (Mateo 6, 7-8);
humilde, como la del publicano (Lucas 18, 9-14); constante y sin desánimo, como
la del amigo inoportuno (Lucas 11, 5-8; 18, 1-8); debe estar penetrada de
confianza en la bondad divina (Marcos 11, 23), pues es un Padre conocedor de
las necesidades de sus hijos, y nos da no sólo los bienes del alma sino también
lo necesario para la vida material (Mateo 7, 7-11). Padre mío..., enséñanos y
enséñame a tratarte con confianza filial.
III. Tenemos derecho de
llamar Padre a Dios si tratamos a los demás como hermanos, especialmente a
aquellos con quien nos unen lazos más estrechos, con los que más nos
relacionamos, con los más necesitados..., con todos.
“No
podéis llamar Padre nuestro al Dios de toda bondad –señala San Juan
Crisóstomo-, si conserváis un corazón duro y poco humano, pues, en tal caso, ya
no tenéis en vosotros la marca de bondad del Padre celestial (Homilía sobre la
puerta estrecha). La oración del cristiano, aunque es personal, nunca es
aislada.
Decimos
Padre nuestro, e inmediatamente esta invocación crece y se amplifica en la
Comunión de los Santos. Pidámosle a nuestra Madre que nos ensanche el corazón
para que quepan todos nuestros hermanos.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org