EL NOMBRE DE DIOS Y SU REINO
II. El Reino de Dios.
III. La propagación del
Reino de los Cielos.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a los discípulos: -«Si alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante
la medianoche para decirle: "Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis
amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle."
Y, desde dentro,
el otro le responde: "No me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y
yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos." Si el otro
insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo
suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues
así os digo a vosotros: Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os
abrirá; porque quien pide recibe, quien busca halla, y al que llama se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿0
si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿0 si le pide un huevo, le dará un
escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a
vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a
los que se lo piden?»” (Lucas 11,5-13).
I. En la primera petición
de las siete del Padrenuestro, Santificado sea tu nombre, “pedimos que Dios sea
conocido, amado, honrado y servido de todo el mundo y de nosotros en
particular” (CATECISMO MAYOR, 290) Por muy urgentes que sean nuestras
necesidades, lo primero que debemos pedir es la gloria de Dios. “Ocúpate de Mí
–decía Jesús a Santa Catalina de Siena-, y Yo me ocuparé de ti”.
El
Señor no nos dejará solos. En la Sagrada Escritura el nombre equivale a la
persona misma, es su identidad más profunda. En determinados ambientes, parece
que los hombres no quieren nombrar a Dios: lo llaman “la sabia naturaleza” o
“destino”. Nosotros, con naturalidad, debemos honrar a nuestro Padre y
mantendremos los modos cristianos de hablar. Si amamos a Dios amaremos su santo
nombre.
II. Venga a nosotros tu
Reino, pedimos a continuación en el Padrenuestro. Esta expresión tiene un
triple significado: el Reino de Dios en nosotros, que es la gracia; el Reino de
Dios en la tierra, que es la Iglesia; y el Reino de Dios en el Cielo, o eterna
bienaventuranza.
Es
un reinado, el de Jesús en el alma, que avanza o retrocede según correspondamos
o rechacemos las continuas gracias y ayudas que recibimos, y se percibe en el
alma a través de los afectos y mociones del Espíritu Santo. Ahora pedimos que
seamos todo de Dios, que nos ayude a luchar eficazmente para que, por fin,
desaparezcan esos obstáculos que cada uno de nosotros pone a la acción de la
gracia divina.
III. Cuando rezamos venga a
nosotros tu Reino, también pedimos, con relación a la Iglesia, que se dilate y
se propague por todo el mundo para la salvación de los hombres. Rogamos
entonces por el apostolado que se realiza en toda la tierra, y nos sentimos
comprometidos a poner los medios a nuestro alcance para la extensión del reino
de Dios.
Y
“Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham
ad meipsum (Juan 12, 32), si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las
actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi
testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, todo lo atraeré
hacia Mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER,
Es Cristo que pasa). Comencemos, como siempre, por lo pequeño, por lo que está
a nuestro alcance en la convivencia normal de todos los días.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org