El
latín da a la palabra "salus" dos significados: salvación y salud
Es
habitual que cuando se conjuran los asuntos médicos y la tradición cristiana,
los temas que afloran suelen ser problemas bioéticos tamizados de polémicas y
discusiones.
En el núcleo de esas
discusiones se juegan muchas decisiones que afectan a los modos de vivir, a los
conceptos que usamos en ellos y al futuro que queremos generar.
Pero no es menos cierto que
esas mismas discusiones, tan acaloradas como importantes, a veces ocultan
inconscientemente otros núcleos de gran envergadura que permitirían esclarecer por
qué al cristianismo le resulta casi imposible zafarse de esas polémicas o
declararlas meramente secundarias, tanto y al mismo tiempo como a las
ciencias médicas les resultaría importante saber su razón de ser y su historia.
Cuando se estudia brevemente
el origen histórico y más institucional de las universidades se sabe que estas
fueron un invento que la tradición cristiana objetivó en el siglo XI y que
popularizó en el XIII y XIV.
Los laboriosos monjes
decidieron crear una institución reglada para ofrecer los conocimientos que
ellos consideraban fundamentales.
Propio de la mentalidad de
la época y el contexto que vivían, la teología, la filosofía y el derecho
(mayoritariamente eclesiástico y canónico) fueron las primeras licenciaturas
que se estudiaron formalmente en la universidad.
Pero junto a ellas, todas
cortadas por lo que hoy llamaríamos “letras”, se unía de forma natural una
cuarta que a ojos de dichos religiosos no les debió parecer ni ajena ni extraña
a las tres antes mencionadas: medicina.
No estaba vigente, para
aquellos monjes medievales, la dicotomía entre ciencias y letras, o, por poner
un ejemplo, entre ética, teología bíblica, derecho civil y, por ejemplo,
anatomía.
Reunir en el mismo lugar la
ciencia médica y la teología, o la ciencia médica y el derecho, no parecía un
contraste o un ruido que estropease la armonía de las cuatro. Esa musicalidad
resuena como recuerdo de algo que a veces se olvida y que conviene recordar por
todos.
Ayuda a entender, aunque de
forma mínima pero concisa, que el objeto de la medicina y de la
teología no difería tanto en sus orígenes universitarios.
Esa
finalidad no era otra que la salus. El fin del hombre para aquellos primeros
universitarios era el de la salud. Salus significa en latín salvación, pero
también significa y origina la palabra salud.
Todavía
hoy en español hablamos de salvar vidas tanto en la teología como en medicina.
Salvar es algo que tanto
teólogos como médicos se dedican a hacer. Y si bien cada uno con su método y su
perspectiva, aquellos primeros universitarios no veían contradicción alguna en
ponerlas unidas desde el primer momento.
La
salvación era algo universal y la universidad era su sede. Dicho
de otra forma: la universidad era la sede de los estudios que tomaban la
salvación como algo universal y propio de todo ser humano.
Que medicina y teología
fueran creadas desde su inicio como objetos de estudio universitario nos dice
tanto como que se pusieran al mismo tiempo en el lugar de un estudio universal
(universidad) sin aparente contradicción: salvar el cuerpo y salvar el alma no
son dos cosas que los escolásticos separaban tanto como se cree.
Y si bien y al mismo tiempo,
estaban bajo una misma techumbre, también estos mismos escolásticos sabían que su
salvación era lo suficientemente distinguible como para hacer estudios
distintos. Más: que no hay salvación sin estudio y sin
conocimiento investigador.
Distinguir ambas
licenciaturas era la forma en la que los medievales entendieron que la salud
tenía muchos nombres. Pero reunirlas desde el principio en el origen de la
universidad, era mostrar que no podían entenderse por separado.
Incluso hoy en día,
cualquier ciudadano del mundo (universal) reconoce que el concepto de salud de
la OMS es un recuerdo frágil de que la medicina es mucho más que un discurso
anatómico, y que para estar sano, pero sano de verdad, se está hablando de una
salud que “es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no
solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.
Posiblemente el decaimiento
de ese estudio universal (y por extensión de la universidad) también sea un
síntoma de que en nuestras facultades de medicina se
haya olvidado que el ser humano no se salva sólo con técnicas. O mejor: que salvarlo solo
con técnicas sociomédicas es salvarlo parcialmente, es decir, no salvarlo bajo
la forma de lo universal.
Una reminiscencia de ello es
que no hay plano arquitectónico de hospital que
no tenga por suyo una sala de oraciones o una capilla.
Y no
tanto porque la religión llega donde la medicina no llega, sino porque la salud
no se entiende sin un sentido último de la vida tanto como sin un medicamento o
una cirugía. No
rezan quienes creen que la medicina no funciona, rezan precisamente quienes
creen que la medicina lo hace.
No operan quienes son ateos, operan
quienes tienen un cierto sentido transcendente del ser humano por salvar, cuanto menos, el presente,
es decir, salvar la situación.
Teología y medicina no son
opuestas forma de salvar, sino núcleos universitarios de creación medieval
católica.
Y quienes creen que los
creyentes rezan porque no creen en la medicina, desde luego, y cuanto menos, se
les puede reprochar ser unos incultos e ignorantes de la historia medieval más
básica.
Es así que la salvación
médica y la teológica son metáfora la una de la otra, y el decaimiento de una
de las dos descompensa y retuerce los sentidos de la otra. Al menos, cabe hacer
notar que así ha sido desde su inauguración histórica.
Sin embargo, el
enfrentamiento contemporáneo (por excesos o defectos de ambas) empequeñece su
misma pretensión de saberes universales y universitarios.
Dicho enfrentamiento genera
el tercer olvido de lo que significaba la palabra salus, más antiguo y primigenio
que aquellos otros dos.
Y una tercera palabra…
La integración y normalidad
de un sentido religioso junto con un sentido médico permite entender que la
salud y la salvación (salus) también es el origen semántico de saludar. Saludar es, precisamente, ofrecer
la hospitalidad primera que el mundo y el ser humano se merece.
Entrar en la realidad, desde
nacer hasta una habitación, es saludar y ser saludado. En el fondo, saludar es
dar la bienvenida a lo que nos encontramos.
El
saludo es el gesto positivo del encuentro dichoso de lo que uno se encuentra. Por eso, saludar,
salvar y sanar son distinguibles pero no descifrables por separado.
Ese era el
sentido del derecho: el intento de la convivencia con quienes nos hemos
encontrado en el mundo.
Pero también y más
primigeniamente, el origen de la filosofía, de la cual se dice que un
tal Sócrates se tomó en serio el saludo de los
dioses en Delfos.
Los dioses saludaban al
extranjero que se acercaba al oráculo, y así estaba escrito en el frontispicio
del templo de Delfos. Su saludo era una invitación que Sócrates se tomó en
serio. La invitación de conocerse a uno mismo. Saludar
es, como dice Rafael Alvira, un gesto tremendamente filosófico.
Desear
salud es invitar al otro a lo mejor que tiene uno que ofrecer. Saludar es lo
mismo. Romper estos sentidos es síntoma de una sociedad que ya no está ni tan
sana ni busca salvación alguna de ninguna clase.
Salud,
salvación, saludar. Queremos salvar el planeta, salvar nuestras vidas y vivir
con salud. Bien merece la pena entender de dónde provienen esos sentidos.
Enrique Anrubia
Fuente:
Aleteia