SERVIR A JESÚS
I. Las santas mujeres que
aparecen en el Evangelio.
II. Servir al Señor con las
propias cualidades. La aportación de la mujer a la vida de la Iglesia y de la
sociedad.
III. La entrega al servicio
de los demás.
“En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y
de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban
los Doce y algunas mujeres que él habla curado de malos espíritus y
enfermedades: Maria la Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le
ayudaban con sus bienes” (Lucas 8, 1-3)
I.
En la vida pública de Jesús aparece un grupo de mujeres que desempeñan un papel
conmovedor por su ternura y su adhesión al Maestro. El Señor quiso apoyarse en
su generosidad y en su desprendimiento.
Él, que nunca deja nada
sin agradecer ¡cómo les pagaría tanto desvelo y delicadeza para atender sus
necesidades domésticas y las de sus discípulos! Con excepción de Juan, ellas
fueron las únicas que tuvieron la fortaleza de estar al pie de la Cruz. El
Señor agradecido, en la aurora de la Resurrección se aparece a ellas en primer
lugar. Los Ángeles que custodiaban el sepulcro fueron vistos solamente por
ellas.
El ejemplo de estas
mujeres fieles son una llamada a nuestra fidelidad y a nuestro servicio al
Señor y a los demás, sin condiciones. Nos basta entender que cada favor en
beneficio de otros es un servicio directo a Cristo. ¡Serviam! Te serviré,
Señor, todos los días de mi vida, desde el comienzo de la jornada.
II. Desde los primeros momentos de la Iglesia destaca el
servicio incomparable de la mujer a la extensión del Reino de Dios. La Iglesia
tuvo siempre una profunda comprensión del papel que la mujer cristiana como
madre, esposa y hermana debía desempeñar en la propagación del Cristianismo, y
espera de ella su compromiso a favor de lo que constituye la verdadera dignidad
de la persona humana.
“La mujer está llamada a
llevar a la familia, a la sociedad civil, a la Iglesia, algo característico,
que le es propio y que sólo ella puede dar: su delicada ternura, su generosidad
incansable, su amor por lo concreto, su agudeza de ingenio, su capacidad de
intuición, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad...” (Conversaciones con
Monseñor Escrivá de Balaguer)
III. “El hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado
por sí misma, no puede encontrar su plenitud si no es la entrega sincera de sí
mismo a los demás” (CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes) Es en el amor, en la
entrega, en el servicio a los demás donde la persona humana lleva a cabo la
vocación recibida de Dios.
Hoy, al considerar la
generosidad y la fidelidad de las mujeres del Evangelio, pensemos cómo es la
nuestra; si contribuimos a la extensión del reino de Dios, si somos generosos
con nuestros medios económicos, con nuestros talentos y con nuestro tiempo.
Acudimos a Nuestra Madre para que nos ayude a ser fieles y desprendidos en el
servicio a la Iglesia.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org