EL SILENCIO DE MARÍA
II. Silencio de María en
los tres años de la vida pública de Jesús.
III. El recogimiento
interior del cristiano.
“En aquel tiempo,
vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero con el gentío no lograban
llegar hasta él. Entonces lo avisaron: -«Tu madre y tus hermanos están fuera y
quieren verte.» Él les contestó: -«Mi madre y mis hermanos son éstos: los que escuchan
la palabra de Dios y la ponen por obra»” (Lucas 8,19-21).
I. Aunque nos gustaría
saber más de la vida en la tierra de Nuestra Madre del cielo por los
Evangelios, Dios nos da a conocer todo lo necesario, tanto durante su vida en
la tierra, como ahora, veinte siglos, a través del Magisterio de la Iglesia
cuando, con la asistencia del Espíritu Santo, desarrolla y explicita los datos
revelados.
La
Virgen no comunica nada a su prima Isabel después de la Anunciación, sin
embargo ésta penetra en el misterio de la Encarnación por revelación divina.
Nuestra Señora no manifestó el suceso a José, y un ángel le informó en sueños
sobre la grandeza de la misión de la que ya era su esposa. En el Nacimiento de
su Hijo guardó silencio, pero los pastores fueron informados por los ángeles.
Nada
dijeron María y José a Simeón y a Ana la profetisa, cuando como joven
matrimonio más subieron al Templo para presentar al Niño. Nada comentó a sus
parientes y amigos. Se limitó a guardar estas cosas ponderándolas en su corazón
(Lucas 2, 51) María, Maestra de oración, nos enseña a descubrir a Dios, ¡tan
cercano a nuestra vida!, en el silencio y en la paz de nuestro corazón.
II. El silencio es el clima
que hace posible la profundidad del pensamiento; el mucho hablar disipa el
corazón y éste pierde cuanto de valioso guarda en su interior. (F. SUÁREZ, La
Virgen Nuestra Señora). El recogimiento de María es paralelo al de su
discreción. La Virgen también guardó silencio durante los tres años de la vida
pública de su Hijo.
El
entusiasmo de las multitudes, los milagros, no cambiaron su actitud. Jesús se dirige
a nosotros de muchas maneras, pero sólo entenderemos su lenguaje en un clima
habitual de recogimiento, de guarda de los sentidos, de oración, de paciente
espera.
III. El silencio interior,
el recogimiento que debe tener el cristiano es plenamente compatible con el
trabajo, la actividad social y las prisas que muchas veces trae la vida.
La
misma vida humana, si no está dominada por la frivolidad, por la vanidad o por
la sensualidad, tiene siempre una dimensión profunda, íntima, un cierto
recogimiento que tiene su pleno sentido en Dios. Es ahí donde conocemos la
verdad acerca de los acontecimientos y el valor de las cosas.
En
un mundo de tantos reclamos externos necesitamos “esta estima por el silencio”
(PABLO VI, Alocución en Nazareth).
De
la Virgen Nuestra Señora aprendemos a estimar cada día más ese silencio del
corazón que no es vacío sino riqueza interior, y que, lejos de separarnos de
los demás, nos acerca más a ellos, a sus inquietudes y necesidades.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org