Lo afirmó el Papa durante la homilía en la Misa
celebrada con motivo de la Jornada Mundial del Migrante
“No podemos permanecer con el corazón anestesiado,
ante la miseria de tantas personas inocentes”, aseveró el Pontífice. “No
podemos sino llorar. No podemos dejar de reaccionar”.
“Los países en
vías de desarrollo siguen agotando sus mejores recursos naturales y humanos en
beneficio de unos pocos mercados privilegiados. Las guerras afectan sólo a
algunas regiones del mundo; sin embargo, la fabricación de armas y su venta se
lleva a cabo en otras regiones, que luego no quieren hacerse cargo de los
refugiados que dichos conflictos generan”. Fueron rotundas las palabras del
Papa Francisco en la homilía en Misa celebrada en la Plaza de San Pedro con
motivo de la 105ª Jornada Mundial de Migrantes y Refugiados, en la que lamentó
la triste realidad: quienes padecen las consecuencias de estos hechos “son
siempre los pequeños, los pobres, los más vulnerables, a quienes se les impide
sentarse a la mesa y se les deja sólo las ‘migajas’ del banquete’”.
Dios pide una
atención especial por los más desfavorecidos
Con el Salmo 145 el Santo Padre comenzó a desarrollar
su homilía:
En el Salmo Responsorial se nos recuerda que el Señor
sostiene a los forasteros, así como a las viudas y a los huérfanos del pueblo.
El salmista menciona de forma explícita aquellas categorías que son
especialmente vulnerables, a menudo olvidadas y expuestas a abusos. Los
forasteros, las viudas y los huérfanos son los que carecen de derechos, los
excluidos, los marginados, por quienes el Señor muestra una particular
solicitud. Por esta razón, Dios les pide a los israelitas que les presten una
especial atención.
Caridad con los
habitantes de las periferias existenciales
El Papa señaló que la “preocupación amorosa por los
menos favorecidos”, se presenta como un rasgo distintivo del Dios de Israel. Un
rasgo que también se le requiere, como deber moral, a todos los que quieran
pertenecer a su pueblo. Es ese el motivo por el cual “debemos prestar especial
atención a los forasteros, como también a las viudas, a los huérfanos y a todos
los que son descartados en nuestros días”.
En el Mensaje para esta 105 Jornada Mundial del
Migrante y del Refugiado, el lema se repite como un estribillo: “No se trata
sólo de migrantes”. Y es verdad: no se trata sólo de forasteros, se trata de
todos los habitantes de las periferias existenciales que, junto con los
migrantes y los refugiados, son víctimas de la cultura del descarte. El Señor nos
pide que pongamos en práctica la caridad hacia ellos; nos pide que restauremos
su humanidad, a la vez que la nuestra, sin excluir a nadie, sin dejar a nadie
afuera.
Reflexionar
sobre las injusticias que generan exclusión
Pero el Santo Padre recordó que el Señor nos pide
también - junto con el ejercicio de la caridad - reflexionar sobre las
injusticias que generan exclusión, en particular, “sobre los privilegios de
unos pocos, que perjudican a muchos otros cuando perduran”:
El mundo actual es cada día más elitista y cruel con
los excluidos. Es una verdad que provoca dolor, este mundo es cada día más
elitista, más cruel con los excluidos. Los países en vías de desarrollo siguen
agotando sus mejores recursos naturales y humanos en beneficio de unos pocos mercados
privilegiados. Las guerras afectan sólo a algunas regiones del mundo; sin
embargo, la fabricación de armas y su venta se lleva a cabo en otras regiones,
que luego no quieren hacerse cargo de los refugiados que dichos conflictos
generan. Quienes padecen las consecuencias son siempre los pequeños, los
pobres, los más vulnerables, a quienes se les impide sentarse a la mesa y se
les deja sólo las “migajas” del banquete.
Demasiado
preocupados en asegurarnos una buena vida…
Con las advertencias del profeta Amós en el Antiguo
testamento (cfr 6,1.4-7) el Papa Francisco volvió sobre el tema de la “cultura
del bienestar”, que “nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace
insensibles al grito de los otros, lleva a la indiferencia hacia los otros, o
mejor, lleva a la globalización de la indiferencia”:
Al final, también nosotros corremos el riesgo de
convertirnos en ese hombre rico del que nos habla el Evangelio, que no se
preocupa por el pobre Lázaro «cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo
que caía de la mesa del rico» (Lc 16,20-21). Demasiado ocupado en comprarse
vestidos elegantes y organizar banquetes espléndidos, el rico de la parábola no
advierte el sufrimiento de Lázaro. Y también nosotros, demasiado concentrados
en preservar nuestro bienestar, corremos el riesgo de no ver al hermano y a la
hermana en dificultad.
No debemos
permanecer indiferentes
Por ese motivo, el Santo Padre insistió en que como
cristianos “no podemos permanecer indiferentes ante el drama de las viejas y
nuevas pobrezas, de las soledades más oscuras, del desprecio y de la
discriminación de quienes no pertenecen a ‘nuestro’ grupo”:
No podemos permanecer insensibles, con el corazón
anestesiado, ante la miseria de tantas personas inocentes. No podemos sino
llorar. No podemos dejar de reaccionar. Pidamos al Señor la gracia de
llorar, aquel llanto que convierte el corazón ante estos pecados.
Los cristianos
no podemos “separar” los mandamientos
Por otra parte Francisco subrayó que “amar al prójimo
como a uno mismo significa también comprometerse seriamente en la construcción
de un mundo más justo”. Significa “sentir compasión por el sufrimiento de los
hermanos y las hermanas”, significa “acercarse, tocar sus llagas, compartir sus
historias”. Y significa, además, “hacerse prójimo de todos los viandantes
apaleados y abandonados en los caminos del mundo, para aliviar sus heridas y
llevarlos al lugar de acogida más cercano, donde se les pueda atender en sus
necesidades”.
Compromiso con
la edificación de la familia humana
Amar al prójimo como a uno mismo es un “santo
mandamiento” que Dios dio a su pueblo, añadió el Santo Padre. Y es un
mandamiento que el Padre “selló con la sangre de su Hijo Jesús, para que sea
fuente de bendición para toda la humanidad”. Pues la “familia humana”, “todos
hermanos, hijos del único Padre”, es el plan original del Padre revelado en
Jesucristo.
Hoy necesitamos también de una madre y confiamos al
amor maternal de María, Nuestra Señora del Camino, Virgen de las muchas calles
dolorosas, confiamos a Ella a los migrantes y a los refugiados, junto con
los habitantes de las periferias del mundo y a quienes se hacen sus
compañeros de viaje.
Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano
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