Las relaciones entre la
Santa Sede y China fluyen, pero no son fáciles. Ni están exentas de
turbulencias
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El Papa con peregrinos chinos en la plaza de San Pedro |
Aún persisten «limitaciones» y «presiones administrativas» contra muchos
católicos en ese país asiático. Lo acaba de reconocer el Vaticano, al presentar
públicamente un documento dirigido a los sacerdotes y obispos chinos.
En él, se
dan indicaciones sobre cómo actuar ante los registros civiles pedidos a los clérigos,
que incluyen declaraciones contradictorias con la fidelidad a la Iglesia
católica.
En Roma trabajan para encontrar una solución diplomática, sin poner
en riesgo un acuerdo bilateral frágil e imperfecto, pero real y necesario.
El deshielo existe, tanto
como las dificultades. En la actualidad, todos los obispos chinos mantienen
plena comunión con el Papa. Esto, gracias al Acuerdo provisional entre la Santa
Sede y la República Popular China sobre el nombramiento de obispos, firmado en
septiembre de 2018. El documento es un primer paso para sanar décadas de
lejanía y hostilidad.
La China continental carece
de relaciones diplomáticas con el Vaticano desde el triunfo de la revolución
encabezada por Mao Zedong el 1 de octubre de 1949. Desde entonces, la Iglesia
ha afrontado azarosas vicisitudes, incluyendo la abierta persecución.
El acuerdo provisional
pretende escribir una página nueva, pero se presenta solo como una respuesta
temporal a un problema específico: el nombramiento de obispos en el país. Aún
quedan otros temas pendientes por atender, como el registro civil de los
sacerdotes, que incluye formularios con frases explícitas sobre la «autonomía»
de la Iglesia china con respecto a la romana.
«A pesar del compromiso de
querer encontrar una solución aceptable y compartida, en diferentes regiones de
la República Popular China se proponen a los sacerdotes textos para firmar que
no son conformes con la doctrina católica, que crean comprensibles dificultades
de conciencia, ahí donde se les pide aceptar el principio de independencia,
autonomía y autogestión de la Iglesia en China», explica Andrea Tornielli,
director editorial del Vaticano.
Ante esta situación, la
Santa Sede emitió el 28 de junio un documento de orientaciones pastorales sobre
el registro del clero en China. En él, constata la «profunda perplejidad» de
muchos eclesiásticos ante la obligación de firmar estos documentos bajo la
amenaza de que, de no hacerlo, quedarían imposibilitados para actuar
pastoralmente.
El registro obligatorio ha
sido introducido por nuevos reglamentos sobre actividades religiosas aprobados
poco tiempo atrás. Un gesto contradictorio con la buena voluntad mostrada con
motivo de la firma del acuerdo provisional y que ha sido utilizado por diversos
observadores para criticar el acercamiento China-Vaticano.
«La complejidad de la
realidad china y el hecho que, en el país, parece que no existe una única
praxis aplicativa de los reglamentos para los asuntos religiosos, hacen
particularmente difícil pronunciarse sobre la materia», indica la nota de
orientaciones pastorales. Por un lado –agrega–, «la Santa Sede no pretende
forzar la conciencia de nadie», y por otro, «considera que la experiencia de la
clandestinidad no está incluida en la normalidad de la vida de la Iglesia y que
la historia ha mostrado que los pastores y fieles echan mano de ella solamente
en el sufrido deseo de mantener íntegra la propia fe». «Por ello, la Santa Sede
sigue pidiendo que el registro civil del clero ocurra con la garantía de
respetar la conciencia y las profundas convicciones católicas de las personas
involucradas. Solo así, de hecho, se pueden favorecer tanto la unidad de la
Iglesia como la contribución de los católicos al bien de la sociedad china».
LA clandestinidad es
legítima
La publicación del
documento vaticano de orientaciones es la prueba tangible de que el problema
está lejos de resolverse. Redactado con lenguaje diplomático, el texto es una
verdadera toma de posición. Entre otras cosas, recuerda y subraya que la
situación actual es muy distinta a la del pasado, cuando las «asociaciones
patrióticas» pretendían ser, en la práctica, una Iglesia nacional china. Por
eso, el Vaticano insiste en que, ante el desarrollo de la relación bilateral en
los últimos años, «es legítimo esperar una actitud nueva de parte de todos,
también en el modo de afrontar las cuestiones prácticas correspondientes a la
vida de la Iglesia».
Por lo pronto, los
diplomáticos papales están trabajando para empujar una armonización entre los
registros civiles y el acuerdo firmado. Pero no resulta fácil, sobre todo por
la calidad de provisional de este último y su reducido alcance. La Iglesia
quiere que todos los documentos a suscribir por sus sacerdotes no solo respeten
las leyes chinas sino, sobre todo, la doctrina católica.
Mientras no se logre una
solución definitiva, las orientaciones pastorales recomiendan a los clérigos
que, en el momento de la inscripción, añadan una frase escrita según la cual ni
la independencia, ni la autonomía, ni la autogestión de la Iglesia en China
pueden ser excusa para dejar de lado la doctrina católica. Si esto no se les
permite, se les pide dejar constancia en modo verbal, en lo posible ante un
testigo.
«También se le pide que
informen inmediatamente a su obispo de la inscripción y de las circunstancias
en las que se ha realizado. En cambio, quien no esté seguro de inscribirse en
estas condiciones, no debe sufrir presiones indebidas», sigue la nota.
Este último pasaje resulta
fundamental. La Santa Sede reconoce a quienes, pese al acuerdo provisional,
desean permanecer en la clandestinidad, a lo que, de facto, se ven
empujados los clérigos que rechazan firmar. Pero esta Iglesia clandestina
existe y seguirá existiendo. Aunque el deseo explícito del Papa sea la plena
unidad. Eso se logrará solo después de un largo proceso, y decisiones del
Gobierno chino como el registro de sacerdotes no ayudan.
«En todo caso, a la espera
de poder alcanzar a través de un franco y constructivo diálogo entre las dos
partes, según lo acordado, a una modalidad de registro más respetuosa de la
conciencia de las personas involucradas, la Santa Sede pide que no se lleven a
cabo actos de presión intimidatorios contra las comunidades católicas no
oficiales, como por desgracia ya ha ocurrido», insiste el escrito vaticano.
Ya lo había constatado el
secretario de Estado de la Santa Sede, Pietro Parolin, en una inédita
entrevista al Global Times, el diario considerado la voz de Pekín a
nivel internacional. «¡No todos los problemas están resueltos! Tantas
cuestiones deben ser afrontadas todavía y lo estamos haciendo con buena
voluntad y determinación. Soy bien consciente que ninguno tiene la verdad
absoluta o una varita mágica, pero puedo decir que estamos empeñados en buscar
soluciones durables, que sean aceptables y respetuosas de todos».
Andrés Beltramo Álvarez
Ciudad del Vaticano
Ciudad del Vaticano
Fuente: Alfa y Omega