Numerosas
comunidades de monjas llevan en su ADN el deseo de fundar en lugares que
desconocen la vida contemplativa
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| Comunidad de clarisas de Soria. Foto: Diócesis de Osma-Soria |
Este domingo, solemnidad de la Santísima Trinidad,
la Iglesia celebra la Jornada Pro Orantibus, que este año tiene un marcado
acento misionero, en línea con el Mes Extraordinario Misionero convocado por el
Papa Francisco.
Monjas
contemplativas de clausura papal… y misioneras: así son las dominicas del
monasterio de la Madre de Dios, en Olmedo (Valladolid), que en apenas 50 años
han fundado comunidades en nueve países de misión, en diócesis donde no existía
la vida contemplativa.
En los años
del Concilio Vaticano II, la madre Teresa María Ortega alentó desde Olmedo la
fundación de los monasterios de Utuado (Puerto Rico) y de Benguela (Angola), y
en su estela la comunidad continuó fundando en Curaçao (Antillas Holandesas),
Taliao (Taiwan), Añatuya (Argentina), Toumi (Camerún), Perón (Corea del Sur),
Santorini (Grecia) y Kwito (Angola). «Nuestro monasterio fue bendecido con
muchas vocaciones y nos fueron llamando para fundar. No se programó nada. La
Providencia fue por delante», asegura sor María de la Iglesia, presidenta de la
Federación Madre de Dios, que aglutina todos estos monasterios. En su caso, las
dominicas de Olmedo siguieron las indicaciones del concilio fundando a petición
de obispos o a instancias de la propia Orden de Predicadores.
Actualmente
son 234 monjas repartidas en diez monasterios. Y sigue habiendo peticiones para
fundar en otros países de misión, «aunque de momento solo estamos escuchando,
hay que esperar», dice sor María de la Iglesia, que explica que su vocación
misionera está radicada en la misma historia de su congregación: «Santo Domingo
de Guzmán fundó nuestra orden antes que la de los frailes, porque quería que la
predicación de los hermanos estuviera precedida por la oración».
Las diez
comunidades son, en mayor o menos medida, multinacionales. En Santorini, la
isla griega desde donde habla esta religiosa a Alfa y Omega, hay 17
monjas de ocho países distintos, que habitan este oasis contemplativo católico
en medio de un país mayoritariamente ortodoxo. «En lo esencial estamos muy
unidas, a pesar de las distancias, de las culturas y del idioma. El carisma
contemplativo lo mantenemos en todas nuestras comunidades con la alabanza y
oración, con la vida comunitaria, con la Palabra y el estudio».
Su presencia
escondida en clausura es un foco de luz para los de fuera, incluso en la
turística Santorini, donde «muchos visitantes se quedan un rato en la iglesia
para experimentar algo de paz en medio de sus vacaciones. Algunos entran aquí
por casualidad y luego nos escriben para contarnos el bien que les hemos hecho
simplemente con nuestra presencia».
Fotos
de negritos en el breviario
En el caso
de las clarisas de Soria, la aventura misionera nació «cuando varias hermanas,
hace 40 o 50 años, comenzaron a comentar entre ellas que creían que Dios les
estaba llamando a llevar nuestra vida a África. Al principio era algo poco
concreto, las hermanas recortaban fotos de negritos de la
revista Mundo Negro y las colocaban en el breviario para
rezar. Lo comentaban entre ellas y comenzaron a soñar con eso. “Pedid, quién
sabe”, decía la maestra», cuenta una de ellas.
Poco a poco,
ese deseo se fue concretando más, hasta que un día de febrero de 1984, a
petición de un obispo español, cuatro hermanas salieron hacia Zimbabwe. «El
Cuerpo Místico de Cristo no está completo en esos países hasta que no hay una
presencia contemplativa», explica esta hija de santa Clara.
La vida en
clausura no empezó enseguida, sino que estas hermanas recorrieron el país para
conocer a la Iglesia local y para que los fieles del país descubrieran un modo
de vida religiosa totalmente nuevo para ellos que, como mucho, sabían de la
vida religiosa de tipo activo. Una comunidad de franciscanos les cedió un
convento y al cabo de unos meses se pusieron en marcha. «Empezaron a vivir
igual que vivimos nosotras en nuestro convento de Soria, con el día dedicado a
la oración y al trabajo de nuestras manos». Concretamente, se dedicaron a
fabricar hostias para las celebraciones de todo el país. «Se han ido dando a
conocer, y ahora son diez hermanas, solo dos de ellas españolas, porque en
estos años han ido surgiendo vocaciones. El objetivo es que sean ellas las que
sigan adelante con la clausura y que su vida atraiga a más hermanas del país»,
explica la religiosa.
Con el
tiempo surgió otra aventura misionera, esta vez en Mozambique. «Nuestra
comunidad siempre quiso ir allí, pero la guerra lo impidió. Los obispos nos lo
pedían insistentemente pero el país no estaba preparado, es un pueblo que ha
sufrido mucho y se ha autodestruido». En el año 2007, finalmente salió un
primer grupito hacia una nación en la tampoco existía la vida contemplativa y que
religiosamente estaba poblado por animistas, musulmanes, sectas... «Nos ha
costado entrar, es verdad, pero los que se han ido acercando nos han visto con
otros ojos. La gente llega a pedirte oraciones, te llevan un saquito de
garbanzos... Nos valoran mucho, ven normal y heroico que nos encerremos para
orar a Dios por todas las necesidades».
En Tánger
para orar por la paz
En lo que
hace años constituía la periferia de Tánger y hoy forma parte de la misma
ciudad se levanta el convento de las carmelitas descalzas, donde rezan diez
hermanas de nueve nacionalidades diferentes. «Este es un carmelo en un contexto
totalmente islámico, y estamos aquí para orar especialmente por la paz. Esta
oración se hace intercesión por nuestros hermanos musulmanes, y encuentro y
amistad con los que vienen a nuestra casa, que muchos de ellos llaman Casa
de Dios. Es muy hermoso ver con qué respeto y cariño nos tratan por
ser consagradas», explican.
En Tánger
los cristianos son una pequeñísima minoría, y la ley les impide hacer
proselitismo y organizar celebraciones públicas de su fe, pero ellas aseguran
que «tenemos libertad para evangelizar con nuestra vida, que es lo que cuenta».
Juan Luis
Vázquez Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa
y Omega
