¿El
mejor? no, el apropiado
Hola,
buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
Una
amiga nos había pedido unas pulseras y, como no nos había dado tiempo a
terminar de montarlas, decidimos acabarlas ayer por la tarde con ella en el
locutorio.
Después
de grabarlas, siempre limpiamos un poco las medallas con un paño para quitar el
polvillo de metal que se levanta con la grabación. Así pues, yo, con toda
confianza, llevé el paño que suelo utilizar para esta tarea. Después de haber
probado otros, este paño me encanta, porque no deja pelillo, ni se rompe con
facilidad... Sin embargo, las demás, al verlo, soltaron una carcajada
monumental.
-¿Vamos
a limpiar las medallas con ese trapo cochambroso?
-¿Las
limpiará de verdad o las ensuciará más?
Y
es que, ciertamente, su aspecto no era muy atractivo... ¡más bien parece el
trapo de un mecánico!
Así,
entre risas, nuestra amiga dijo:
-¡Realmente es de reto! Sí, porque esto, que aparentemente está “hecho un trapo”, que parece que no puede limpiar y da la impresión de que ya no sirve... hace su función genial.
¡Y
qué razón tenía! Quizá no era el mejor trapo, ¡pero era el apropiado! Ella
luego nos habló de cómo muchas veces nuestra pobreza nos hace sentir que no
vamos a poder, o que no servimos para esto o aquello, y, sin embargo, eso no es
real. La realidad, más bien, es que la experiencia de nuestra propia pobreza,
salvada por Cristo, se vuelve un don para los demás.
Sí,
porque cuántas veces son nuestras propias manchas las que nos hacen ser
misericordiosos con los demás, pues, si yo he necesitado que otros tengan
paciencia conmigo, entiendo al otro cuando cae; si me he sentido pequeño y
frágil, cuando veo a otro lo comprendo y puedo abrazar su fragilidad; cuando he
podido experimentar que otros cuentan conmigo, me recuerdan que también yo
tengo mucho para darme a los demás...
Lo
único que necesitamos es dejarnos salvar por Cristo en esas pequeñas cosas del
día que nos hacen sentir débiles, pobres, pequeños... ¡si solo vemos nuestras
propias manchas, dejamos de ver la misión de nuestro trapo! Si solo me fijo en
mi pequeñez, no lograría ver la capacidad que Él me da para amar.
Hoy
el reto del amor es responder con un sí pronto y alegre a cualquier servicio
que te pidan. Deposita tu vida en manos de Cristo, entrégale el día y...
¡prepárate para un día lleno de aventuras! Porque, quien le da la mano a
Cristo, ya no sabrá lo que es parar.
VIVE
DE CRISTO
Pd:
Y, desde aquí, mandamos un abrazo muy fuerte a todas las madres, esas personas
de amor incondicional que tantas veces nos han ayudado a sacar lo mejor...
incluso cuando nos sentíamos “el peor trapito”. ¡Gracias por ser un reflejo del
amor del Señor! ¡Feliz día de la madre!
Fuente:
Dominicas de Lerma