...yo quiero ser un burrito, pero el más pequeño, el más leal al
Maestro, el más entregado a su limitada y concreta misión
Me
corrijo, no quiero ser un burro, quiero ser un burrito, el más pequeño burro
entre los burros. Esto lo comprendo ahora plenamente, quizás después de haber
tratado tontamente de ser pavo real o simplemente pavo, durante demasiados años
de mi vida. ¡Qué honor ser burro, un dedicado y eficiente burro!
El extraordinario Padre Emiliano Tardif me enseñó esto en uno de sus libros, retratando la figura de esta hermosa forma:
El extraordinario Padre Emiliano Tardif me enseñó esto en uno de sus libros, retratando la figura de esta hermosa forma:
Cuando el Señor entró en Jerusalén el Domingo de Ramos,
montaba un lindo burrito. La gente lo aclamó gritando hosanna al que viene en
Nombre del Señor, y ponían sus ropas en Su camino para que el burro las pise al
paso, mientras aventaban hojas de palma y también las arrojaban al camino.
Pensemos en el burrito que experimentó todo eso: él podría
haber dicho "¡qué maravilla como me aclaman, que éxito excepcional el
entrar a Jerusalén de este modo!". En ese caso, el burrito hubiera saltado
de alegría y girado sobre sí mismo para contemplar alborozado tanta fanfarria.
¿Qué hubiera ocurrido en ese caso? Pues, la carga que el burrito llevaba sobre
su grupa hubiera caído por tierra, dando por fracasada la más extraordinaria
misión que burro alguno haya tenido desde que Dios creó a su especie, los
burritos.
Los hosannas no eran para él, eran para el Hombre-Dios que lo
había elegido, por motivos misteriosos, para conducir tan trascendental misión.
No era un burrito cualquiera, el Señor ya lo tenía elegido desde el inicio de
los tiempos. Era un burro elegido, ni más ni menos. Sin embargo eso no cambiaba
ni el sentido ni el propósito de su responsabilidad, de su misión. Él tenía que
llevar sobre si al que era Rey del Universo, la Palabra hecha Hombre, el Verbo
Encarnado, el Mesías anunciado y esperado durante generaciones.
El burro, consciente de su misión, se concentró en la tarea
de modo extraordinario mientras se repetía a sí mismo a todo momento:
"estos aplausos no son para mi, no debo distraerme, estos hosannas no son
para mi, debo concentrarme en tener el paso firme, la mirada fija en el camino".
El burrito tenía que pisar los mantos que ponían frente a él
sin enredarse las pezuñas, pisar las hojas de palma sin lastimarse ni provocar
tropiezo alguno. El ignoró lo mejor que pudo lo que pasaba a su alrededor, para
poder de ese modo servir a su Amo, para llevar a buen término aquella jornada
que glorificó por toda la eternidad a la especia burrina (perdón por el
término) para alegría de las futuras generaciones de burros por venir.
Y yo, hoy, quiero ser burrito, digno descendiente de ese mismo
feliz ejemplar que supo comprender su misión de modo tan claro. El burrito de
Jesús no cayó en tentación de vanidad ni se confundió por un instante sobre el
alcance de su llamado. Dios mismo lo había elegido, eso lo hacía un burro
elegido por cierto, pero por eso justamente tenía que ser el más pequeño entre
los burros, sin fallar, sin desviarse de su camino.
Como buen burrito, del linaje de aquel maestro burro, quiero
llevar sobre mis espaldas la Palabra del Maestro, sin desviar mi mirada del
camino, sin tropezar ni caer, sin distraerme aun cuando aclamen o aplaudan,
porque es al Maestro al que gritan hosanna, no a mí. Es al Maestro al que
quieren escuchar y seguir, no a mi. Es al Maestro al que quieren y deben
imitar, no a mi.
Muchas formas hay para definir lo que es la verdadera
humildad, pero pocas formas son tan claras como la comprensión de la misión de
aquel burrito. Muchos burros yo conozco que en situaciones similares saltan de
alegría y sacuden sus brazos en agradecimiento a la multitud, arrojando por los
aires la Palabra del que verdaderamente estaba dirigiéndose a la gente. No, yo
quiero ser un burrito, pero el más pequeño, el más leal al Maestro, el más
entregado a su limitada y concreta misión.
Señor, hazme un instrumento de Tu Palabra
para
que dócilmente la lleve al mundo.
Que de
mis labios se derrame la miel de Tu dulzura
que
mis ojos iluminen con la Luz de Tu Mirada
que
mis manos acaricien como sólo Tu sabes hacerlo
que
mis pies pisen sobre Ti que eres Camino
que
mis brazos abracen y sanen las heridas del alma
que mi
alma descanse en Tu Paz
para
que nada en mi sea por mi mismo
sino
por Ti y en Ti que eres mi Amo y Fortaleza
Por: Oscar Schmidt
Fuente:
Catholic.net