Ser o no
ser cristiano es más complejo que una simple encuesta del CIS. La realidad
muestra que la Iglesia es un pilar esencial en el Estado del bienestar
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Voluntarios de Cáritas |
Los católicos van menos a Misa. El 62,1% casi nunca
participa en los oficios religiosos, según dice el CIS. Con estos datos, la
encuesta más popular de la sociedad española se ha convertido en una suerte de
sentencia a muerte del cristianismo en España. Sin embargo, un fenómeno tan
complejo como la religiosidad no puede medirse con un solo dato estadístico.
«En mi
Universidad he impartido docencia a alumnos que se declaran a sí mismos ateos,
pero intelectualmente católicos. Otros entienden que no pueden faltar como
cofrades en las próximas procesiones de Semana Santa, pero el resto del año lo
último que harían un domingo es ir a misa.
Otros, en fin,
encuentran en la Iglesia católica una enriquecedora experiencia de vida que les
define en su código genético espiritual. Visto así, pertenecer o no pertenecer
a la Iglesia a efectos de una encuesta es algo más complicado y menos unívoco
de lo que parece», explica Rafael Palomino, catedrático de Derecho Eclesiástico
del Estado en la Universidad Complutense.
Han pasado ya casi cien años de aquel famoso
discurso del ministro de Guerra Manuel Azaña al comienzo de la República en la
que sentenció: «España ha dejado de ser católica». Sin embargo, los ecos de la
frase siguen retumbando en una parte de la población. «De forma recurrente hay
personas y sectores de la sociedad que insisten en la idea de que España ha
dejado de ser católica. Forma parte de lo que podríamos llamar “nuestros
espasmos repetitivos e involuntarios” o tics nerviosos como sociedad», apunta
Palomino.
Para Antonio Martín Puerta, profesor de Filosofía
Moral y Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad CEU-San Pablo aquella
sentencia «sigue siendo de plena actualidad en el sentido de que ahora las
líneas directrices ya no las trazan los católicos». Sin embargo, este académico
subraya que a la par «sigue existiendo un sector incombustible del catolicismo
que quizás sea menos visible y no salga tanto en la prensa pero que sigue
estando al lado de las personas más vulnerables». «Podríamos decir que el catolicismo
en España tiene sus aspectos declinantes, pero también sus aspectos brillantes
desde el punto de vista humano en un país con un trasfondo católico
inevitable», asegura.
Labor básica y nuclear

La memoria de Actividades
de la Conferencia Episcopal Española, que encargó por primera vez el Gobierno
de Rodríguez Zapatero a la Iglesia para dar cuenta del destino de los fondos
que recibe del IRPF, ha sido la brújula que ha permitido a la sociedad española
tomar conciencia de la gran cantidad de ámbitos en los que la labor de la
Iglesia se ha convertido en esencial. «Su presencia real en medio de la
sociedad es indiscutible. De todas las instituciones que trabajan por los
demás, la Iglesia es la que más peso tiene. Sin esta labor social, que llega a
millones de personas, la sociedad tal como hoy la conocemos sería
insostenible», explica el director de la Comisión Episcopal de Pastoral Social,
el padre Fernando Fuentes.
A pie de calle, la Iglesia
consigue cubrir cada año las necesidades básicas de 4,8 millones de españoles,
el 10% de la población. Desde el año 2010, sus centros sociales y asistenciales
han aumentado en un 71%. No hay barrio en España que no cuente con un despacho
de Cáritas en una parroquia. Sus más de 80.000 voluntarios acompañan a diario a
un millón y medio de ciudadanos vulnerables (y otros tantos fuera de nuestras
fronteras). Ninguna institución de la sociedad civil consigue tasas de
inserción laboral tan buenas como las que tiene Cáritas Española.
Prácticamente una de cada
cinco personas que golpean a su puerta consiguen volver al mercado de trabajo,
pese a tratarse de los perfiles más difíciles de colocar: mayores de 45 años y
sin formación básica. Además los fondos con los que esta institución consigue
sacar de la exclusión a millones de personas no son públicos. El 73% proceden
de aportaciones privadas. Para el sociólogo Alejandro Navas «ese calor humano
que ofrece la Iglesia a través de instituciones como Cáritas es una de sus
funciones esenciales».
Una cifra récord
La educación católica
también tiene una peso importante en la sociedad. Uno de cada cuatro alumnos en
nuestro país va un colegio concertado católico y seis de cada diez asiste a la
clase de Religión, la mitad en un centro público. Cuando llega la campaña de la
Renta, el respaldo de la sociedad española a la labor de la Iglesia es
sustancial. Un tercio de los contribuyentes asigna parte de sus impuestos a
esta institución. En la pasada campaña, la Iglesia recibió una cifra récord de
267,8 millones de euros. La suma no hace más que crecer desde 2007.
España sigue siendo además
una potencia misionera. Ningún país del mundo cuenta con 12.000 sacerdotes,
religiosas y laicos trabajando fuera de sus fronteras. Nuestro país es la
segunda nación del mundo, después de EE.UU., que más ayuda económicamente a las
misiones. Pese a que no corren buenos tiempos para las vocaciones a la vida
consagrada, España también es una potencia mundial en el número de religiosos
contemplativos. De los 3.000 monasterios que hay en el mundo, un tercio están
en nuestro país. La riqueza que genera su patrimonio cultural supone nada menos
que un 3% del PIB.
Si bien es cierto que
existe un alejamiento real de los sacramentos y el número de seminaristas
decrece, a diario surgen nuevas propuestas que están dando un empuje renovado a
la religiosidad. Allí están fenómenos sin parangón, como los retiros de Emaús,
grupos juveniles como el de Hakuna o las religiosas del hábito vaquero, Iesu
Communio. En España cada año se triplican las solicitudes para participar del
retiro espiritual de Emaús. Desde sus inicios en 2010, ya han asistido 17.000
personas. Para Navas «es muy humano e hispánico estar para lo extraordinario y
descuidar un poco más el día a día».
Pese a toda la riqueza
social, cultural y educativa que el cristianismo aporta a la sociedad, España
podrá dejar de ser algún día un país de católicos. Pero, según describe el
catedrático Rafael Palomino, «no será porque un político lo declare
solemnemente desde la tribuna de oradores de un parlamento ni porque lo decida
el CIS, sino cuando dejen de nacer hijos de católicos».
Laura Daniele
Fuente: ABC