José y Jesús pasan
juntos gran parte del día en el centro de cuidados Laguna, de Madrid. «Aquí
estoy tranquilo, están muy pendientes de mí», comenta el primero, que padece
ELA desde hace siete años
Foto: María Pazos Carretero |
A José le diagnosticaron
ELA hace siete años. Al principio, reconoce con el hilo de voz que le queda, lo
llevó «mal. Primero tenía que usar bastón. Luego no podía andar y tenía que ir
con andador.
Después tampoco pude así, y tenía que ir en una silla, conduciéndola
yo. Ahora eso me es imposible porque ya no puedo mover los dedos». De hecho, ni
siquiera pueden llevarle otros en la silla «porque ya no puedo soportar la
cabeza y se me cae. Pero esto es así».
Hace un mes y medio, el
desgaste que le produjo una infección pulmonar que lo tuvo ingresado varios
meses hizo que los médicos recomendaran a su familia una estancia en el centro
de cuidados Fundación Víanorte Laguna. «Nos pareció bien –comparte su hijo
Jesús–, porque sería una oportunidad para que él se recuperara, y un descanso
para mi madre y para mí. Ahora necesita más cuidados. Yo antes podía manejarlo
hasta cierto punto. Pero hay situaciones que requieren una intervención
temprana. Y si no eres médico…».
Jesús no se detiene en los
aspectos más duros o difíciles de la enfermedad de su padre. Habla, de hecho,
como si estar a su lado casi todo el día en el hospital fuera algo ordinario:
«Trabajo en un negocio familiar, y me puedo permitir esta flexibilidad. He
tenido la suerte de haber podido llevarle todos estos años a los médicos o a
fisioterapia».
También se considera
afortunado por tener una forma de ser que «hace que no me cueste tanto lidiar
con todo esto. Porque llevar una enfermedad así en alguien cercano es muy
difícil…», reconoce.
Chistes de Gila
En Laguna, José se
encuentra a gusto. «Estoy tranquilo. Hay muy buena gente, y es como si no
corriera el tiempo, para bien. Lo que más me ayuda es mi familia, pero también
aquí están muy pendientes». Una de las personas que más le visita es su tocayo
José Ruiz, sacerdote y coordinador del Servicio Religioso. Juntos escuchan a
María Dolores Pradera o José Luis Perales, y se desternillan con los chistes de
Gila.
Por su habitación de la
segunda planta, que da al parque de la Cuña Verde de Latina, también pasa a
veces un psicólogo. Como una de las bases del acompañamiento integral que se da
en el centro es la atención a la familia, «también me pregunta a mí –cuenta
Jesús–, y me dice que si necesito algo hable con él. Pero yo estoy bien,
después de tantos años estoy más o menos acostumbrado. Yo solo miro que mi
padre esté bien. Es un regalo poder estar con él».
María Martínez López
Fuente: Alfa y Omega