¡FUEGO HE VENIDO A TRAER A LA TIERRA!
II. El apostolado en medio
del mundo se ha de propagar como un incendio de paz.
III. La Santa Misa y el
apostolado.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: -«He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá
estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta
que se cumpla! ¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división.
En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres Contra dos y dos contra
tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la
madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la
nuera contra la suegra»” (Lucas 12,49-53).
I. El Señor manifiesta a
sus discípulos el celo apostólico que le consume: Fuego he venido a traer a la
tierra, y ¿qué quiero sino que yo arda? (Lucas 12, 49) San Agustín, comentando
este pasaje del Evangelio de la Misa, enseña: “los hombres que creyeron en Él
comenzaron a arder, recibieron la llama de la caridad.
Inflamados
por el fuego del Espíritu Santo, comenzaron a ir por el mundo y a inflamar a su
vez...” Somos nosotros quienes hemos de ir ahora por el mundo con ese fuego de
amor y de paz que encienda a otros en el amor a Dios y purifique sus corazones.
“El fuego que Jesús ha traído a la tierra es Él mismo, es la Caridad: ese amor
que no sólo une el alma a Dios, sino a las almas entre sí” (CH. LUBICH,
Meditaciones)
Hoy
es un buen día para considerar en nuestra oración si nosotros propagamos a
nuestro alrededor el fuego del amor de Dios.
II. El apostolado en medio
del mundo se propaga como un incendio. Cada cristiano que viva su fe se
convierte en un punto de ignición en medio de los suyos, en el lugar de
trabajo, entre sus amigos y conocidos...
Pero
esa capacidad sólo es posible cuando se cumple en nosotros el consejo de San
Pablo a los cristianos: Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo
Cristo Jesús (Filipenses 2, 5): esto nos lleva a pensar, mirar, sentir, obrar y
reaccionar como Él ante las gentes. Jesús se compadecía de los hombres: su amor
era tan grande que no se dio por satisfecho hasta entregar su vida en la Cruz.
Este
amor ha de llenar nuestro corazón: entonces nos compadeceremos de todos
aquellos que andan alejados del Señor y procuraremos ponernos a su lado para
que, con la ayuda de la gracia, conozcan al Maestro. Todas las almas interesan
al Señor. Cada una de ellas le ha costado el precio de su Sangre. Imitando al
Señor, ninguna alma nos debe ser indiferente.
III. Después de cada
encuentro único que tenemos con el Señor en la Santa Misa, nos ocurrirá como
aquellos hombres y mujeres que fueron curados de sus enfermedades en algún
lugar de Palestina: no cesaban de pregonar por todas partes las maravillas que
el Maestro había obrado en su alma o en su cuerpo.
Cada
encuentro con el Señor lleva esa alegría y a la necesidad de comunicar a los
demás ese tesoro. Así propagaremos un incendio de paz y de amor que nadie podrá
detener.
Y
también, llenos de gozo, podremos repetir muy dentro del corazón: He venido a
traer fuego a la tierra, ¿y qué quiero sino que arda? Es el fuego del amor
divino, que trae la paz y la felicidad a las almas, a la familia, a la sociedad
entera.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org