“Dios ha elegido lo que es necio para el mundo para
confundir a los sabios”. Así se titula esta reflexión ofrecida por el
Predicador de la Casa Pontificia
El Padre Cantalamessa ofrece su última predicación de Cuaresma en preparación a la Pascua (Vatican Media) |
El mundo está en fibrilación por la imagen del agujero
negro en el universo que confirma la teoría de la relatividad de Einstein. Un
acontecimiento que hace época – dijo el Predicador de la Casa Pontificia – pero
hay otra relatividad infinitamente más importante: Dios
Esta mañana a las 9.00, en la Capilla Redemptoris
Mater del Palacio Apostólico, el Padre Raniero Cantalmessa ofreció su
quinta y última predicación de Cuaresma ante la presencia del Papa Francisco y
los miembros de la Curia Romana. El tema elegido este año ha sido “Vuelve a ti
mismo”, inspirado en el pensamiento de San Agustín, para continuar su reflexión
iniciada en Adviento sobre el versículo del Salmo que reza: “Mi alma tiene sed
del Dios vivo”.
“Dios ha elegido lo que es necio para el mundo para
confundir a los sabios”. Así se titula esta reflexión ofrecida por el
Predicador de la Casa Pontificia, quien comenzó recordando que en el
Nuevo Testamento y en la historia de la teología hay cosas que no se entienden
si no se tiene en cuenta un dato fundamental, es decir, el de la
existencia de dos enfoques diferentes, aunque complementarios, hacia el
misterio de Cristo: el de Pablo y el de Juan.
En efecto, Juan y Pablo – dijo el Padre capuchino –
ofrecen dos reflexiones diferentes acerca de la fe en dos momentos históricos
diferentes. Una dicotomía que se compone y que ayuda a comprender el Nuevo
Testamento y la historia de la Teología, superando el “error fatal” de ver una
división “en el origen mismo del cristianismo”. De ahí la importancia de “tener
en cuenta esto para comprender la diferencia y la complementariedad entre
teología oriental y teología occidental”:
Las dos perspectivas, la paulina y la joánica, aunque
fusionándose juntas – como vemos que sucede en el Credo Niceno-Constantinopolitano
– conservan su distinta acentuación, como dos ríos que, confluyendo uno en
otro, conservan durante un largo trecho el distinto color de sus
aguas. La teología y la espiritualidad ortodoxa se basan predominantemente en
Juan; la occidental – la protestante más aún que
la católica – se basa principalmente en Pablo. Dentro de la misma
tradición griega, la escuela alejandrina es más joánica, la antioqueña más
paulina. Una hace consistir la salvación en la divinización, la otra en la
imitación de Cristo.
Juan y Pablo:
dos miradas diferentes sobre el misterio
Dos miradas sobre el misterio de Cristo desde dos
enfoques diferentes y reflejando dos momentos históricos diferentes.
La peculiaridad de esta visión joánica salta a los
ojos si la comparamos con la de Pablo. Para Pablo, en el centro de
atención no está tanto la persona de Cristo, entendida como realidad
ontológica; está, más bien, la obra de Cristo, es decir, su misterio pascual
de muerte y resurrección. La salvación no está tanto en creer que Jesús es el
Hijo de Dios venido en la carne, cuanto en creer en Jesús “muerto por
nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación”. El
acontecimiento central no es la encarnación, sino el misterio pascual.
La cruz, la
sabiduría y el poder de Dios
El Padre Cantalmessa se refirió al “Cristo de Pablo
que cambia el destino de la humanidad en la cruz”. Y citando la Primera Carta a
los Corintios que introduce “la novedad en la acción de Dios”, dijo:
El Apóstol habla de una novedad en el actuar
de Dios, casi un cambio de ritmo y de método. El mundo no ha sabido
reconocer a Dios en el esplendor y en la sabiduría de la
creación; entonces él decide revelarse de modo opuesto, a través de la
impotencia y la necedad de la cruz. No se
puede leer esta afirmación de Pablo sin recordar
el dicho de Jesús: “Te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado
a la gente sencilla” (Mt 11,25).
Tras recordar que el Papa Benedicto XVI,
en su encíclica “Deus Caritas Est”, muestra las consecuencias que
tiene esta distinta visión a propósito del amor. El Predicador dijo que
“Dios se ha manifestado en la cruz, sí, ‘bajo su contrario’, pero bajo lo
contrario de lo que los hombres han pensado siempre de Dios, no de lo que Dios
es verdaderamente. Dios es amor y en la cruz se produjo la suprema
manifestación del amor de Dios por los hombres. En cierto sentido, sólo
ahora, en la cruz, Dios se revela ‘en la propia especie’, en lo que le es
propio”.
También aludió al teólogo medieval bizantino Nicolás
Cabasilas quien nos proporciona la clave mejor para
entender en qué consiste la novedad de la cruz de Cristo cuando escribe: “Dos
cosas dan a conocer al amante verdadero y le aseguran el triunfo sobre el
amado: hacerle todo el bien que le es posible y tolerar por su amor los más
terribles tormentos”.
Un amor de
beneficencia que se hace amor de sufrimiento
Y agregó que “en la creación Dios nos ha llenado de
dones, en la redención ha sufrido por nosotros. La relación entre las dos
cosas es la de un amor de beneficencia que se hace amor de sufrimiento”.
Además, el Evangelio – prosiguió el Padre Cantalmessa – revela
que la verdadera omnipotencia es la total impotencia del
Calvario. Hace falta poca potencia para proseguir, en cambio, se requiere
mucha para ponerse a un lado aparte, para borrarse. ¡El Dios cristiano es esta
ilimitada potencia de ocultamiento de si!
El amor es humilde
porque crea dependencia
“El amor es humilde porque, por su naturaleza, crea
dependencia, agregó el Predicador. Y dijo que vemos esto en pequeño, por lo que
ocurre cuando dos personas humanas se enamoran. “El joven que, según el ritual
tradicional, se arrodilla ante una chica para pedir su mano, hace el acto más
radical de humildad de su vida, se hace mendigo”. Y recordó que Henri
de Lubac escribió que “la revelación de
Dios como amor, obliga al mundo a revisar todas sus ideas sobre
Dios”.
A lo que agregó que, en su opinión, “la teología y la
exégesis están aún lejos de haber sacado de ello todas las consecuencias”. Una
de las cuales es que “si Jesús sufre de forma atroz en la cruz no lo
hace principalmente para pagar en lugar de los hombres su deuda insoluta”. “No,
Jesús muere crucificado para que el amor de Dios pudiera
llegar al hombre en el punto más remoto en el cual se había
alejado rebelándosele, es decir, en la muerte”. Incluso la muerte está habitada
por el amor de Dios, explicó el Predicador, y recordó que en su libro sobre
Jesús de Nazaret, Benedicto XVI, escribió:
“La injusticia, el mal como realidad no puede
simplemente ser ignorado, dejado estar. Debe ser eliminado, vencido. Esta es la
verdadera misericordia. Y que ahora, puesto que los hombres no son capaces de
ello, que lo haga Dios mismo: esta es la bondad incondicional de Dios”. Por lo
que “el motivo tradicional de la expiación de los pecados mantiene, como
se ve, toda su validez, pero no el motivo último, dijo el Padre Cantalamessa.
“El motivo último es la bondad incondicional de Dios”, es decir, “su amor”.
Nuestra respuesta
Ante la pregunta de “¿cuál será nuestra
respuesta frente al misterio que hemos contemplado y que la liturgia nos hará
revivir en la Semana Santa?”, el Predicador de la Casa Pontificia dijo que “la
primera y fundamental respuesta es la de la fe. No una fe cualquiera, sino
la fe mediante la cual nos apropiamos de lo que Cristo ha adquirido para
nosotros. La fe que ‘arrebata’ el reino de los cielos”.
Por
esta razón pidió que “no dejemos pasar la Pascua” sin haber “renovado el golpe
de audacia de la vida cristiana que nos sugiere San Bernardo. Y, de
hecho, San
Pablo exhorta a menudo a los cristianos a “despojarse del hombre
viejo” y “revestirse de Cristo”.
En
su conclusión, el Predicador de la Casa Pontificia recordó las vicisitudes de
la Madre Teresa de Calcuta cuando su alegría y entusiasmo habían disminuido y
cayó en una noche oscura que la acompañó durante todo el resto de la vida. En
efecto ella llegó a dudar acerca de si aún tenía fe, hasta el punto de que
cuando, tras su muerte, fueron publicados sus diarios y alguien,
totalmente desconocedor de las cosas del
Espíritu, habló incluso de un “ateísmo de la Madre Teresa”. Pero
“la santidad extraordinaria de la Madre Teresa – dijo el Padre Cantalamessa –
está en el hecho de que vivió todo esto en el más absoluto silencio con todos,
escondiendo su desolación interior bajo una sonrisa constante” en su rostro.
“En ella – agregó – se ve lo qué significa pasar de hacer las cosas para Dios,
al sufrir por Dios y por la Iglesia”.
Es
una meta muy difícil, pero afortunadamente Jesús en la cruz no sólo
nos ha dado el ejemplo de este tipo nuevo de amor; nos ha merecido también la
gracia de hacerlo nuestro, de apropiárnoslo mediante la fe y los
sacramentos.
De
ahí su exhortación a que prorrumpa, pues, en nuestro corazón, durante la Semana
Santa, el grito de la Iglesia: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque
con tu santa cruz has redimido el mundo.
Y
de se despidió del Santo Padre y de los venerables hermanos y hermanas
presentes, deseándoles a todos una feliz y santa Pascua.
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Vatican News