“La
verdadera empresa de la vida es nuestra conversión”, erradicando toda forma de
idolatría
Predicación de Cuaresma en la Capilla Redemptoris Mater a cargo del Padre Raniero Cantalamessa (Vatican Media) |
En
la Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico, el Predicador de la Casa
Pontificia ofreció su tercera predicación de Cuaresma ante la presencia del
Santo Padre Francisco y de los miembros de la Curia Romana, para proseguir sus
reflexiones sobre “La idolatría, la antítesis del Dios vivo”
“La verdadera empresa de la vida es nuestra
conversión”, erradicando toda forma de idolatría. A partir de esta frase el
capuchino Predicador comenzó su reflexión de este tercer sermón cuaresmal para
poner de manifiesto la necesidad de “un aumento de conciencia”, reconociendo
que “la lucha contra la idolatría, desgraciadamente, no ha terminado con el fin
del paganismo histórico”, sino que “siempre está en curso”. Sí, porque como
afirmó el Padre Raniero Cantalamessa: “Los ídolos han cambiado de nombre, pero
están más presentes que nunca”.
El “becerro de oro”
que se esconde en nuestro interior
En
el espléndido escenario de la Capilla Redemptoris Mater, el
Predicador recordó que San Pablo hizo el análisis más “lúcido y profundo” de la
idolatría. En efecto, el Apóstol se había centrado en “la situación de la
humanidad antes de Cristo y fuera de él”, e individua, con otras palabras, “de
dónde parte el proceso de redención”. “No desde cero” o de la naturaleza, sino
“de bajo cero”, es decir, del pecado”. Y añadió que en aquel mundo dividido en
dos categorías, “griegos y judíos”, es decir, “paganos y creyentes”, San Pablo
individua “el pecado fundamental” de los primeros “en la impiedad y en la
injusticia”.
En
qué consiste exactamente esta impiedad, el Apóstol lo explica enseguida,
diciendo que consiste en el rechazo de “glorificar” y “dar gracias a Dios”. En
otras palabras, rechazar reconocer a Dios como Dios, al no tributarle la
consideración que le es debida. Consiste, podríamos decir, en “ignorar” a Dios,
donde, sin embargo, ignorar no significa tanto “no saber que existe”, cuanto
“hacer como si no existiera”.
La ilusión de las
personas piadosas y religiosas
Además, el Predicador de la Casa Pontificia
explicó que el mismo Apóstol experimentó “este shock, cuando, siendo
fariseo, se hizo cristiano”, y por esta razón, a partir de ese momento “puede
hablar con tanta seguridad y señalar a los creyentes el camino para salir del
fariseísmo”.
Él
desenmascara la ilusión extraña y frecuente de las personas piadosas y
religiosas de considerarse al abrigo de la cólera de Dios, sólo porque tienen
una clara idea del bien y del mal, conocen la ley y, si fuera necesario, la
saben aplicar a los demás, mientras que, en cuanto a sí mismos, piensan que el
privilegio de estar del lado de Dios o, de todos modos, la “bondad” y la
“paciencia” de Dios, que conocen bien, harán una excepción para ellos.
“De
la escucha de esta palabra de Pablo se sale convertidos o endurecidos” – dijo
el Padre Cantalamessa –o se comprende plenamente la propia condición de
pecadores o el corazón se endurece ulteriormente y “se refuerza la
impenitencia”.
Nuevas formas de
idolatría y conversión
“Hay una idolatría oculta que insidia al
hombre religioso” – añadió el Predicador – cuando éste adora “la obra de sus
propias manos”, poniendo “a la criatura en el lugar del Creador”. Y la criatura
“puede ser la casa o la iglesia que yo construya, la familia que yo cree o el
hijo que yo haya dado a luz”.
En
el fondo de toda idolatría está la autolatría, el culto de sí, el amor propio,
el ponerse a sí mismo en el centro y en el primer puesto en el universo,
sometiendo todo a él. Basta que aprendamos a escucharnos mientras hablamos para
descubrir cómo se llama nuestro ídolo, pues, como dice Jesús, “de la abundancia
del corazón habla la boca” (Mt 12,34). Nos daremos cuenta de cuántas frases
nuestras comienzan con la palabra “yo”.
Y así – prosiguió el Padre Cantalamessa – “el
resultado es siempre la impiedad”, el hecho de no glorificar a Dios, “sino
siempre y sólo a sí mismos”. “Muchos árboles altos tienen una raíz de palmera”
– añadió para fijar el concepto mediante una imagen – “una raíz madre que
desciende perpendicularmente bajo el tallo y hace que la planta sea firme e
inquebrantable”. Por eso hasta que no le des con el hacha en esa raíz – dijo –
puedes cortar todas las raíces laterales, pero el árbol no cae. Por lo tanto,
si el pecado “ha consistido en un repliegue sobre sí mismos”, “la conversión
más radical consiste en ‘enderezarnos’ y dirigirnos a Dios”.
Si me alineo con todo mi yo en la parte de Dios,
contra mi “yo”, me hago su aliado; somos dos en luchar contra el mismo enemigo
y la victoria está asegurada. Nuestro yo, como un pez sacado fuera de su agua,
puede deslizarse aún y menearse un poco, pero está destinado a morir. Pero no
es un morir, sino un nacer.
Porque, en efecto, citó: “Quien quiere salvar su vida,
la perderá; pero quien pierda su vida por mi causa, la encontrará” (Mt 16,
25). Y concluyó afirmando que “en la medida en que muere el hombre viejo, nace
en nosotros ‘el hombre nuevo, creado según Dios en justicia y en la verdadera
santidad’ (Ef 4,24). “El hombre o la mujer – dijo el Padre
Cantalamessa – que todos secretamente queremos ser”.
Ciudad del Vaticano
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