«¿Cuándo podré viajar a
Pekín?». El Papa lo preguntaba constantemente, incluso cuando su salud lo había
obligado a moverse en silla de ruedas. Era el gran deseo de Juan Pablo II, casi
una obsesión
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El Papa Francisco saluda a un grupo de fieles de China,
Foto: EFE/L’Osservatore Romano
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Y resume, emblemáticamente, la apuesta de la Santa Sede por mantener
siempre abiertos los puentes con China. Ahora, la relación entre ambas partes
afronta el desafío de dar un salto de calidad. Pero también de hacer cuentas
con las crecientes resistencias, mientras Xi Jinping se empeña en abrir una
ventana a Occidente con su ambiciosa nueva Ruta de la Seda.
El presidente chino acaba
de realizar una visita oficial a Europa para promover un intenso programa de
inversiones en la región. Pasó tres días en Italia, el primer país del G7 en
firmar oficialmente un acuerdo institucional en torno a ese plan
económico-comercial de largo alcance. Otras potencias, como Alemania y Francia,
prefieren ser más cautelosas. Ven con desconfianza la voluntad expansionista
china.
En este contexto
geopolítico de alto voltaje, con la sombra crítica de Estados Unidos, la Santa
Sede ha decidido apostar por el diálogo para construir el futuro de la Iglesia
católica en ese país. Tras la firma, en septiembre de 2018, de un acuerdo
provisional para el nombramiento de los obispos en suelo chino, era alta la
expectativa por un posible encuentro entre el Papa y Xi Jinping durante la
estancia de este último en territorio italiano. Pero la cita finalmente no se
concretó, pese a la buena voluntad vaticana.
Lejos de considerarlo una
bofetada a Francisco, altos funcionarios apostólicos piden paciencia e insisten
en la necesidad de seguir adelante en el proceso de acercamiento. Uno de los
más entusiastas es Antonio Spadaro, sacerdote jesuita y director de la
histórica revista jesuita La Civiltà Cattolica. Consejero papal en
varias materias, junto a los otros escritores de esa publicación, ha editado el
libro La Iglesia en China. Un futuro que escribir, presentado esta
semana en una concurridísima conferencia a la que acudió el primer ministro de
Italia, Giuseppe Conte.
Las razones de la postura
vaticana
En el prólogo, el cardenal
secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, aclaró los motivos de esta
voluntad por «escribir una página nueva para el futuro de la Iglesia en China»,
sin ignorar «los graves sufrimientos e incomprensiones vividas por los
católicos chinos» en el pasado.
«La Iglesia en China
necesita unidad, confianza y un nuevo empuje misionero», precisa el purpurado.
Reconoce que aún permanecen abiertos muchos problemas para la vida de la Iglesia
en ese país. El más urgente de ellos: la plena reconciliación entre los propios
católicos chinos, los de la comunidad clandestina y aquellos que decidieron
aceptar la intervención estatal en materia religiosa. «Por eso, es muy
necesario que también en China se inicie progresivamente un camino serio de
purificación de la memoria», señala.
Más adelante, Parolin
explica los motivos más profundos de la búsqueda de colaboración con Pekín de
parte católica, más allá de las incisivas críticas lanzadas desde diversos
sectores, dentro y fuera del mundo católico.
«La universalidad de la
Iglesia empuja a la Santa Sede a no nutrir desconfianza u hostilidad hacia
algún país, sino a recorrer el camino del diálogo para superar las distancias,
vencer las incomprensiones y evitar nuevas contraposiciones. El anuncio del
Evangelio en China no puede estar separado de una actitud de respeto, de estima
y de confianza hacia el pueblo chino y sus legítimas autoridades», establece.
Y constata: «Preocupada por
las divisiones y los conflictos que atraviesan el mundo globalizado, la Santa
Sede desea poder colaborar también con China para promover la paz, para
afrontar los actuales graves problemas ambientales, para facilitar el encuentro
entre las culturas, favoreciendo la paz y aspirando al bien de la humanidad».
Contactos desde hace cuatro
décadas
Ninguna de estas
afirmaciones debería sorprender. Desde hace casi 40 años, la Santa Sede
sostiene contactos más o menos formales con Pekín. Un observador privilegiado
de ese proceso es Claudio Maria Celli, quien desde 1982 y durante varios años
fue el responsable máximo del dossier China en la Secretaría de Estado.
Durante la presentación del
libro de Spadaro, el también expresidente del Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, relató sus encuentros con obispos chinos en el exilio
sostenidos por encargo de Juan Pablo II. Recordó los «muchos años de
dificultad, de sufrimiento y de tensiones» que emergían, «a veces en forma
dramática», entre los miembros de las dos comunidades católicas. Y precisó que
el Papa polaco jamás dio la espalda a aquella intrincada situación.
Las ordenaciones
episcopales sin la aprobación papal, y por tanto ilegítimas, habían comenzado
en 1958, pocos años después del triunfo de la revolución cultural liderada por
Mao Tse Tung. Ya para los años 80, la Santa Sede recibía constantemente
peticiones de estos obispos pidiendo ser legitimados. Sus cartas manifestaban
un agudo sufrimiento. «Ellos tenían un deseo fortísimo de ser auténticamente
católicos y chinos», evoca Celli.
«Los contactos con las
autoridades chinas comenzaron en el tiempo de Juan Pablo II. Fue un camino no
fácil, marcado por tensiones. Había también una limitada confianza recíproca,
un escaso conocimiento entre las partes, la dificultad de comprensión sobre la
naturaleza y la estructura de los dos sistemas, las dificultades de
comunicación. Pero emergía la exigencia de construir un puente, superando las
naturales desconfianzas y cierta rigidez sobre los principios. Ambas partes
éramos bastante dogmáticas», admite.
Entre mil dificultades, el
diálogo se mantuvo. Jamás se interrumpió del todo y rindió sus frutos, tras
casi cuatro décadas, en el acuerdo provisorio para el nombramiento de obispos
firmado el 22 de septiembre de 2018. Para Celli, «indudablemente», entre ambas
partes ha crecido la confianza recíproca.
«No tengo ningún temor
frente a alguno que todavía avanza dificultades y críticas, a reconocer que
existen elementos positivos de diálogo. Creo que existe una madurada conciencia
de que el acuerdo provisorio es, sí, un punto de llegada pero, sobre todo, un
punto de partida para un diálogo más concreto y fructífero, por el bien de la
Iglesia en China y la armonía en interior del entero pueblo chino», abunda.
Y subraya que, gracias al
acuerdo, hoy todos los obispos chinos están en comunión con Pedro y eso no es
cosa menor. Porque se cerró así la «dolorosa experiencia» de los obispos
ilegítimos. De esta manera, siguió, están dadas las condiciones para afrontar
mejor los problemas pendientes.
A quienes aseguran que el
régimen de Pekín toma el pelo a la Iglesia y al Papa, que la represión contra
las comunidades cristianas continúa y que todo es parte de una pantomima
política, Celli les responde con realismo: «No me hago ilusiones, el acuerdo es
indudablemente un hecho positivo, pero el camino hacia la normalización de la
vida de la Iglesia es todavía largo».
Concluye su reflexión
citando un pasaje del documento Gaudete et exsultate, del Papa
Francisco: «Pedimos al Señor la gracia de no dudar cuando el Espíritu nos exige
dar un paso adelante. Pedimos la valentía apostólica de comunicar el Evangelio
a los demás y de renunciar a hacer, de nuestra vida, un museo de recuerdos. En
toda situación dejemos que el Espíritu Santo nos haga contemplar la historia desde
la perspectiva de Jesús resucitado. En ese modo la Iglesia, en lugar de
cansarse, podrá seguir adelante acogiendo las sorpresas del Señor».
Y añade: «[Este mensaje es]
altamente programático para la vida de la Iglesia e
n China. No dudar cuando el
Espíritu nos pide dar un paso adelante. Alguno dirá que soy demasiado
optimista. Una cosa es cierta: jamás viví de ilusiones, pero de esperanza sí.
Disponible a acoger las sorpresas del Señor, también en China».
Andrés Beltramo Álvarez
Ciudad del Vaticano
Fuente: Alfa y Omega