El 19 y
20 de febrero, Madrid se convierte en la capital mundial del derecho gracias al
congreso que organiza la World Jurist Association, sobre Constitución,
democracia y libertad
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El rey Felipe recibe al comité organizador el pasado
20 de noviembre
(Javier Cremades, segundo a la izquierda del
monarca).
Foto: Casa de S. M. el Rey
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El cardenal Osoro interviene el martes 19 en la mesa redonda sobre Democracia
y religión: educación y pluralidad política y religiosa. El responsable de
este evento, el abogado Javier Cremades, presidente de la Fundación Madrid
Vivo, responde sobre el papel de la religión en el espacio público.
El congreso tiene un
subtítulo interesante: El Estado de Derecho, garante de la libertad.
¿Esto se aplica también para la libertad religiosa?
Por supuesto. La cuestión
de la Democracia y la Religión, en no pocas ocasiones, sobre todo en Europa, se
ha expresado como algo contrapuesto, pero esto ha sido históricamente visto de
forma muy distinta en sociedades como la norteamericana.
Allí se ha venido
considerando siempre el hecho religioso como algo positivo y la libertad
religiosa ha sido siempre la primera libertad. No sólo eso, sino que la primera
libertad está recogida y amparada por la primera enmienda de la Constitución
americana. Sin duda otro ejemplo de cómo democracia y religión pueden y deben
ser compatibles.
La experiencia a lo largo
de la historia nos ha demostrado que es en la democracia donde mejor se han
plasmado los conceptos de verdad y justicia, porque es en este sistema
político, tal y como lo entendemos, el lugar en el que los hombres pueden
expresarse con libertad. Es el diálogo, y la comprensión mutua, el mejor camino
para trabajar las diferencias. En un Estado democrático deben tener cabida
todas las religiones y, por lo tanto, se debe trabajar con ellas.
¿Y en España?
España es un ejemplo claro
de cómo, tras un conflicto tan doloroso como una guerra civil y 40 años de
dictadura, se ha podido establecer una democracia consolidada, bajo el amparo
de una constitución que garantiza la plena libertad del ejercicio religioso,
tal y como indica su artículo 16: «Se garantiza la libertad ideológica,
religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en
sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público
protegido por la ley».
Numerosos organismos
internacionales que promueven los valores democráticos, contemplan la libertad
religiosa como uno de sus pilares. Desde la Convención Europea de Derechos
Humanos del Consejo de Europa, en su artículo 9, al Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos de Naciones Unidas, en los apartados 1 y 2 de su artículo
18.
En un entorno cada vez más
plural, la actitud de las diferentes administraciones hacia la Iglesia y el
hecho religioso es variado, según las diferentes concepciones políticas e
ideológicas. En esta realidad, ¿sigue habiendo espacio para la religión en el
espacio público? ¿Cómo resistir la pretensión de algunos a recluirla en el
espacio privado, la conciencia, el templo?
El presidente francés,
Emmanuel Macron, recordó recientemente que «la Iglesia, (extrapolémoslo a todas
las religiones), que intentara desentenderse de las cuestiones temporales no
respondería al fin de su vocación». Porque el bien común de la sociedad pasa
también por el compromiso de todas las religiones con esta. Sea cual sea la
creencia del individuo.
El papel de las confesiones
y su compromiso con la democracia en España está fuera de toda duda. La
solución a muchos de nuestros problemas actuales está en los hombres y las
mujeres y en su compromiso, en tanto en cuanto son personas, con la sociedad y
la democracia que nos ampara. En no pocas ocasiones se ha enmascarado el ataque
a las distintas religiones y su papel en la sociedad con la defensa de la secularidad,
y por ende, la discriminación de no pocas personas por el mero hecho de ser
católicos, musulmanes, judíos, etc.
Si entendiéramos que la
defensa de la laicidad pasa porque los hombres y las mujeres que practiquen una
confesión religiosa no pueden participar en la vida pública estaríamos cayendo,
y por lo tanto justificando, los numerosos casos de dictaduras que en nombre
del pueblo, han perseguido, encarcelado y asesinado a millones de
personas a lo largo de la historia por su Fe.
Sin duda este espacio de
diálogo que pretende dar la Fundación Madrid Vivo, durante el Congreso Mundial
del Derecho, consideramos que es el ideal para demostrar, que la unión entre
democracia y religión, no sólo es intrínseca de la persona humana, sino que es
muy necesaria para dotar de valores a una sociedad cada vez más carente de
ellos.
Este evento tiene también
un apartado dedicado a la economía humanista. Parecen dos términos
contradictorios…
En no pocas ocasiones, los
valores humanistas, se han visto desplazados por el mero afán de producción.
Han prevalecido los números, la cuenta de resultados, por encima de las
personas. Vivimos en una sociedad en la que la «modernidad líquida», acuñada
por Zygmun Bauman, cada vez se impone más. Una sociedad individualista,
hedonista, en la que no tienen cabida los valores comunitarios y por lo tanto,
se pretende hacer que prevalezca el egoísmo individual, sobre el bien común de
la sociedad, y en la que la falta de convicciones morales y la ausencia de
valores parece tener más éxito que el darse a los demás.
Qué duda cabe que si las
empresas no son rentables, cerrarían. Pero las organizaciones deben servir para
algo más que para hacer dinero. Michael Porter fue el creador de la teoría del
valor compartido, concebida como una herramienta de las empresas que permite
una búsqueda constante de la obtención de un beneficio económico que no sólo
redunde en su cuenta de resultados, sino que también lo haga en las personas
que la rodean y en la sociedad en general. Se trata, por tanto, de que las
empresas con su éxito empresarial, contribuyan al beneficio general, y no sólo
al suyo.
La crisis económica ha
hecho que sean muchas las voces que culpan al mercado de todos los males de la
sociedad. Por eso, somos muchos los que queremos que la economía de mercado dé
lo mejor de sí misma, tanto en términos económicos como éticos, pero para
lograrlo, es necesario volver a poner a la persona –no solo a los accionistas,
sino también a los empleados, clientes, proveedores y los stakeholders–
en el centro de las decisiones empresariales.
Sin duda la Fundación
Madrid Vivo, formada por personas y en su mayoría por personas que tienen
empresas a su cargo, quiere tomar conciencia y abrir el debate en un aspecto
que consideramos imprescindible para poner a las personas en el centro de la
actividad empresarial.
Juan Luis Vázquez
Díaz-Mayordomo
Fuente: Alfa y Omega
