Homilías
breves, vivas, siempre gestuales y espontáneas: son las meditaciones matutinas
de Francisco en la Capilla de la Casa de Santa Marta
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El Papa celebra la Misa matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta (Vatican Media) |
Este
año el Santo Padre pronunció unas noventa homilías durante las Misas celebradas
en Santa Marta: meditaciones intensas para vivir una fe cristiana auténtica,
centrada en el encuentro vivo con Jesús y en el amor concreto a los demás
Homilías
breves, vivas, siempre gestuales y espontáneas: son las meditaciones matutinas
de Francisco en la Capilla de la Casa de Santa Marta. Este año pronunció
ochenta y nueve. Son reflexiones que tienen como centro el primer anuncio, el
“kerygma”: “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está
vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” (Evangelii
gaudium, 164).
Palabras que encienden los
corazones
Francisco
sabe decir palabras que encienden los corazones, con un lenguaje vivaz y
expresivo, y a veces cortante, para alentar a madurar en la vida cristiana. Las
homilías de Santa Marta contienen tres elementos: una idea, un sentimiento y
una imagen, en el contexto de una predicación positiva que siempre ofrece
esperanza, incluso cuando los tonos se vuelven más duros. Esa dureza de la que
también se servía Jesús para sacudir sobre todo a quien se consideraba justo o
rechazaba su amor y su salvación.
El examen final es sobre
el amor
Este
año el Papa aludió varias veces a situaciones de actualidad, del mundo y de la
Iglesia, pero el mensaje recurrente es escatológico, la expectativa del
encuentro con Jesús, el examen final sobre lo que Francisco llama el
“protocolo” de Mateo 25: “Tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me
dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba desnudo, y me vistieron;
enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a verme”. En el ocaso de
nuestra vida seremos juzgados según el amor concreto que hemos vivido en la
tierra. Hoy ya conocemos las preguntas de aquel examen crucial.
Los cristianos son los que
pagan por los demás, como Jesús
Una
homilía sobre todas se destaca desde este punto de vista, y es la del pasado 8
de octubre, en la que el Papa comentó la parábola del Buen Samaritano: aquí –
dijo – está contenido todo el Evangelio. Un Doctor de la Ley pregunta a Jesús:
“¿Quién es mi próximo?”. Es una pregunta con trampa y de auto justificación. El
Señor habla del hombre herido por los brigantes: un sacerdote y un levita, dos
hombres estimados en la administración del culto y el conocimiento de la Ley,
lo encuentran y pasan de lado. Son dos “funcionarios” de la fe – explicó el
Papa – que tal vez se digan: “Por el camino rezaré por él, pero a mí no me
toca. Es más, si yo fuera allí y tocara aquella sangre, quedaría impuro”. Pero
un samaritano, es decir “un pecador, un excomulgado”, se detiene, se ocupa de
él: era el más pecador, y sin embargo tiene compasión de aquel hombre herido.
Deja de lado sus programas, se ensucia las manos y la vestimenta con la sangre,
y cura las heridas del hombre con aceite y vino, lo lleva a un albergue y le da
al dueño dos denarios, diciendo: “Ocúpate de él; lo que gastarás de más te lo
pagaré a mi regreso”. He aquí la síntesis del Evangelio, comentó Francisco: que
los cristianos estén abiertos a las sorpresas de Dios, que sepan cambiar sus
programas y “como Jesús”, que paguen por los demás.
Pecadores y corruptos
Jesús
tenía palabras fuertes contra la hipocresía de los fariseos, de los escribas y
de los saduceos, personas que se consideraban mejores, expertos de la Ley, y
juzgaban, poniendo pesos sobre los demás sin mover un dedo. De este modo, el
Santo Padre con frecuencia amonesta a los llamados vecinos, aquellos que
piensan que están en regla, pero que no se interesan por los demás, y después
están aquellos que tienen una doble vida, sobre todo si son “pastores”. Define
“corruptos” a cuantos se sienten justos y no tienen necesidad de convertirse
continuamente. En cambio, el cristiano sabe que es un pecador necesitado de
conversión y de la misericordia de Dios, y por esta razón es misericordioso con
los demás.
El Evangelio incomoda
Jesús
nos exhorta: “No quien me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los
Cielos, sino aquel que cumple la voluntad del Padre”. De este modo, el Papa nos
invita a ser cristianos de acción, “del hacer y no del decir” y basta:
cristianos de gestos concretos, no cristianos maquillados. Ciertamente, el
pobre importuna: “toca” nuestros bolsillos, el enfermo nos puede contagiar, el
extranjero nos obliga a abrir la mente y el corazón a quien es diverso, el
encarcelado nos implica en una realidad que no querremos tocar. El Evangelio
filtrado por nuestro egoísmo y por nuestros esquemas ideológicos nos serena,
nos deja cómodos en nuestras posiciones. El Evangelio verdadero nos
escandaliza, nos pone en crisis, nos incomoda, nos mueve “del yo al tú”.
Atentos al diablo
Francisco
invita a pasar de “la lógica del mundo” a “la de Dios”, porque es fácil vivir
un cristianismo tibio y mundanizado sin darse cuenta. Exhorta al valor de una
oración insistente que osa dirigirse al Señor con confianza, mirando a Cristo
crucificado en los momentos difíciles. Llama a permanecer unidos a Jesús y a
los hermanos para no caer en las tentaciones del diablo que engaña y dice
mentiras para dividir, usando a los hipócritas. El Papa en sus homilías alerta
con frecuencia ante la presencia de Satanás, el gran acusador: la vocación del
demonio – dice – es destruir la obra de Dios.
Enamorados de Jesús
La
palabra clave para no equivocarnos en nuestro camino de fe – explica el Papa –
es estar “enamorados” del Señor y en Él inspirar nuestras acciones. Es un
equilibrio entre “contemplación y servicio”, el ora et labora de San
Benito, rehuyendo de “la religión del ajetreo”, que no sabe detenerse para
estar con Jesús, y del “intimismo” que jamás desemboca en el servicio concreto
del amor. La verdadera contemplación no es “no hacer nada”, sino “detenernos a
mirar al Señor” que toca el corazón e inspira nuestras acciones.
La esperanza del encuentro
definitivo
El
Papa Francisco recuerda que el Espíritu Santo nos permite vivir esta vida con
alegría, con la esperanza de encontrar al Señor: “La esperanza es concreta, es
de todos los días porque es un encuentro Y cada vez que encontramos a Jesús en
la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida
comunitaria, damos un paso más hacia este encuentro definitivo. La sabiduría de
saber alegrarse por los pequeños encuentros de la vida con Jesús, preparando
aquel encuentro definitivo”.
Sergio
Centofanti – Ciudad del Vaticano
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