El
Papa Francisco visita la Casa Hogar del Buen Samaritano Juan Díaz en Panamá,
lugar donde “se siente actuante la caricia de Dios” y reza la oración mariana
del Ángelus
Entre
las actividades del Pontífice previstas para su último día en Panamá, destaca
la visita a la Casa Hogar del Buen Samaritano Juan Díaz, una fundación
instituida en 2005 y promovida por la Iglesia panameña para brindar asistencia
a jóvenes y adultos que padecen VIH-SIDA, sin apoyo familiar ni económico.
Allí, el Papa fue recibido en la entrada principal por los directores de las
cuatro Instituciones de la Iglesia (Casa Hogar del Buen Samaritano, Centro Juan
Pablo II, Hogar San José y Kkottongnae Panamá) y se encontró con 60 jóvenes
asistidos por estos centros.
Volver a nacer
El
Papa Francisco, dirigiéndose a todos ellos, jóvenes, directores y agentes de
pastoral, expresó que estar hoy aquí con ellos significa para él “un motivo
para renovar la esperanza” y les dio las gracias “por permitirlo”. Después
explicó que durante la preparación de este encuentro leyó el testimonio de uno
de los miembros del hogar que “le tocó el corazón” porque decía: «aquí yo nací
de nuevo». Ante esto, Francisco aseguró que en este hogar “no nacen de nuevo
solo los que podríamos llamar beneficiarios primeros” sino que aquí “la Iglesia
y la fe nacen y se recrean continuamente por medio de la caridad”.
Sentir la caricia de Dios
Además,
aseguró que “el milagro de experimentar que aquí se nace de nuevo”, se produce
gracias a que en este lugar todos sienten “actuante” la caricia de Dios. “Estar
aquí es tocar el rostro silencioso y maternal de la Iglesia que es capaz de
profetizar y crear hogar, crear comunidad” dijo Francisco, puntualizando que
también es el rostro de la Iglesia que normalmente “no se ve y pasa
desapercibido”, pero que es signo “de la concreta misericordia y ternura de
Dios”.
Crear hogar
Y
ese “crear hogar” para Francisco es “crear familia”, “aprender a sentirse
unidos a los otros más allá de vínculos utilitarios” y “crear lazos que se
construyen con gestos sencillos y cotidianos que todos podemos realizar”. En
este sentido, afirmó que “nadie puede ser indiferente o ajeno, ya que cada uno
es piedra necesaria en su construcción” y eso implica – puntualizó – “pedirle
al Señor que nos regale la gracia de aprender a tenernos paciencia, a
perdonarse y aprender todos los días a volver a empezar todas las veces
necesarias.”
El prójimo es en primer
lugar una persona
Hablando
a cerca del Evangelio según San Lucas cuando preguntan a Jesús: ¿Quién es mi prójimo?,
el Papa asegura que Él no respondió con teorías, ni hizo un discurso bonito o
elevado, sino que utilizó una parábola ―la del Buen Samaritano―, “un ejemplo
concreto de la vida real que todos ustedes conocen y viven muy bien” les dijo a
los presentes. Por último, señaló que el buen Samaritano, así como todas sus
casas, “nos muestran que el prójimo es en primer lugar una persona, alguien con
rostro concreto, real y no algo a saltear o ignorar, sea cual sea su
situación”, pero sobre todo – afirmó – “el prójimo es un rostro que encontramos
en el camino, y por el cual nos dejamos mover y conmover: mover de nuestros
esquemas y prioridades y conmover entrañablemente por lo que esa persona vive
para darle lugar y espacio en nuestro andar”.
Regalo del Papa a Casa
Hogar del Buen Samaritano
Tras
finalizar su discurso, el Papa Francisco rezó junto a todos los presentes la
oración mariana del Ángelus y un niño, Abrahán Guerra, le cantó al Papa la
canción "Hazme un instrumento de tu paz". Después, Francisco regaló al
centro una escultura del Buen Pastor, inspirada en una famosa estatua expuesta
en el Museo Pio Cristiano de los Museos Vaticanos y que es sin duda el hallazgo
paleocristiano más famoso entre los que se encuentran en los Museos del Papa,
así como es igualmente cierto que es la Obra más simbólica del cristianismo
primitivo.
De
hecho, esta estatuilla del Buen Pastor, así como la de los Museos Vaticanos,
solo aparentemente representa a un hombre vestido con una túnica que sostiene
un cordero sobre sus hombros, porque en realidad contiene en sí mismo un
extraordinario mensaje iconográfico: la infinita misericordia de Dios que, como
escribió Juan (3, 16), "amaba tanto al mundo que dio a su Hijo
único”.
Mireia
Bonilla – Ciudad del Vaticano
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