“Rezamos por el pueblo de la parroquia. Rezamos para que Jesús vuelva a nuestros pueblos”. Un bello mensaje de esperanza que prueba que el cierre de las iglesias no es una fatalidad irreversible
¿Cómo reintroducir la vida espiritual en los ámbitos rurales que Dios parece haber abandonado? “Reabriendo nuestras iglesias”, afirma Catherine de Maistre, que habita con su marido Alain en una pequeña aldea en el corazón de Somme, en el norte de Francia. Esta pareja, bien anclada en la fe, ha apostado por devolver a Jesús al centro del pueblo. Desde 2016, el Santo Sacramento se expone diariamente en su pequeña capilla. Relato de una aventura espiritual.
Situada
en el camino a través de la pequeña aldea habitada por unas treinta almas, la
pequeña capilla de Longuet (departamento de Somme, Francia), construida en el
siglo XVIII, no tiene una apariencia nada extraordinaria. Sin embargo, en su
interior, la pequeña luz roja indica que el Santísimo Sacramento está expuesto
diariamente. Una presencia rara en la región, que tiene muchas iglesias y
capillas cerradas debido a la falta de sacerdotes y fieles regulares.
Una capilla cerrada desde
hace décadas
Catherine
de Maistre posee, junto con su marido Alain, una casa familiar frente a la
iglesia, al otro lado de la calle. Originarios de París, decidieron residir con
más frecuencia en Longuet después de su jubilación. Sin embargo, la pareja,
practicante y muy activa en su parroquia parisina, dudaba si instalarse durante
más tiempo debido a la falta de apoyo espiritual. Durante varias décadas, la
iglesia, consagrada a san Julián el Hospitalario, permaneció cerrada y abría
únicamente una vez al año, el lunes de Pascua, para la fiesta del santo patrón.
Una tradición que ha perdurado a pesar de las dificultades para encontrar un
sacerdote que celebrara la misa.
Así
con todo, la idea de instalarse en Longuet seguía rondando la mente de la
devota pareja. “Un día, paseaba con mi marido cuando de repente tuve una
intuición. Escuché unas campanas repicando en la lejanía y pensé: ‘Hay que
devolver a Jesús a nuestra región, hay que abrir las iglesias y las capillas,
¡no hay otra solución!’”, recuerda Catherine con tono entusiasta. La idea no se
le iba de la cabeza. Varias semanas más tarde, solicitó un encuentro con el
vicario general de la diócesis de Amiens. “Le dije todo lo que pensaba, que
había que reabrir las iglesias para volver a llevar a Jesús a nuestros pueblos”.
Ambiciosa, Catherine fue más lejos y pidió también que el Santo Sacramento
estuviera expuesto en su pequeña capilla de Longuet para instaurar allí una
adoración diaria. La presencia de una gran reja de hierro forjado delante del
coro que permite proteger el Santo Sacramento le hizo confiar en que el vicario
aceptaría. No obstante, desde la prudencia, no le dio una respuesta positiva,
sino que la invitó a rezar sobre esta intención con otras personas.
La reunión con el Santo
Sacramento
Lejos
de desalentarse, Catherine, con el apoyo del nuevo sacerdote de su parroquia,
invitó a algunas personas a rezar con ella en la capilla. El día de la
convocatoria fue toda una sorpresa. “Era una mañana de diciembre, hacía frío,
la iglesia estaba helada y, sin embargo, ¡éramos quince allí! Quince personas
se habían reunido para rezar con la esperanza de ver volver a Jesús a nuestro
pequeño rincón rural. Estábamos del todo pletóricos”. Gradualmente, la aventura
espiritual prosiguió y el pequeño grupo decidió reunirse una vez al mes para
rezar y asistir a misa, de acuerdo con el cura. Al cabo de cinco meses, llegó
el milagro. “El cura había hablado de nuestro pequeño grupo al vicario. Un día,
me llamó y me dijo: ‘Mañana, les confiaré el Santo Sacramento’”. La emoción fue
abrumadora. Por suerte, todo estaba listo ya para recibir el cuerpo de Cristo.
“Mi marido lo había preparado todo sin saber si algún día tendríamos el cuerpo
de Cristo. ¡Pero sí teníamos fe! Así que reparó el tabernáculo, instaló el
sistema eléctrico, colocó la luz roja…”, explica Catherine con emoción.
Hoy,
hace ya dos años y medio que el Santo Sacramento está presente día y noche en
la capilla, donde se celebra una misa mensual con un tiempo de adoración. Todos
los días, Alain va a abrir y cerrar la puerta. Una aventura que ha dado sus
frutos, ya que cada vez son más los que entran en esta capilla, otrora cerrada
habitualmente. Catherine no duda en hablar de milagro. “Cuando nosotros no
estamos, es uno de los vecinos, que vive al lado de la iglesia, quien se
encarga de abrir y cerrar la puerta. Y todo a pesar de ser un anticlerical
convencido. Nunca ha puesto un pie en la misa y jamás ha querido volver a
entrar en una iglesia”. No obstante, emocionado por ver revivir su patrimonio,
el vecino aceptó echar una mano. En la actualidad, abre y cierra cuando es
necesario e incluso ha aceptado fabricar un portacirios. “Un día, sin decir
nada, lo instaló en la capilla. Así lo encontramos una noche, con dos cirios
encendidos. Fue muy emotivo”.
Un auténtico signo de
esperanza para los pueblos
Testimonios
tiene Catherine a palas. Basta con abrir el cuaderno de intenciones y ver las
velas consumidas para comprender que entre los fieles y también el resto de
habitantes esperaban de verdad este cambio. Creyentes o no, muchos se han
emocionado por la idea de ver su pequeña iglesia, tierno recuerdo de su infancia,
abierta otra vez a diario. Otros se han reconciliado con la fe o han
descubierto la práctica de la adoración por primera vez. “Un día, una joven que
salía de la iglesia me dijo: ‘No sé qué ha pasado, pero estoy totalmente
conmovida”. Hoy, se crean otros pequeños grupos, como unas mujeres que ofrecen
sus oraciones a Nuestra Señora de los Niños, ilustrada en una vidriera, para
que vele por sus hijos.
Respaldada
por este éxito que ofrece un auténtico signo de esperanza, Catherine espera que
esta iniciativa sirva de inspiración a otras parroquias. Con su pequeño grupo
de los viernes, reza por esta intención y le encanta repetirse esta hermosa
frase pronunciada por su cura: “Rezamos por el pueblo de la parroquia. Rezamos
para que Jesús vuelva a nuestros pueblos”. Un bello mensaje de esperanza que
prueba que el cierre de las iglesias no es una fatalidad irreversible.
Caroline
Becker
Fuente:
Aleteia