“Recordar bien que no ha nacido el árbol de Navidad”,
que ciertamente es un lindo “signo”, pero recordar que “ha nacido Jesucristo”, afirmó el Papa Bergoglio
El Papa Francisco celebra la Misa matutina en la capilla de la Casa de Santa Marta (Vatican Media) |
Al celebrar la Misa matutina en la capilla de la Casa
de Santa Marta, el Pontífice se refirió en su homilía al tiempo de Adviento
como una ocasión para comprender plenamente el nacimiento de Jesús en Belén y
para cultivar la relación personal con el Hijo de Dios
El tiempo de Adviento tiene “tres dimensiones”:
pasado, presente y futuro. En su homilía del primer lunes de diciembre el Papa
Francisco recordó que este tiempo – que comenzó precisamente ayer, primer
domingo de Adviento – es propicio “para purificar el espíritu, para hacer
crecer la fe con esta purificación”.
El punto de partida de la reflexión del Pontífice fue
el Evangelio del día (Mt 8, 5-11), que narra el encuentro en
Cafarnaúm entre Jesús y un centurión, que pide ayuda para su siervo, paralizado
en la cama. Francisco precisó que puede suceder también hoy que nos
acostumbremos a la fe, olvidando “su vivacidad”. En el sentido de que “cuando
estamos acostumbrados – reafirmó – perdemos esa fuerza de la fe, esa novedad de
la fe que siempre se renueva”.
Que la Navidad
no sea mundana
El Papa Bergoglio subrayó que la primera dimensión del
Adviento es el pasado, “la purificación de la memoria”. De ahí que haya
afirmado: “Recordar bien que no ha nacido el árbol de Navidad”, que ciertamente
es un lindo “signo”, pero recordar que “ha nacido Jesucristo”.
Ha nacido el Señor, ha nacido el Redentor que ha
venido a salvarnos. Sí, la fiesta… nosotros siempre corremos peligro, tendremos
siempre en nosotros la tentación de mundanizar la Navidad, mundanizarla… cuando
la fiesta deja de ser contemplación – una bella fiesta de familia con Jesús en
el centro – y comienza a ser fiesta mundana: hacer las compras, los regalos y
esto y aquello… y el Señor permanece allí, olvidado. También en nuestra vida:
sí, ha nacido, en Belén, pero… Y el Adviento es para purificar la memoria de
aquel tiempo pasado, de aquella dimensión.
Purificar la
esperanza
Además, el Adviento sirve para “purificar la
esperanza”, para prepararse “al encuentro definitivo con el Señor”.
Porque aquel Señor que ha venido, ¡volverá! Y volverá
para preguntarnos: “¿Cómo fue tu vida?”. Será un encuentro personal. Nosotros,
el encuentro personal con el Señor, hoy, lo tendremos en la Eucaristía y no
podemos tener un encuentro así, personal, con la Navidad de hace dos mil años:
tenemos la memoria de aquello. Pero cuando Él vuelva, tendremos aquel encuentro
personal. Es purificar la esperanza.
El Señor llama
cada día a nuestro corazón
Por último, el Papa Francisco invitó a todos a
cultivar la dimensión cotidiana de la fe, no obstante las preocupaciones y los
tantos trabajos excesivos, custodiando la propia “casa interior”. Sí, porque en
efecto, nuestro Dios, es el “Dios de las sorpresas” y los cristianos deberían
vislumbrar cada día los signos del Padre Celestial, lo que nos dice hoy.
Y la tercera dimensión es más cotidiana: purificar la
vigilancia. Vigilancia y oración son dos palabras para el Adviento; porque el
Señor que se ha encarnado en la Historia en Belén; vendrá, al final del mundo y
también al final de la vida de cada uno de nosotros. Pero viene cada día, en
cada momento, en nuestro corazón, con la inspiración del Espíritu Santo.
Bárbara Castelli – Ciudad del Vaticano
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