Las unidades pastorales,
conocidas también como agrupaciones de parroquias, se han convertido en un
instrumento valioso para dar respuesta a los grandes desafíos en las ciudades
Bilbao y Barcelona ya tienen una experiencia consolidada. Madrid la está
poniendo en marcha desde la periferia de San Blas. Se trata de proponer
comunidad de comunidades que se haga presente en medio de los barrios.
Dice el Papa
en su exhortación Evangelii gaudium que la parroquia
no es una estructura caduca, pero también que necesita reformarse y adaptarse
para seguir cerca de los hogares y de la vida de los ciudadanos, de modo que no
se convierta «en una estructura separada de la gente o en un grupo que se miran
a sí mismos».
A este desafío
que lanzó Francisco en 2013 están intentando responder las diócesis españolas a
través de diferentes soluciones; la más conocida, la unidad pastoral, o
simplificando mucho, la agrupación de parroquias.
Esta solución
que está muy extendida en ámbitos rurales, motivada por la despoblación y por
la falta de sacerdotes, se ha convertido en una propuesta innovadora en zonas
urbanas, donde vive mucha gente pero alejada de la Iglesia.
En la
periferia de Madrid, en el corazón del barrio de San Blas, crece desde hace
tres años la primera unidad pastoral de la archidiócesis madrileña, que integra
cuatro parroquias –Virgen del Mar, San Joaquín, San Blas y la Candelaria–, un
colegio católico –López Vicuña– y varias congregaciones religiosas –Salesianas,
Hijos de la Caridad, Hijas de la Caridad…–.
Se iniciaron
los trabajos cuando José Cobo, hoy obispo auxiliar, llegó a la Vicaría II, a la
que pertenecen las parroquias del barrio, que era y es una zona de atención
prioritaria. Entonces, se decidió que, en vez de dar una respuesta a la
realidad del barrio por partes, se hiciese en conjunto. «Pero más que para
hacer cosas, esta unidad se creó para generar una comunidad», señala a este
semanario José Cobo.
Porque en San
Blas la realidad es muy difícil; no solo a nivel social, ya que es uno de los
barrios más deprimidos de la capital, sino también a nivel religioso. De hecho,
la práctica religiosa dominical no supera el 1 % y la mayoría de los que acuden
a la iglesia son personas mayores o inmigrantes procedentes de Latinoamérica.
«No es fácil», confiesa Antonio García Rubio, coordinador de la unidad pastoral
y vicario de la parroquia de San Blas. «Este tipo de iniciativa no está
saliendo adelante en ningún sitio en la diócesis y, por tanto, hay que ser muy
cautos. Es una tarea de gran humildad, sin afán de protagonismo, que hay que
hacer sin prisas», añade.
A nivel
organizativo, la unidad pastoral se conforma por distintas comisiones, que
dirigen laicos, religiosas o sacerdotes de las cuatro parroquias: Cáritas,
Catequesis-Formación, Liturgia, Comunicación, Atención a Mayores y Enfermos,
Estudio de la Realidad Social del Barrio y Estudio de la Situación Eclesial y
Religiosa del Barrio.
Todo este
trabajo se pone en común al menos una vez al mes con la celebración de una asamblea
donde participan los responsables de cada área, dirigidos por la otra
coordinadora del grupo, Elena Santiso. En las últimas, celebradas en el mes de
octubre, se han abordado distintas propuestas de catequesis –se ha creado un
grupo de 60 niños entre todas las parroquias–, liturgia o de la pastoral de la
salud, que son las que más avanzados llevan sus trabajos.
A grandes
rasgos, lo que se pretende es ampliar el espacio de las «tiendas o corralitos»
hacia la unidad pastoral en tres claves: espiritualidad, comunión y acción. O
lo que es lo mismo, celebrar conjuntamente la fe, consolidar y fortalecer los
vínculos de los que están implicados en esta iniciativa y responder a las
situaciones personales, familiares, de barrio y sociales desde la promoción de la
personas.
En este
sentido, tienen ya escritas numerosas propuestas, aunque Antonio García insiste
en la necesidad de ir paso a paso y afianzando la comunidad. Por ejemplo,
sueñan con una parroquia de puertas abiertas con personas voluntarias que
acojan y escuchen, con organizar salidas de dos en dos para conocer el barrio y
gente nueva. Piensan en crear grupos de vida y de fe, donde se enseñe de forma
sencilla a orar, a leer la palabra de Dios y a llevarla a la vida de cada uno;
quieren cuidar la pastoral familiar con una escuela de padres, un grupo de
divorciados y encuentros con parados, o en poner en marcha un centro de escucha
para la gente del barrio. También proponen encuentros con la comunidad gitana,
muy numerosa en el barrio, así como con inmigrantes.
A las puertas
de su humilde parroquia, Antonio García reconoce que esta es «una historia de
comunión» y también «de generosidad por parte de los sacerdotes de las
distintas parroquias». «Todo el mundo tiene algo que perder para luego ganar»,
concluye. Según José Cobo, la experiencia de esta unidad pastoral va a indicar
«por dónde pueden venir los cambios en la diócesis». En este sentido, añade que
«la renovación pastoral vendrá por la periferia» y reconoce que no se trata de
implantar un método, sino «de crear comunidades que se hagan presentes en un
barrio».
Bilbao, la más
avanzada
En la diócesis
de Bilbao, las unidades pastorales de ámbito urbano tienen mayor implantación
que en Madrid. En número y en recorrido temporal. Las hay en el centro y
periferia de Bilbao y también en el área metropolitana –Sestao, por ejemplo–.
En junio de este año se creó la última, la unidad pastoral de Deusto,
configurada por cinco parroquias, dos colegios y dos asociaciones que trabajan
en el ámbito de la exclusión social. Ángel María Unzueta, hasta este mismo año
vicario general de la diócesis de Bilbao, explica que esta solución aporta tres
aspectos relevantes: «La conciencia de pertenecer a una Iglesia que no se agota
en el propio ámbito o parroquia; la posibilidad de sumar esfuerzos para
iniciativas misioneras y tratar de ser Iglesia en salida; y un ejercicio más
saludable del ministerio».
Sobre esta
última cuestión, el propio Unzueta reconoce que los sacerdotes insertos en una
unidad pastoral ven su labor más gratificante, al tiempo que ganan en comunión
eclesial. Una afirmación que corrobora Antonio García Rubio, de San Blas en
Madrid, que ha visto cómo algunos sacerdotes han recuperado la esperanza y el
celo ministerial con esta nueva propuesta. Y al mismo tiempo que beneficia al
sacerdote, también sucede lo mismo con los laicos, pues se potencia su
corresponsabilidad.
La experiencia
en Barcelona
Otra de las
diócesis donde están implantadas las unidades pastorales es Barcelona. Allí,
funcionan la del popular barrio de Poble Sec, en el centro de la ciudad, y la
de Bellvitge (Hospitalet de Llobregat). La primera se ha convertido en un
referente a nivel pastoral para la diócesis, pues tras numerosos años de
gestación y una asamblea de las cuatro parroquias implicadas que se extendió
durante seis meses, en 2014 se convirtió en unidad pastoral. El sacerdote Joan
Cabot, que lleva 16 años en la zona, ha sido uno de los muñidores de la
propuesta. «La iniciamos no por un tema de falta de curas, aunque eso también
influye», reconoce Cabot, sino para revitalizar la vida de la Iglesia en el
barrio. Para ello se han creado seis comisiones integradas por personas de las
diferentes parroquias.
Tras cuatros
año de camino, Cabot reconoce que muchos fieles ya no se consideran de una u
otra parroquia, sino de la agrupación «Saben que todos forman una unidad y que
hay actividades que se realizan aquí o allí según las circunstancias», añade.
Otra de las notas positivas de esta reforma de las parroquias en el ámbito
urbano tiene que ver con los laicos. Su papel se ha reforzado. «Muchos laicos
se han sentido rejuvenecidos en la vida parroquial, con una dinámica nueva y
con un gran optimismo en el futuro», concluye Cabot.
Fran Otero
Fuente: Alfa y
Omega