Parece
que hablar de ermitaños es hablar de tiempos antiguos, de los primeros siglos
del cristianismo. Pues no...
© Ciric – Jean-Michel Mazerolle |
En el siglo XXI están aumentando los
anacoretas, los ermitaños. Parece que
hablar de ermitaños es hablar de tiempos antiguos, de los primeros siglos del
cristianismo. Sin embargo, a lo largo de la historia no han faltado
nunca los que han querido apartarse del mundo que les rodea y vivir una vida
ascética, de oración y penitencia, en medio del desierto o de las montañas.
¿Quiénes
son hoy los ermitaños? ¿Y por qué? Quieren
alejarse de la civilización, del estrés, de la agitación diaria, de la
competitividad, de las riquezas, del vacío existencial. Siempre ha habido
hombres y mujeres que han intentado escaparse de la civilización, en busca de
una vida contemplativa y ascética. Buscan a Dios en las profundidades del
silencio y en la inmensidad del espacio.
Los ermitaños ven más allá de
las nubes y del horizonte. Despojándose de cuanto poseen, estos hombres y
mujeres quieren el aire limpio acariciador, el silencio de las hojas cuando
caen de los árboles, o el aletear de las mariposas entre las flores. Les acerca
a Dios. Les proporciona alegría y paz. Les aproxima a la eternidad. La gran
mayoría se dedica a meditaciones profundas. Quieren vivir con un espíritu
libre, desasidos de las cosas terrenas, y alimentar su cuerpo con lo que les da
la naturaleza, sin luz y sin agua corriente.
Hay
varios tipos de ermitaños hoy: los
cristianos que buscan a Dios en medio del silencio y la paz de las montañas;
los de las religiones asiáticas (hinduismo, taoísmo, budismo, etc.) que buscan
la contemplación y el conocimiento filosófico y teológico, y finalmente los
estoicos, los que cultivan el ascetismo para sentirse más libres consigo
mismos.
Los más conocidos y abundantes
son los que se retiran al desierto, o zonas no pobladas en medio de la
naturaleza, por razones religiosas. Así tenemos al
ermitaño del Líbano, un sacerdote colombiano, Darío
Escobar, que vive en una ermita excavada en roca, junto al santuario de Nuestra Señora de Hauqa. Tiene
84 años y es ermitaño desde hace 18. Ingresó en la congregación de Jesús y
María de Medellín. “El dinero nunca me hizo feliz”, declaró a la revista “Vida nueva”. Una voz interior le decía que
dejara la vida activa para dedicarse as la meditación de la Palabra de Dios. Si
hizo ermitaño y duerme con cilicio sobre una roca. Es feliz: “no podría dormir otra vez con almohada y colchón”.
Se alimenta de lo que cosecha en la huerta y dedica 14 horas diarias a la
meditación. Solo duerme cinco horas y come una vez al día muy frugal.
Un joven fotógrafo italiano, Carlo Bevilacqua,
recorrió el mundo en busca de ermitaños y los fotografió con sus caras
arrugadas, sus largas barbas, sus ermitas o cuevas, sus hierbas y sus enormes
vistas a los valles y llanuras. Publicó un libro titulado “Into
de silence. Eremiti del terzomillennio”
(Dentro del silencio. Ermitaños del tercer
milenio). Se introdujo en la vida de los eremitas, y encontró a Claudio un cantante de rock de la banda
“A ticket for hell” (Un
billete para el infierno). Se fue a la India y se hizo monje católico
camaldulense y vive en un monasterio en la Toscana italiana. Comparte sus días
con otros ermitaños.
También el fotógrafo encontró a
un monje benedictino italiano, el padre
Sergio, en el monasterio de Sacra di San Michele, en el Piamonte, al norte
de Italia, entre montañas y amplia vegetación. Hace
30 años que vive en completa soledad rodeado del silencio y de sus miles de
libros, sus grandes amigos.
En
Sicilia el fotógrafo encontró
a un alemán, Gisbert Lippelt, hijo
de un magistrado y una arquitecta que vive en la isla Filicudi. Había sido
oficial de marina en un transatlántico. Vive de lo que produce la naturaleza
del lugar, bebe el agua de la lluvia. Es un ermitaño contrario al consumismo,
como casi todos.
En
Georgia, está un monje
ortodoxo, el padre Maxime Qavtaradze, de 63 años. Maxime, que vive desde hace
23 años en la parte superior del pilar
Katskhi, un pilar natural de roca rematado por una capilla que tiene 1.200
años y que está a 40 metros de altura. Baja para cultivar su huerta en la base
de la roca.
En América también hay
ermitaños, especialmente en América del Sur a lo largo de los Andes, en
Argentina, en Chile, en Bolivia, en Brasil, etc., pero no faltan en México ni
en Estados Unidos. Y en Rusia, en el Cáucaso, en el Asia Central…
En
China, hay miles de
“milenials” que rechazan la vida agitada del capitalismo y prefieren vivir
solos meditando en un lugar solitario, siguiendo antiquísimas tradiciones
chinas, anteriores incluso al budismo. Unos son monjes budistas o taoístas y
otros jóvenes en general. El gobierno de Pequín los contrata para el Ejército,
a fin de que enseñen a los militares cómo organizarse en una vida en soledad,
sin medios. Los antiguos ermitaños crearon filosofías, religiones o corrientes
literarias.
En
Japón es muy antigua
la tradición de los anacoretas de largas barbas, que son budistas o sintoístas,
llamados Yamabushi (el que se postra en las montañas).
También
el hinduismo tiene antiquísimas tradiciones de anacoretas y ermitaños, que son personajes que en un momento
dado se dan cuenta que su vida no tiene sentido y prefieren la soledad, la
contemplación y la meditación. En el hinduismo están los llamados “santos” que son los ascetas Sadhu
(Saa-dhu).
Uno de los eremitas, Piero
Bucciotti, “maestro” tamil de 66 años que vive en Calabria, al sur de Italia,
dijo: “en 40 años de vida como eremita he
renunciado a todo, no tengo nada, solo me queda la libertad”.
Salvador Aragonés
Fuente:
Aleteia